Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

viernes, 31 de julio de 2009

PÉPÉ LE MOKÓ: UN BLANC ET NOIR MARAVILLEUSE

Los actores centrales del drama -acontecido en perímetro colonial galo-, proyectando mensaje y presencia: Mireille Balin, Jean Gabin (en el centro) y Lucas Gridoux.

Los orígenes de una obra maestra registran adecuados representantes y época propicia para el magno evento. En ese órden situamos la fragua de "Pépé Le Mokó" en la Francia de 1937 (año de la Gran Exposición Internacional y el Tur), gobernada por el Remblessement Populaire (o Frente Popular), de clara resistencia antifascista. Precedida y seguida de grandes movilizaciones proletarias, las elecciones francesas de 1936 eran una contundente respuesta local a los avances de Hitler y su maestro peninsular (Mussolini) en el concierto europeo.

Presidido el gobierno por el judeo alsaciano León Blum, se sancionaron vacaciones pagas para los asalariados, a más de otras conquistas sociales. El impulso liberador de energías se reflejó en la literatura, y sobre todo en el cine.

Uno de sus mejores representantes de la vanguardia fílmica era Julien Duvivier, activo desde 1919. Precedida su carrera por piezas de prestigio encaró la realización de "Pépé Le Mokó" empleando actores solventes y un convincente escenario de Estudio.

En el mismo reprodujo callejuelas y terrazas de la Casbah argelina, situando en el protagonismo absoluto de un drama original de Henri La Barthe a Jean Gabin, actor procedente del music hall y alguna escolta agregada a las piernas de Mistinguette.

La máscara de Gabin, sus ojos claros y un look cinematográfico extraordinario son la gran atracción de un relato en chiaroscuro vanguardista, nada sombrío aunque trágico en su remate.

Pépé Le Mokó es un hampón de los bajos fondos parisinos virtualmente exiliado en la Casbah argelina de los tiempos coloniales. Protegido por una extensa red de chulos, prostitutas, delincuentes y mangantes, es varón temido, respetado y amado, sobre todo por las mujeres.

El aura romántica que desprende vistiendo invariable traje gris, y corbata blanca sobre fondo negro contrastando con su pelo claro y algo vaporoso, calza como un guante en el ganster ideal de perfil generoso para con los suyos, que no dispara a la bofia que lo acosa más que en las piernas.

Implacable con los delatores y algo casquivano con su amante nativa (papel que borda la italiana Line Noro con el rostro tiznado), está en el punto de mira de otro nativo: Slimane, un inspector de policía sagaz y amigable en apariencia (Lucas Gridoux) que intentará sacarlo de la Casbah empleando la astucia.

Al tanto de sus torcidas artes, Pépé se burla de él con frecuencia mediante finas invectivas. Su rival pierde pie en el duelo verbal (y espiritual, claro).

Sin embargo la circunstancia de cambiar las tornas es propicia, al cruzarse Pépé con Gaby Gould (Mireille Balin), prostituta cara amante de un viejo ricachón con el que comparte excursión por el exótico paisaje. El flechazo con el perfumado y enjoyado bellezón es mutuo. Ella le recuerda el añorado París del Metro, los Elíseos, Montmatre, la Plaza de la Concorde y los arrabales, mientras que él representa la virilidad propia del audaz, fundida a su apostura y la leyenda que lo precede.

En un principio el inspector tienta cazarlo fraguando una carta materna de pronta reunión fuera de la Casbah dirigida a un joven desertor de la Legión y protegido del jefe (Gilbert Gil), pero el truco fracasa al escapar de la celada malherido el supuesto destinatario. El soplón que facilitó la celada (Fernand Charpin) recibe un castigo que se reiterará después en otro canalla (Marcel Dalío).

Pépé y un compadre sostienen al joven moribudo poniendo en su mano una pistola mientras avanzan sobre el aterrorizado soplón...

Al tanto del fogoso romance entre la mantenida y Pépé, Slimane planea nuevamente otra celada, articulada en dos claves. La primera consiste en delatar al viejo amante el entrevero entre su mantenida y el hampón. Al descartar ella la presión dejando al millonario de una pieza, la segunda clave opera invocando la falsa muerte del amado a manos de la policía.

Ignorando una maniobra que, de hecho frustra una cita de ambos con perspectivas de fuga hacia el añorado París, Pépé sonsaca la verdad a al otro soplón (Dalío), encargado oficioso de contactarla, obteniendo la confesión en otra tensa escena de ajuste de cuentas.

Ella fue engañada por la policía; él no puede permitirlo.

Resuelto a ir en su busca, abandona la Casbah ante la alarma de sus camaradas y el despecho de su amante, quien finalmente le delata a su cazador. Antes, la cámara capta su desespero corriendo por las callejuelas de la Casbah...

La tragedia desemboca en el suicidio de Pépé, esposado por Slimane y aferrándose a las rejas que le separan del barco que parte, con su amada, ignorante del entremado. Creyéndole difunto se reclina nostálgiosa en la baranda de la popa, con la triste mirada perdida en el horizonte de la Casbah.

En el último instante Pépé ha gritado su nombre, fatalmente silenciado por la sirena del barco...

La muerte hacia el fin del metraje era típica en los atormentados personajes de doble fondo que encarnaba este futuro terrateniente fondón, impresos por Duvivier, Carné y otros artesanos de la década.

Enriquecido por diálogos llenos de ironía y elegancia, y matizado con toques patibularios, el filme rezuma pesimismo y romanticismo a la vez. A diferencia de los hampones de Cagney, Robinson, Muni o Bogart, Duvivier dota a la corte de los milagros y su héroe de carnadura humana. Pépé es el mejor. También las mujeres que le rodean, insinuando que es un as de la catrera, además de generoso y considerado con ellas.

Esta visión contrasta con un cine negro americano más rupestre y convencional, patronaje que recién será superado en 1940 por Raoul Walsh y su gangster Roy Earle (Humphrey Bogart) en Alta Sierra. Un anticipo del nuevo rumbo se insinuaba un año antes en el Rocky Sullivan (de James Cagney) que fingía ser cobarde ante la silla eléctrica con tal de que los chicos [de Punto Muerto] no le admirasen, en Ángeles con caras sucias.

Con todo, lejos están estos otros clásicos de igualar el refinamiento conceptual de Duvivier, la sensibilidad de su cámara reflejando atmósferas o estados de ánimo, y su intervención en el script adaptador a dos manos con el excelente dialoguista Henri Jeanson (entre muchas otras, escribió Carnet de baile y Hotel del Norte).

Por momentos, los reflexivos diálogos y sentencias entre Gabin y el reparto parecen inspirados en Shakespeare.

El tratamiento otorgado al Slimane del excelente actor rumano Gridoux, es similar en envergadura al que Welles otorgaría mucho después en su Otelo al personaje de Yago (interpretado en las cumbres de la doblez por el insuperable Michael Mac Liammoir). Ambos maquinan la ruina de Pépé y Otelo aprovechandose del amor que sienten por Gaby y Desdémona.

Slimane intriga manipulando la nostalgia parisina de Pépé (transferida emocionalmente a Gaby), virtual prisionero de un barrio inexpugnable, del que sólo puede salir para dar con los huesos en la cárcel o su osamenta en la morgue.

Si en el moro de Venecia la íntima debilidad era inherente a su color, en este otro condenado a perecer, manda su insoportable afixia en la Casbah. Yago y Slimane saben derrotar con malas artes a los atormentados héroes que envidian y detestan.

