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domingo, 26 de enero de 2014

LA PECULIAR HISTORIA DE UNA LEYENDA

Entre los tesoros literarios que guarda la biblioteca de María Aparecida, asoman piezas que no integraron jamás mis muy nutridos anaqueles. Me apasiona irlos revisando. En ellos descubro renglones interesantísimos, que desvelan segmentos de la historia literaria del siglo XX. Por ejemplo (entre muchos otros), las apasionadas cartas cruzadas entre Victoria Ocampo y el francés Roger Caillois. Una edición de "Sudamericana", laboriosamente compilada por Odile Felgine.
A ambos se les atribuye con justa razón la introducción en Francia de Borges, Cortázar, Sábato y otros emblemáticos del renglón literario criollo, puntales en las páginas de "Sur", la incomparable revista de Victoria financiada al coste de su enorme fortuna personal durante cuarenta años, en los que sus páginas acogieron a lo más granado de las letras contemporáneas
El affaire literario y pasional Ocampo-Caillois despuntó un atardecer de 1939 en Le college de Sociologie, fundado por Georges Bataille, Michel Leiris y el propio Caillois, que contaba entonces con agradecidos veintiséis años, contra los resplandecientes cuarenta y ocho de la Ocampo. Ella, mujer independiente y liberal, de trazo antifascista y sin simpatías por el comunismo, acogió a su amante en Buenos Aires cuando la invasión nazi llegó a Francia. Luego, le financió la edición local de Les Letteres Francaises, que circuló clandestinamente en la Francia ocupada. Allí pudieron leer, entre otros, a Borges en idioma galo. Una vez finalizada la guerra, Roger volvió a su tierra introduciendo a los notables de "Sur", merced a su gran amistad con el editor Gaston Gallimard.
Las cartas de referencia, señalan asimismo, los conflictos sin resolver de dos caracteres parcialmente complementarios de esencia neurótica. Ella, suerte de ama dominante, refina a Caillois, reprochándole su liviandad moral y un creciente alcoholismo mediante improperios, mientras él, más debil aunque no del todo, se desquita del afán posesivo de ella, criticando sus renglones con implacable acento.
La relación, sesgada por constantes separaciones y reproches mútuos de sangrante calado, matizado con palabras de amor, finalizó con la corta distancia del calendario que separa la muerte de ambos.
Lo interesante de esas cartas, tan pulidas por el refinamiento cultural, radica en la sustancia de la historia común, de pasión indeclinable por la literatura, fundida a la angustia existencial de estos dos actores, propios de un drama romántico, que al fin proyectó una leyenda.
La de los autores argentinos, a menudo tan neuróticos como ellos dos, que brillaron más allá de la tierra que los vio nacer durante el siglo pasado.

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