En "La Piel de Zapa", Honoré de Balzac narraba la penuria futura de Raphaël de Valentin, un joven ansioso de fama y fortuna. El tenebroso pacto con el destino, señalado como poco conveniente por un viejo tendero, radicaba en el paulatino encogimiento de una piel de zapa a medida que lograra cada uno de sus propósitos. El fin de la historia llegaba, tras la borrachera de ambiciones realizadas a cualquier precio, con el fin de su propia vida y el trozo de piel.
Pues bien, a Mariano Rajoy Brey le cabe una historia semejante.
Reemplazamos, para el caso, el señalamiento del tendero y la piel, por
las sucesivas escaladas en su partido, las cámaras y los ministerios,
hasta desembocar en esta miserable gestión, al exclusivo servicio de
multinacionales financieras y el Cuarto Reich, permutando la simbólica
piel de zapa de la criatura balzaciana por la del propio rostro, cada
vez más ajado y desfigurado por sus acciones, aplaudidas en simultáneo
por Merkel, Legarde, y apenas por Obama, aunque repudiadas por la
mayoría de los españoles. Los que le dieron el voto y quienes no.
El maestro Balzac, eterna gloria de las letras y las emociones, simbolizaba en las crecientes ambiciones de Valentin y la tentadora piel de zapa el poder corruptor de una mala conciencia que, al abandonar principios y sentimientos se transformaba en segura fuente de males, ajenos y propios.
En la última comparecencia pública de otro personaje ambicioso, Juan Carlos I, aquella de la Pascua Militar, la cámara ofreció breves primeros planos de un Rajoy estremecido ante el decrépito monarca; ajado, en muletas, y también en las últimas.
En esos instantes de transferencia inconsciente, se habrá visto a sí mismo, igual o peor. Y así es, por más que intente ocultarlo desde el poder, con ayuda de cómplices, esbirros y pajes.
Si antes ya aconteció el fenómeno con Felipe González y José María Aznar, moralmente arruinados y físicamente envejecidos tras su paso por un poder corruptor, algo peor incuba el presidente más odiado en 35 años, y con toda razón, por sus compatriotas.
El maestro Balzac, eterna gloria de las letras y las emociones, simbolizaba en las crecientes ambiciones de Valentin y la tentadora piel de zapa el poder corruptor de una mala conciencia que, al abandonar principios y sentimientos se transformaba en segura fuente de males, ajenos y propios.
En la última comparecencia pública de otro personaje ambicioso, Juan Carlos I, aquella de la Pascua Militar, la cámara ofreció breves primeros planos de un Rajoy estremecido ante el decrépito monarca; ajado, en muletas, y también en las últimas.
En esos instantes de transferencia inconsciente, se habrá visto a sí mismo, igual o peor. Y así es, por más que intente ocultarlo desde el poder, con ayuda de cómplices, esbirros y pajes.
Si antes ya aconteció el fenómeno con Felipe González y José María Aznar, moralmente arruinados y físicamente envejecidos tras su paso por un poder corruptor, algo peor incuba el presidente más odiado en 35 años, y con toda razón, por sus compatriotas.
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