La perversidad del acoso la insinuará luego con Gaby y su "protecteur".

Acosado en otro registro por su temperamental y celosa amante nativa, llega Gabin a entonar una balada en los techos de la Casbah cuando cree que al día siguiente volverá con la otra al Metro de sus sueños.

Duvivier supo aprovechar la olvidada tradición de chansonier del divo en ciernes, y la de una mítica Fréhel, envejecida y célebre en el París de antaño; aquí encarnando a una entrañable prostituta resignada a su destino.

Lo estrictamente funcional de estos números canoros encaja en todo lo demás, muy bien fotografiado y sin que secuencia alguna desmerezca el espectáculo.

En cuando a la ponderación del submundo lumpen que representan el protagonista y sus secundarios, se inscribe en un periodo de conquistas sociales y predominio de las izquierdas. Para esa opinión pública y el propio Duvivier, los lúmpenes eran víctimas del sistema, y los policías (no sólo Slimane), sus cancerberos. Ello otorgaba un notable handicap artístico y social a la pieza.

El destino real de sus actores principales conoció diversos avatares, sobre todo a partir de la derrota de Francia a manos del Ejército Nazi, en Agosto de 1940. Gabin cruzó con visado de Vichy a Portugal, desde dónde emigró hasta California, los brazos de Marlene Dietrich y un contrato con la Twentieth Century Fox, manejada entonces por Darryl Zanuck (amante contemporáneo de la diva francesa Simone Simon).

Pareja del trovador Tino Rossi durante unos años, Mireille Balin se congració con los ocupantes, quedando apestada para siempre ante sus compatriotas. Su fallecimiento en un hotelucho de mala muerte, con 57 años y un aspecto terrible contrasta con la sugestiva belleza (algo gélida) proyectada en éste y otros fimes de la época.

Dalio eligió el exilio norteamericano. Gridoux, que había debutado en el cine francés hacia 1931, continuó componiendo secundarios hasta 1951. La carrera de Line Noro transcurrió entre rodajes italianos y franceses oscureciéndose al finalizar la guerra.

Con antecedentes izquierdistas y prontuario en la Gestapo, Duvivier calcó el sendero de Gabin, Dalío, Jean Renoir, Victor Francen y otros grandes del cine galo. Sus filmes fueron prohibidos y tachados de degenerados y decadentes por la propaganda de Vichy y el alto Mando alemán. Luego retornó a la Francia liberada, sin poder igualar su encanto de los años ´30.

Ejemplo más o menos semejante ofreció Gabin, vaca sagrada de Francia y su colección de grandes mitos populares.

Hoy por hoy, considero ésta la mejor pelicula y la que menos envejeció entre los clásicos franceses del periodo, junto a Las Reglas del juego y La gran ilusión.


ESTE ESPACIO GUARDA LUTO EN EL DÍA DE HOY, A RAÍZ DE LOS RECIENTES ATENTADOS TERRORISTAS Y SUS DOS NUEVAS VÍCTIMAS.
















miércoles, 29 de julio de 2009

UN ARGENTINO POCO EJEMPLAR

El inefable Posse, diplomático de carrera, escritor de ocasión.

En "La Nación" de la fecha, vuelve este ayo de Eduardo Duhalde a su verborrea lenguaraz. La exhibió en un restaurante madrileño ante compatriotas suyos y míos, a raíz de un "Encuentro del Barrio de las Letras", patrocinado entre el Ministerio de Cultura que regentea Mauricio Macri en la Capital argentina, y la Comunidad Madrileña, en manos de la reaccionaria Esperanza Aguirre.
Mediando rico mantel y esgrimiendo un pretendido halo de gran escritor y opinante, farfulló despectivos comentarios sobre la encrucijada política austral.
Según él, los Kirchner son responsables de todo o casi. Sumiso nada menos que ante el mediocre responsable del suplemento literario del latoso diario ABC, rompió aguas reafirmando su cultura europeista ante los malones que asolan su tierra y otras (léase, cómo no, la Venezuela actual).
Fustigador de los que atacan bienes agrarios con "criterio leninista", se descuelga burlón ante el "vuelo de la Reina" (Cristina Fernández, Presidenta de la Nación ungida por el voto popular) en pos de rescatar a Zelaya (idem en su tierra) para el pueblo hondureño, habida cuenta del zarpazo oligárquico perpetrado con auxilio militar.

Su defensa numantina de los predadores negocios españoles en la Argentina, no tiene desperdicio.

"Observé que el fracasado vuelo de la reina había agregado un sentimiento de riduculez que sorprendía a los españoles tanto como las trapacerías de la negociación con Aerolíneas, las trampas con Repsol y el esfuerzo de un gobierno in articulo mortis para consolidar negociados como el de Telecom y "cubrirse" en la retirada como una banda de pistoleros provincianos y novatos que hubiesen querido asaltar nuestro de Fort Knox de adobe".

Preclaro avanzado de las bondades duhaldianas mediante las que Argentina restañaría sus heridas y pondría remedio a sus males, este snob setentón y "bien pagao" denostó a su país ante una serie de personajes que representan lo más penoso y decrépito de nuestra aldea.

Es como si la crisis que dispara el paro de este país hasta cifras desconocidas, y su crecientes índices de pobreza, no existieran para su entendimiento.

Volviendo el ojo hacia los talerazos seudopatrióticos del dandy, le acreditamos flamígero... como una pulga.

"La política y la perplejidad habían ganado la dulzura del postre.¿Qué responder? ¿Cómo justificarnos de la realidad de un gran país abandonado a las manos de los peores?"
A "Los peores" supo dedicarles en el 2003 encendidos elogios que guardan las hemerotecas.

Ante los ponderantes comentarios destinados por los asnos vernáculos del mantel madrileño a la cultura criolla, e invistiéndose de ser tácito embajador del ejercicio ( ubicua maña que conoce a fondo); el amigo de Videla y Massera remató sus reflexiones empleando florituras tan vacuas como encanalladas. Manifestándose compungido ante "la contradicción de escuchar los mayores elogios de Buenos Aires y nuestros artistas, sin poder dejar de avergonzarnos de gobernantes que son motivo de sonrisa y de risa. Los españoles conocen detalles y anécdotas y las repiten y comentan como los eternos cuentos de gallegos que eran moda en la Argentina."

Mal puede avergonzarse quien no tiene vergüenza. En cambio, la mía pasa por destacar la contradicción que existe entre el torrente de ediciones vacuas que brotan de nuestra industria literaria, y el real valor de la cultura escrita con letra mayúscula.

La que aquí no existe. Y que para un tipejo como Posse (lector contumaz de este espacio, me consta) pesa tanto como las plumas de Pavo Real que él y otros tunantes agitan de tanto en tanto.



miércoles, 22 de julio de 2009

BRENDA, LA MEJOR.

La gran peruana que Dios nos dió, desplegando su enorme calidez y una gran voz ayer noche, en el escenario de OT.
Era la mejor. Detrás, qué duda cabe, registraba su merecimiento el vasco Jon Allende.
Formalmente ganó Mario, pero Brenda, la vuestra y la nuestra, fue la mejor.
Sobre ella llovieron comentarios injuriosos, proferidos por dos crápulas: Risto Mejide y el macarra Alexandro Lequio, portadores del racismo fascista que pervive entre nosotros.
En la resolución final del concurso primaron factores diversos. Ninguno de ellos conecta con la sensibilidad, la calidad vocal ni la mera sensatez.
Enfrentados a esos valores, pesan, creemos, los Mejide y los Lequio. No en vano tienen voz e imagen en la televisión local.
Zorro viejo, sé distinguir lo fugaz de aquello que deja huella y pisa fuerte.
La Brenda de Perú, bien que nos lega una tierra mestiza de extraodinario acervo, presente en la memoria de la civilización incaica y nuestra brutalidad predadora de la conquista, merece reverencia y gratitud por el precioso regalo de su voz y el saber estar.
Su prometedora juventud nos la retribuirá, mediando el empeño y la entrega que le caracteriza cada gesto.
Aprovecho este post para felicitar a su Embajada en España, y la defensa que realizó de la dignidad nacional, vejada por miserables sujetos que merecen nuestro encendido repudio. Son los menos; aunque maltratan el honor y la dignidad de los españoles.
El Perú circula por mi sangre y está en mis huesos de catalán amamantado por las ubres de América Latina.
Os llevo, junto a Brenda, en mi corazón.

martes, 21 de julio de 2009

OTRO REPRESENTANTE DE LA PREPOTENCIA OLIGÁRQUICA.

Roberto Micheletti: El golpista de andrajoso disfraz democrático.
Las críticas a Hugo Chávez o Mel Salazar no me impiden ver el bosque oligárquico que pueblan sus enemigos. Pasaba igual con Perón. El grueso de sus opositores eran canallas, providencia que demostraron con creces tras derrocarle en alianza con la fracción antiperonista del Ejército y el grueso de la marinería.

La represión oficial en Honduras -a cargo de la soldadesca- recuerda aquél otro derrocamiento, conseguido a sangre y fuego. Chávez consiguió evitar el estropicio merced a sus fieles oficiales, comandados por el hoy apestado Isaías Baduel.

Entonces, los jerifaltes de la "Fedecámaras" cumplían el rol que hoy cumple a pie juntillas el miserable Micheletti.

La gestión del Presidente costarricense -y Premio Nobel de la Paz- Oscar Arias no dio los frutos esperados. El ex jefe del Congreso, hoy mandatario de facto, no se aviene a arreglo alguno con quien juzga peón geopolítico de Hugo Chávez.

Esa incuestionable verdad oculta otra más siniestra. La irritable oligarquía local no soporta experimentos reformistas, por más tibios que sean. El drama hondureño radica entonces en las hondas raíces del pasado y una tradición conservadora facilitada por la pequeñez del territorio.
Salvando al hoy exiliado y su equipo, en el que destaca su batalladora mujer, encabezando a los manifestantes en las calles de Tegucigalpa, no hay una alternativa a la caverna, como la hubo, por ejemplo, en El Salvador.

En la Argentina de 1955, una vez fugado Perón, los "gorilas" de la caverna selvática refrendaron lo que ya indicaban los luctuosos bombardeos de junio, vistiendo lienzos "democráticos", con la represión a mano y los tanques bien artillados. Durante años, ellos y sus aliados civiles sancionaron puniciones de oscura letra.

De haber triunfado el golpe contra Chavez se hubiera repetido la historia. La de Argentina en el ´55, la de Chile en 1973, la de Honduras hoy.

Ello, a pesar de las autocríticas proclamas de Barack Obama juzgando el caso, los esfuerzos de Arias y el aislamiento objetivo del gobierno espurio en el concierto americano. Parece claro que el modelo democrático que favorecerá Washington es el colombiano.

¿Y la CIA? Bien, gracias, poniendo la voluntad para que en América Central su gobierno no pierda más amigos fieles.


lunes, 20 de julio de 2009

DAVID (VIÑAS), EL PERPETUO ENEMIGO DE GOLIAT.

Representa una generación de escritores extinguida, sin ser de los que rinden la vieja fórmula.
Del Banco de la Provincia de Buenos Aires lo echó por huelguista el funcionario Arturo Jauretche en épocas de Mercante y Perón. Su origen radical colisionó temprano con el régimen aquél. Entonces, junto a otros intelectuales universitarios fundó la célebre revista "Contorno", de la que participaba el taxidermista y erizo vocacional Juan José Sebreli, aún vivo, siempre maleducado y esencialmente fóbico.
La trayectoria literaria de David es larga y ancha por dónde se la mire. Pergeñó novela, ensayo histórico, artículos de opinión, guiones de cine y obras de teatro. Con ochenta y dos primaveras no se rinde el gigante de las letras y la estatura. Corpulento y bigotudo al estilo novecentista, compartí con él café con leche y viandas en el Café de La Paz hace cuatro años.
Durante un viaje anterior nos habíamos cruzado en Losada (librería- café donde antes paraba) y le obsequié de pasada el primer tomo de "Perón. Luz y Sombras".
En la charla posterior dijo no recordar el obsequio, pero que igual encargaría a su secretaria revisar los estantes de su alborotado revoltijo literario, sito a dos manzanas de distancia, en su vecindario natal.
No me incordió el olvido. Él mismo era un olvidado por diarios, revistas y editores, pese a publicar textos nuevos de vez en cuando.
Sin cuenta bancaria ni pesos en el bolsillo, vivía con humildad (lo de la secretaria era una probable alumna de su modesto Taller Literario).
Ahí mismo le propuse una merienda.
"¿Convida...?- inquirió con criolla sencillez, agregando, "Acá andamos mal. Y yo peor"
"Descuide, Maestro. Es para mí un honor"-repuse, y nos sentamos en la zona de fumadores, pese a que odio el tabaco y el humo que desprende su combustión desde hace un cuarto de siglo.
En principio, lamenté que el Estado Argentino no le pensionase. Él, que lo merecía, se lo tomaba con soda. Era un aperitivo más, de los que sirve un país desmemoriado.
El resto del café, las viandas y la hora larga de reunión se matizó aquella tarde junto a viejas anécdotas sobre el primer peronismo y el voto póstumo de Evita, presenciado por él en calidad de fiscal local por la Unión Cívica Radical.
"Perón estaba ahí arriba, junto al lecho. Ella parecía una de esas muñecas de porcelana que se ponen sobre la almohada"- dijo.
"¿Compungido el hombre?"- pregunté.
"Tenía cara de nada"- respondió David untando el resto de una medialuna en la taza, todavía humeante...
Hoy volví a saber de Viñas gracias a un reportaje de "Clarín", a propósito de un nuevo libro sobre Simón Bolivar, realizado junto a otra escritora, con la que comparte una Cátedra de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
Equiparar al supuestamente "presidenciable" bufón [Marcelo] Tinelli con "el pobre diablo" Ronald Reagan (otro bufón menor del espectáculo) es parte del ingenio que diferencia a Viñas de cualquier figura solemne de las letras y las artes.
Es varón sencillo y mordaz, fumador empedernido, antiguo conquistador de hembras variopintas (una de las penúltimas fue Soledad Silveyra), y aplica el mostacho, tan nevado como su abundante melena de trazo juvenil, para disfrazar un poco la ausencia absoluta de piezas dentarias en el maxilar superior.
A quien perdió dos hijos y una nieta durante el "Proceso" (mientras él, amenazado de muerte guardaba exilio en España) le importan un carajo las minucias del tenor. Además de sufrir ante esas y otras pérdidas, se lo autoriza la bohemia contumaz, de venerable imaginero sabedor de su leyenda.
Resulta que David- como tantos antiperonistas de su generación en los primeros años ´50 -conversos primero al frondizismo y luego al populismo, mezclado con una suerte de marxismo tropical- aún cree en Cuba, Castro, los nuevos compadres de la zona, y sobre todo en el rutilante Hugo Chávez, quien hace poco le invitó a visitar Venezuela.
Todavía en el 2007, estimaba que Néstor Kirchner "era lo mejor que les podía pasar a los argentinos". Con Chávez fue mucho más entusiasta.
El argumento que le inclina a favor de esa tropa -con la que el ex Presidente criollo y su socia fraternizan de tanto en tanto- es la condición de gobernar "países humillados" por el imperialismo, enfrentándolo.
El esquema pertenece a la tradición argentina, inaugurada con Yrigoyen y ahondada con Perón, con resultados que aún discute una mitad del país con la otra.
En el fondo, Viñas permanece aferrado la vieja historia bíblica del David que venció a Goliat.
Poniendo el hombro a la inspiración biblica y su identificación con los iconos heroicos se edita "Bolivar", texto inicial de una colección que piensa abarcar a otros caudillos rebeldes, como Pancho Villa y Emiliano Zapata.
Arropado en esa mística y con un público que acogerá calurosamente la iniciativa en Argentina y varios países latinoamericanos (sobre todo la Venezuela actual), nuestro hombre retoma el viejo sendero polémico y retador, jamás interrumpido.
Fiel al mismo, considera la aludida "humillación" un fenómeno nacional, y no social, propio de sectores privilegiados que excluyen y humillan a otros dentro de las fronteras, abriendo la puerta teórica a experimentos regresivos.
Los demonios llegan de afuera, como la culpa ajena, heredada sin querer. El infierno está en los otros, no en nosotros y en todas partes.
Esta visión del pago chico y amenazado, desestima la corrupción de las nuevas elites populistas que dicen resguardar la patria y sus bienes frente a la voracidad imperial. Calco tardío del legado que, Perón primero y los Castro hasta hoy, transmitieron a los actuales advenedizos y sus simpatizantes.
Mis lectores saben que el enfoque que realizo de la Historia es otro; aunque sin vueltas respete a Viñas. Al igual que él, no me gusta Borges, y pese a desestimar que Marx haya sido "un ganapán" o que Chávez herede a Bolívar en materia de principios y honestidad personal, el Aristotélico ensayista, el otro David de pluma en ristre, me cae mucho mejor que su confeso discípulo Feinmann.
Quizá porque disfruté de su obra en el pasado; aunque comprensiblemente y dada su circunstancia, él sea incapaz de disfrutar la mía en el presente.




PAJARITOS Y PAJARRACOS 2 : EL BRUTAL CONTRASTE Y SUS CRONISTAS.

Un indio toba en su tapera chaqueña.

No por cierto el tabulado 40% de los argentinos pobres llegan a este extremo, aunque muchos se acercan peligrosamente.

En el ejemplar correspondiente de Página 12 el sábado, José María Pasquini Durán admitió el brutal contraste entre los ricos y los pobres de Argentina. Durante el menemismo, el personaje lonjeó reciamente a sus protagonistas. Hoy, al igual que Horacio Verbitsky, el oficioso Mario Wainfeld o Susana Russo cubre el ala "progresista" del kirchnerismo. De ahí que, si bien admite el aludido contraste social, acompañado por el quintuple abultamiento en la fortuna del matrimonio gobernante desde mayo del 2003 -calendario que inauguró el desembarco en la Rosada- hasta hoy, les obsequia desde su columna y bajo el título "Chamuyando", el siguiente ramo de olivo (destinado justamente a los moradores de Olivos).

"...Una de las frustraciones de estos seis años, sobre todo durante las vacas gordas, es que la distancias entre ricos y pobres se amplió en vez de achicarse y ahora mide más o menos tres veces el porcentaje que registraba durante el último gobierno de Perón, en los años ´70. Es posible que los presidentes (él y ella) no quisieran esa injusta distribución de la riqueza (el subrayado es mío), pero en su afán de crear una burguesía nacional que sustituya las transnacionales que coparon la economía en los años ´90, y la forma progresiva y lenta de trasladar beneficios a los más pobres, por vía de creación de empleos, dieran resultados distintos a los que anunciaron".

¡Cómo se puede ser tan chantapufi! Eso lo experimenta Pasquini en carne propia, yo se lo traduzco al criollo. Quizá tenga razón el tunante en una cosa: los kirchner no "quisieron" esa injusta distribución de la riqueza, ni tampoco una más justa. En realidad, les importaba un pepino todo el asunto.

Estaban centrados en utilizar el poder del Estado enriqueciéndose a espuertas en la mejor matriz menemista. Tal era el propósito, por cierto excluyente; si no, cabrá releer The Merchant of Venice para advertir hasta qué extremo llega el afán de acopiar bienes y fortuna en ciertos espíritus logreros.

En franca sintonía con las premuras de sus amos, Pasquini relaciona el peronismo de esta gente con el del "último gobierno de Perón", sin aclararnos a cuál de ellos (el del agonizante líder, el de Lopez Rega- Isabelita- Celestino Rodrigo, o quizá el de Mondelli- la susodicha y la CGT de los que "se borraron") remite el porcentaje comparativo entre pobreza y riqueza.
Más misterioso aún es lo de las "vacas gordas".

Que se sepa, en la Argentina creció el empleo y mejoró el desastroso cuadro económico heredado de la crisis del 2001. Pero los bajos salarios y la precariedad laboral en un concierto de vacas gordas y peones flacos, marcaron el fin de la nueva etapa al deteriorarse los términos del intercambio y caer los precios de la soja.

La evocación pasquiniana de Perón conectándola -pese a lo escrito- con los kirchner integra esta ponzoña subliminal que intenta colarnos.

Sin duda, y al igual que Feinmann, Verbitsky y toda la patulea representada por esta flexible socialdemocracia de origen montonero, ha encontrado la servidumbre ideal, o casi.

La acelerada erosión del modelo no le hará, de momento, perder la columna de opinión y cierta égida de virtual chancellor en Página 12. En cualquier caso, el remonte político de Pino Solanas y su troupe renovadora del modelo, le garantizan un puesto seguro en el poskirchnerismo.

Al menos, el intrépido Pino vive de sus películas, que pisan fuerte, no de culposas operaciones rentísticas de orden inmobiliario, históricas en Néstor, Cristina & Asociados.

No deja de ser un consuelo, aunque más modesto y adaptado a lo que se viene para cualquier habilidoso del "chamuyo".



viernes, 17 de julio de 2009

EL NARCOESTADO Y LA LUMPENBURGUESÍA EN ACCIÓN.

Hugo Chávez Frias en plena exaltación; previa, claro está, a cierta nueva que lo sumerge en el descrédito universal.

El reciente informe del Congreso norteamericano no es para tirar cohetes. Según los partes, Venezuela es ya un narcoestado.

El proceso de globalización alcanza el tráfico de drogas desde hace tiempo. La delincuencia no sólo capta a los hambrientos y desarrapados, sino a los ambiciosos de poder. Recordamos para el caso la lúcida definición del economista teutón y neomarxista André Günder Frank (1929-2005) sobre la lumpenización de ciertas capas burguesas, añejas o emergentes. América Latina fue pródiga en ejemplos, sin respetar categorías ideológicas.

Al panameño Omar Torrijos, difunto populista que tanto cautivó a Graham Greene, le sucedió el narcotraficante Noriega, como él General y Presidente. Hoy, el sátrapa purga cárcel de por vida gracias a una oportuna invasión de marines. Fidel Castro y su régimen se vieron envueltos en el run run, cancelado mediante fusilamientos, también oportunos.

Técnicamente, México es un narcoestado, pese a los esfuerzos del Presidente Calderón y la clase política, alarmada por el magma nacional. Colombia ya no es lo que era, aunque tampoco lo que debiera ser. Todo a su tiempo si la ruta es correcta.

Ahora llega con fanfarrias al listado de la infamia Venezuela, de la mano del populista más agresivo de la zona.

Las democracias defectuosas son pródigas en materia de corrupción. Ni qué decir de regímenes dinásticos teñidos de rojo sangre, al estilo cubano, chino o coreano del norte.

Pero en la patria de Simón Bolívar -prócer hoy sometido al copyright de un insensato paracaidista-, los generales y adictos al régimen trafican a espuertas.

No habrá que asombrarse del carácter "asistencial" del doble experimento. El historial mafioso de todas las latitudes practica la caridad y fomenta cierto bienestar entre aquellas clases de las que recluta incesantes oleadas de sicarios, soplones, camellos, y nuevos valores criminales.

Una somera ojeada a la Rusia de Mevdevev y Putin nos ilustra sobre el carácter compacto de esta lumpenburguesía hecha Estado.

Cuando la democracia está en la cornisa, el precipicio está a un paso.

Los arbitrios del populismo lejos están de remitirse a las propias fronteras en esta era global. Ahora los articula con las mafias internacionales un boyante narcotráfico.

Los congresistas norteamericanos son conscientes de ello a la fuerza, pues los mayores alijos de droga son aquellos que procesan y consumen sus compatriotas, en la que aún sigue siendo, pese al descalabro económico, la mayor potencia del planeta.



miércoles, 15 de julio de 2009

LAS CLAVES DEL GENIO: HAMLET. PRÍNCIPE DE DINAMARCA.

Sensitivo y fino retrato de época perteneciente a William Shakespeare, reinventor de una vieja leyenda islandesa que supo proyectar al Universo.

La leyenda del siglo XII fue inicialmente llevada al pergamino por Saxo el Pragmático. Su protagonista era el Príncipe Hamlet, Amleth o Hamlode, primogénito de Howlendilo rey de Jutlandia, y de Geruta, hija del Rey de Dinamarca.

Ésta traiciona al monarca y marido yaciendo con su cuñado Fango, que al fin le asesina, asumiendo el trono. Hamlet fingirá locura hasta vengar la memoria de su amado padre.

Sin registro de la propiedad ni derechos de autor a la vista, antiguamente circulaban las leyendas y catástrofes con entera libertad, pese a que los escritos que las documentaban existieran en muchos casos. Shakespeare se sirvió en más de una ocasión de anécdotas -verídicas o imaginarias- para redactar sus obras y después representarlas. Cabe no olvidar que era ante todo un intérprete, para el que los escritos de su autoría eran valor agregado, pese a lo célebre que le hicieron en su momento, y mas aún en la posteridad.

Una mirada superficial entre este antecedente de la tragedia de Hamlet y el planteo desarrollado por Shakespeare tres siglos después, no observa diferencias. Empero, ellas existen de modo significativo en el tratamiento de la tragedia y su resolución.

De nuevo nos sitúa el maestro en uno de sus escenarios preferidos: los pleitos de familias encumbradas y la agitada pugna interior de sus miembros por el control del poder. En el fondo, aunque tercien cuestiones que afectan o no la moral, tal es la clave del introito shakepeareano, rebosante de buenas o malas artes, y con escasos héroes a la vista.

Maestro en el uso de metáforas y parábolas aplicadas al comportamiento humano y su ristra de pasiones, -prodigiosamente articuladas en escena-, el Gran Bardo transforma una anécdota criminal e incestuosa, rematada por la venganza, en un drama extraordinario.

Su héroe hereda el legado de vengar la muerte ominosa del monarca a manos del hermano, tras arrebatarle el amor de su mujer, a instancias de su fantasma, resentido morador de las empedradas torres de Elsinor.

El Castillo que sirve de escenario a Hamlet y su entorno empezó a construirse en 1582. Diez años después se consigna que una compañía de actores británicos actuó ante la corte dinamarquesa por cuenta del ayuntamiento. Entre sus intérpretes, figuraba presuntamente Shakespeare, de ahí que reflejase con absoluto detalle la estructura de la fortaleza y los rituales festivos signados por la fanfarria e incesantes salvas de cañonazos.

El autor dota a su versión principesca de un claro instinto reparador, matizado por ciertas dudas que por momentos lo refrenan. La presencia de Ofelia y su padre Polonio, alcahuete real fiel al usurpador (rebautizado Claudio), son creaciones que exceden la previa reseña de Saxo el Pragmático, aunque en ella no falte su muerte tras el cortinado a manos de Hamlet, debida según el más antiguo cronista, a su intención de asesinarlo.

Horacio y Laertes tampoco registran antecedentes. El primero es paradigma de la lealtad, el segundo otra marioneta en manos de un padre entremetido y fisgón que sirve al asesino. A su influencia se debe la frágil naturaleza de Ofelia, su hija menor, amada por Hamlet de manera contradictoria.

La Reina madre, previsible adúltera pre mortuoria e inmediatamente desposada por su cuñado ante la sorda furia del hijo, responde al viejo escrito sin que se acredite al mismo su arrepentimiento final, rematado por el virtual suicidio bebiendo el copón de veneno destinado al hijo, ya en mortal duelo a espada con Laertes, bajo aviesa instigación de Claudio.

La razón de la ira que consume a Laertes, son dos muertes; la de Polonio, seguida por la de su hermana Ofelia, conturbada por una pérdida que agravó doblemente el aparente desamor de Hamlet.

La naturaleza torcida del joven se revela al aceptar el veneno con el que Claudio ofrece untar la punta de su filo. Sin embargo, se endereza ante la muerte que le destina Hamlet hacia el fin del duelo, revelándole a su vez que él también morirá por el efecto emponzoñado de un cobarde rasguño practicado fuera de programa.

El responsable, declara en el último aliento, es el Rey. En el ínterin, Gertrudis se desplomaba ante la pena infinita del Príncipe.

La reacción inmediata del susodicho, a sabiendas que el rasguño envenenado no tardará en hacer efecto en su organismo, precipita el fin del drama ultimando a su enemigo ante la azorada corte en pleno, para morir en brazos de Horacio, el fiel amigo; aquél que inicialmente le anotició sobre el deambular fantasmal del ánima paterna, bien entrada la noche, entre los altos torreones de Elsinor.

Multitud de autores y críticos han supuesto altas cotas de misoginia en Shakespeare a raíz de esta impresionante obra maestra.

Su entrañable afecto por Horacio contrasta con el doble desprecio que profesa a Ofelia -a quien juzga tonta y superficial- y por su madre adúltera, cómplice objetiva (aunque no consciente, por eso al final se inmola), del crimen perpetrado por el desalmado y ambicioso Claudio. A esa misoginia -dudosa a mi juicio- se une un sentimiento incestuoso por la madre. De ello no caben dudas.

Sí semeja brumoso, el causal materno de infidelidad. ¿Por qué razón si el difunto monarca era tan noble y extraordinario como el hijo lo pinta, ella le traicionó yaciendo en brazos de un reptil? A la pregunta responde el autor culpando la frivolidad del temperamento femenino, sin convencernos del hecho.

Pero por encima de cuestiones menores en relación con la potencia del mensaje, el genio del autor nos sitúa en un escenario donde el bien y el mal se enfrentan, mediando sentimientos de venganza por un lado, y perversos, o cobardes y confusos por el otro.

Al primer bando pertenecen Hamlet y su amigo, silencioso testigo de la tragedia. Al segundo el espurio matrimonio Real, el malmetedor (y aventajada víctima), junto a sus hijos, sometidos a un criterio que favorece la injusticia, tapando el crimen cometido en la persona del monarca.

La simulación de la locura es coherente con un plan que al fin y al cabo no desmerece su consecución.

Estoy persuadido del bajo peso específico de las dudas en Hamlet, si se las compara con el espíritu vengador que le guía. Cierto es que vacila cuando, tras la función de cómicos a los que cambió el libreto escenificando el crimen de Claudio (un experto en el uso de pócimas envenenadas) aprovechando la siesta real en el jardín, el culposo asesino parece derrumbarse y atina un rezo de espaldas a él, portador de una daga justiciera.

No desea su enemigo que vaya al cielo tras morir de esa forma. Por lo tanto, retrasa el propósito, ignorando que su tardía consumación causará además tres nuevas defunciones, incluida la suya en el acto final.

No obstante, observo a la criatura más eminente del genio, como a un auténtico ángel exterminador. En el fondo, entrañable en su fidelidad a ciertos valores de bondad y hombría de bien. Hamlet es el más consciente y virtuoso de los personajes, por lo que le toca. Shakespeare nos aclara que, tanto el extinto padre como su hijo son amados por el pueblo, a diferencia del canalla que manchó el trono de sangre.

No hay por cierto una mirada social en la obra. Los términos de justicia e injusticia caben en la ética o sus grados de ausencia de cara a los restantes personajes. Práctica que se extiende a episódicas marionetas como Rosencrantz y Guildersten, mensajeros de la traición mortal para un viajero y táctico avezado, que procederá a eliminarlos durante una presunta navegación a Inglaterra.

No he de insertar en esta leve crónica ningún pasaje vivo de la obra. Lo que sigue faltando a quienes tentamos desarrollar escritos veraces es releerla con minucia e interés, tantas veces cómo sea posible. Hamlet. Príncipe de Dinamarca es una fuente inagotable de ideas y percepciones, sutiles y aún brutales en su realismo descarnado.

Cabrá entonces disfrutarla, sumergiéndonos en cada parlamento, secuencia o acto de lo que el genio nos legó, dispuestos a distinguir en nombre de la belleza y el imperio de la lucidez, los sombríos matices que distinguen la naturaleza humana.







lunes, 13 de julio de 2009

EL HAMLET CLÁSICO.

Es por excelencia el que interpretó y dirigió Laurence Olivier tras largas temporadas teatrales, condignas de su estirpe dramática. Aquí, rindiendo homenaje a lo que queda de su fiel bufón, al pie de una fosa que pronto llenará el cadáver de Ofelia.

Fue irresistible visionar de nuevo esta esplendidez.

En una obra de arte, todo, o casi todo está por descubrirse, aunque los anales de la crítica y la memoria hayan refrendado tiempo ha el prodigio. Y abrir los sentidos y la percepción a este Hamlet clásico, rodado en mismo año que Orson Welles cocinaba su soberbio Macbeth con los misérrimos 30.000 dólares que la Republic Pictures restaba a las polvorientas cabalgadas de Roy Rogers o Sunset Carson, ha enriquecido mis incursiones del pasado.

Más medido y centrado que el Hamlet de Zeffirelli, el de Oliver despliega una atmósfera igual de enrarecida, aunque algo más claustrofóbica. Si bien el reparto que acompaña al actor y director se ajusta a la redondez de la obra, es éste quien absorbe los sucesivos fotogramas. En tal sentido cabe apuntar que, comparativamente el Hamlet del italiano pertenece al director más que a los actores, en cambio el de Olivler responde por entero a su genio y figura; en escena y tras la cámara..

Ya he referido mis preferencia por la Ofelia de Jean Simmons y la Gertrude de Glenn Close. Menos sombrío e imponente que el Claudio de Alan Bates, aunque grande en el concierto dramático, el menudo Basil Sydney hace juego con Olivier.
El resto pertenece a la cámara y su puntual registro de sombras [y personajes sombríos] en blanco y negro sobre los interiores de Elsinor, castillo insinuado más que manifiesto, sin que el cartón piedra que le otorgaron al Shakespeare de Welles en el poverty row fuese tan obvio.

En boca y gesto de Olivier cobran vida los potentes textos de Shakespeare, adaptados al metraje con abundosas licencias que, no obstante, lejos están de profanar su mensaje.

Sujetar el lenguaje fílmico aquello que pertenece a la viva escena teatral es doma imposible. De modo que Olivier y sus guionistas procedieron con acierto a la hora de montar el filme, suprimiendo bocadillos y algunos personajes terciarios en beneficio de la acción.

En 1948 el personaje proyectaba los cuarenta años de su intérprete, más maduro y circunspecto -si cabe- que el de Mel Gibson (con treinta y cuatro entonces); movido por una pasión que desbordaba las dudas y vacilaciones que el primero representa.

Sin embargo, la enorme personalidad de Olivier y su inigualable tensión dramática, de la que surgen truenos y rayos en instantes decisivos, desbordan cualquier comparación o lid. Siendo notable la composición del australiano Gibson, la del actor británico es extraordinaria.

Por ello y en tanto que personaje, su Hamlet es y será único en la historia del cine.

Todo, a pesar de que su estreno convocase muchos menos espectadores que la colorida, excelente y bien presupuestada Enrique V, desplegada con singular suceso cuatro años antes y en plena Guerra Mundial, deparando a su primer actor y director el nobiliario título de Sir.
Siete calendarios después, en otro marco histórico menos azaroso que el de una guerra o su posguerra afectando millones de compatriotas, el talento de este enorme artista nos depararía un inigualable Ricardo III.





sábado, 11 de julio de 2009

viernes, 10 de julio de 2009

METERSE EN HONDURAS.

Los tanques y el fuego artillado dejaron víctimas entre los manifestantes.
Pero si bien el secuestro y expulsión de Zelaya, con la represión posterior, pertenecen a los fierros, es un estamento civil respaldado por previsibles intereses geopolíticos quien decidió el operativo.
La trágica historia de la República de Honduras, de población mestiza en un 90%, con un 1% de blancos y varias etnias, fue signada por las intervenciones militares durante casi dos siglos. En 1965 ya se contaban en su haber la friolera de 165 golpes de Estado.
Parte de ellos saldaban rencillas entre grupos civiles y militares enfrentados sucesivamente, exceptuando el periodo registrado por la férrea dictadura del General Triburcio Carías Andino (controlando directa o indirectamente el poder durante un cuarto de siglo) y algunos interregnos constitucionales, de entre los que destaca la gestión del jurista Manuel Gálvez, propulsor de leyes sociales, libre sindicalización y férreas normas laborales, decretando las ocho horas diarias y la prohibición de explotar menores.
El seguro social extendido a la población recién en 1962, fue posterior.
Contra la estabilización de la vida social y política del país conspiraron tres factores decisivos. Siendo el más importante la debilidad económica, basada en la agricultura durante décadas, contaron los enfrentamientos regionales (a menudo luctuosos) con Nicaragua y El Salvador, junto al poder omnímodo de la United Fruit Company, fundido a la estrategia neocolonial del Departamento de Estado.
Ya en 1916, un Presidente provisional designado por Washington en medio de cierto desbarajuste, juró el cargo a bordo del crucero "Tacoma". Nueve años después, desde nuevos cruceros bajaron a suelo hondureño destacamentos bien avituallados de marines, enviados para adecentar la semicolonia.
En calidad de tal, su territorio sirvió entre 1953/54, de base operativa para el entrenamiento de tropas mercenarias, destinadas a invadir la vecina Guatemala y echar al Presidente reformista, Coronel Jacobo Arbenz, enfrentado a la United Fruit Company.
Sobre los años ´80 del penúltimo siglo la democracia pareció estabilizarse, bajo la perenne alternancia oligárquica de conservadores y liberales.
El depuesto Zelaya, depuesto con su stetson de ranchero próspero y la sonrisa invariable en cada evento reivindicador de su caída potestad, es un hacendado liberal de origen conservador pasado al chavismo. A diferencia de la vieja trayectoria de asonadas castrenses, esta vez los cuarteles sirvieron al estamento conservador, mayoritario en las cámaras congresuales.
La razón de esta servidumbre cercana a la maestranza, hay que buscarla en la reforma militar, emprendida por el Presidente Carlos Reyna Equíadez en 1994, suprimiendo el servicio militar obligatorio.
Esta profesionalización sin base de masas (semejante a la emprendida en Argentina y otros países) subordinó en definitiva la fuerza armada al estamento civil.
Así lo acredita la seguridad que ostenta el desvergonzado y prepotente Micheletti, arguyendo valores que podían haberse defendido mediante el juicio político, sin necesidad de deponer al legítimo mandatario.
En apariencia estos déspotas (a los que se asocia y sirve en realidad la cúpula del Ejército) pone la economía del país en aprietos, al cancelar el régimen venezolano su vital chorro de petróleo. Sin oro negro pero con destacamentos sanitarios de probada experiencia enviados a suelo hondureño en auxilio del reconvertido Zelaya -y ahora retirados por los Castro-, las dificultades de este gobierno de facto son evidentes.
La presión de un crecimiento demográfico acelerado fue una de las causas que determinó el populismo en ciernes, hoy interrumpido.
Creo que, pese a las movidas del costarricense Oscar Arias, la OEA y las declaraciones de Barack Obama condenando al régimen del siempre trajeado Micheletti y su derramamiento de sangre, desde los EEUU se aplica una doble política, requerida por el lavado de imagen respecto de Bush y largas décadas de ingerencia imperial en América Latina, conectada subterráneamente a la premura por eliminar un flamante peón de Chávez y los Castro.
El frente articulado por Cuba y Venezuela ha sumado tantos con el arribo del ecuatoriano Correa, el boliviano Morales y hace poco, mediando el retorno del nicaragüense Daniel Ortega (el peor de todos).
Las buenas migas de los líderes supremos del pelotón populista latino con Rusia, China e Irán resienten la esfera de influencia de los EEUU, y el "nuevo trato" que propone la Administración Obama a Latinoamérica.
A pesar de los nuevos cantos de sirena de Washington, ningún bloque de poder, y menos el de un pequeño país como Honduras, puede atreverse a tanto sin su respaldo tácito (y activo por parte de la CIA), con todo lo subterráneo que aún permanezca.
El tema de la "negociación", lanzado al vuelo ante la imposibilidad de restaurar por medios pacíficos los poderes de Zelaya, señala en principio a Micheletti como vencedor, pese a su inevitable transitoriedad.
Si el Presidente americano y la señora Clinton hubiesen tronado en vez de alzar la voz con una paloma de la paz en el hombro, el golpe sería un recuerdo. No es la primera vez que el doble juego cruzando buenos deseos y malos propósitos se activa. Los ejemplos del dominicano Juan Bosch y el haitiano Aristide desvelan una táctica de desgaste que funcionó en el pasado.
Depuestos por los fierros, ambos líderes rodeados de gran prestigio popular, volvieron tras un tortuoso y erosionante interregno, precedido por protestas formales del "Gran Hermano" contra los golpistas de entonces.
Tras el retorno, ya no eran los mismos. Ni ellos ni sus países.
A Zelaya, menos líder con convicciones que político oportunista de ala ancha (cómo el sombrero paquetón), le aguarda igual destino.
También a Honduras, y sus siete millones largos de habitantes; humildes e inermes a cabeza descubierta la inmensa mayoría.
Es lo que hubo, por desgracia habrá, y seguiremos denunciando quienes creemos en la democracia y el estricto respeto a la voluntad popular.









miércoles, 8 de julio de 2009

A PROPÓSITO DE HAMLET, ZEFFIRELLI, GIBSON Y CLOSE.

La carátula videográfica de una cinta memorable.

Al redactar estas líneas confieso haberla visionado en dos ocasiones. La primera en el cine, en épocas de su estreno; la última el pasado domingo.

Probablemente yo haya consumido la versión de Laurence Olivier diez veces o más. El deleite fue tan enorme que conservo su formato en DVD, para volver a ella ni bien me apetezca.

Pero la de Franco Zeffirelli es deslumbrante y abrasadora. Se conjugan en favor de tanta pasión narrativa, varios factores. El de una pieza teatral que es joya mayor entre las mayores, brinda el marco adecuado. La atmósfera y los diálogos de Shakespeare siguen vivos, señalándonos cimas de ambición, crimen y engaños como propios de la naturaleza humana.

Su Hamlet cinematográfico se une el espíritu de la venganza frente a todo ello. Si en la versión de Oliver la sustancia británica y algo circunspecta del autor se preserva en una puesta en escena eminentente teatral, digna del talento del gran actor y sus grandes camaradas de escena, en Zeffirelli, se agrega al dramatismo clásico del Gran Bardo el torrente de sangre latina que enciende aún más la tragedia del texto.

A la presencia de un Mel Gibson extraordinario, desvelándonos tensión creciente y especial vigor, matizado por cuotas elevadas de tormento y rebeldía en cada parlamento, se unen la gran Glenn Close, más erótica y vulnerable que nunca en su papel de Gertrude, una madre traidora e incestuosa desde el fondo de un alma tan turbia como frágil en decisivos instantes.

Alan Bates, representando a Claudio, tío de Hamlet y asesino de su padre -el noble monarca de Dinamarca (fantasma que escenifica con propiedad el veterano Paul Scofield)-, está a tono desde el primer fotograma, cuando su rostro en contrapicado ante el cadáver funerario de su víctima semeja el de una fría estatua de piedra.

Quizá desentone ante estos tres grandes intérpretes Helena Bonham Carter componiendo una Ofelia desprovista de encanto, con su cara de pequeña manzana golden. Oteando sus tenues remilgos echamos sin duda en falta el supremo atractivo de una joven Jean Simmons.

En cambio, la Close supera en atractivo a su ilustre antecesora, la actriz británica Eileen Herlie, gran figura teatral a juego con la cierta gelidez de Oliver; aunque menos impactante de lo esperado.

En Zeffirelli el marcado acento vengativo del héroe se une a la pasión incestuosa por la Reina Madre, redimida gracias a Shakespeare hacia el desencadenamiento de la tragedia final y sus víctimas.

La flojedad de esta Ofelia acentúa el contraste del personaje entre una y otra versión, reflejando el único desnivel dramático que se percibe en el filme.

El apasionado beso en la boca que se brindan Gibson y Close tras una escena de gran tensión, plena de reproches y morbidez, apenas amaga una distante mueca de cariño entre él y la Bonham Carter. Es probable que la homosexualidad de Zeffirelli haya acentuado el rush entre madre e hijo, amortiguando el pálido ensayo entre el novio y su prometida sin revelársenos por ello misógino.

Personajes secundarios de envergadura como Polonio (el fisgón padre de Ofelia, muerto involuntariamente por Hamlet), y Horacio (amigo del alma del héroe), reconocen respectivas (y excelentes) interpretaciones de Ian Holm y Stephen Dillane.

Hay otro factor a destacar, y el mismo radica en la clara influencia que Orson Welles y sus versiones de "Macbeth", "Otelo" y "Campanadas de Medianoche" (compendiando esta última tres obras de Shakespeare) han desempeñado en el enfoque estético del director peninsular, de por sí algo flojo en la tan comercial "La fierecilla domada" (sirviendo a Elizabeth Taylor y Richard Burton), o las más artísticas "Hermano Sol, hermana Luna" y"Romeo y Julieta".

Aquí, los sabios chiaroscuros domeñan por instantes el color estableciendo un precioso equilibrio entre drama y escenario.

La atmósfera del filme es sombría e impactante, propia de un cine de alta calidad. La música de Ennio Morricone mima una vez más el celuloide con espléndidos acordes a tono con la tragedia y sus momentos culminantes.

Estimo que insertaré de nuevo este Hamlet supremo y emotivo muy pronto en mi DVD. Esta clase de néctares merecen ser degustados entregando la voluntad y el interés. No creo que la presente mirada fílmica del atormentado Príncipe, morador sombrío del castillo de Elsinor, sea superada en muchas décadas.

De momento lo han probado Kenneth Branagh y su bostezante ensayo.

Hoy considero, pese a las alteraciones que Zefirelli introduce en la estructura teatral y el desarrollo original de la pieza, que el suyo, impreso en 1990, es el mejor Hamlet del cine.

Imagino que, de revivir Shakespeare, lo aplaudiría calurosamente...






EL CONSIGLIERO DE BERLUSCONI Y SUS PRONTAS RESPONSABILIDADES.

Hételo ahí, a Paolo Vasile, el "Padrino" y Delegado supremo de Telecinco.

Ayer noche desde el feudo berlusconiano se perpetró otro atentado contra la cultura. Quizá sea el mayor del hasta hoy conocido en cualquier emisión.

Corrió a cargo del abominable Risto Mejide, experto en vaciar el intestino en sus juicios sobre los concursantes, profesores, y colegas del Jurado.

En la ocasión, el vertido se centró en la homofobia militante, al más rabioso estilo nazi.

Sostener que los jóvenes concursantes "chupaban el culo" de sus profesores comportó una de ellas. La segunda cargó contra Llacer y su gente, reprochándoles usar a los chicos como objetos de excitación sexual en vez de alquilar "strippers" para saciar sus instintos. En el tercero y más bestial de todos les previno sobre los agujeros que se tapaban en el área docente del concurso.

Aquí es dónde la paciencia de Jesús Vázquez se agotó. El presentador, notable profesional, Alto Comisionado de la ONU y gay dignísimo, cargó contra el miserable esgrimiendo argumentos contundentes.

Ponemos punto final a la reseña de un evento degradado, con alumnos desanimados -y constantemente sometidos al terror de galas, que Mejide manipula a voluntad sin que nadie lo eche-, destacando a su auténtico valedor.

Pues sin la aquiescencia del antropólogo y "Padrino" Vasile, esta manifestación de incultura y falta absoluta de respeto por concursantes, Academia, especialistas del Jurado y una audiencia mayoritariamente joven, no sería posible.

De cara a la juventud española y su formación, el ejemplo no puede ser más nefasto. Operación Triunfo pasó, de ser un concurso canoro y juvenil aceptable, a este esperpento gore, de horrenda entraña.

La televisión es un espacio público desde el que no pueden acometerse tamañas vejaciones sin una respuesta oficial. ¿De qué sirven los controles estatales si no proceden a actuar cómo Dios manda, sobre la higiene mental ciudadana?

Llamo a todas las organizaciones humanitarias, a la Conferencia Episcopal, las formaciones políticas y a todos aquellos ciudadanos que respeten los valores culturales verdaderos, a repudiar este espacio de Telecinco, en tanto ampare a este protégée degenerado y sus vertidos.
La alarma social se extiende a espacios del corazón o la mañana, dónde, los contertulios de pago suelen comentar frívolamente asuntos como éste, de especial gravedad.
Al hacerlo, asumen el código, trasladándolo a la audiencia y sus hábitos. De forma tal que, el latrocinio, su vocabulario soez y la ofensa a la dignidad de las personas, se estabiliza en los medios con la mayor desvergüenza.
El proceso degradante no lo inician Vasile, Gestmusic ni este agresor de mala película; un maltratador de cuidado que de hecho estimula todo tipo de agresión social. Nació mucho antes, parido por los regímenes autoritarios y trasvasado hoy a países democráticos.
Las causas de la venenosa filtración son diversas; sus efectos, invariablemente letales.
El respeto por la dignidad humana que aguarda a nuestro hijos y nietos en el futuro está en juego merced al perverso mecanismo. Será inútil elevar, tan luego, los programas educativos en escuelas, Institutos y universidades si, desde un medio tan accesible y poderoso como la TV, se autorizan estos experimentos de peligroso contagio.

En manos de jerifaltes sin escrúpulos y sus tenebrosos validos, la pobre Italia de hoy, en horas bajas, está para nosotros, los españolitos, a la vuelta de la esquina.



domingo, 5 de julio de 2009

MENTIRIJILLAS

En la asamblea de la OEA, la Presidenta volvió a disfrazar su propia realidad.
El segmento más conocido de su discurso fue aquél en que con vibrante acento sostenía que "el golpe de Honduras golpeaba el proceso de democratización en América Latina".
Su defensa "del ganadero Zelaya"se realizaba, pese a las diferencias políticas de origen. Con esto quiso decir que ella y su marido eran pobres o poco menos cuándo, probablemente, el peculio actual de los Kirchner tras su paso por la política, supere en mucho lo acumulado por el hondureño.
Otra de las mentirijillas de la dama consistió en negar el doble cable que su gobierno lanza a Hugo Chávez, belicoso sostenedor del ganadero y la economía hondureña mediante sus vitales envíos de petróleo (ahora suspendidos). La tercera y última afirmación, excusando la escolta de Zelaya (acompañado finalmente por el Secretario General de la OEA) y su preventivo aterrizaje en El Salvador, fue el "evitar que nuestra presencia sea manipulada".
Se refería a la amistad del ejecutivo criollo con el cuasi dictador bolivariano, aliado incondicional de Zelaya.
No era necesaria la advertencia. Sebemos que para manipulaciones, ella se basta sola (o casi).
Así lo refirió hace horas en un sendo reportaje periodístico Graciela Bevacqua, la ex directora del INDEC (Índice de Precios al Consumidor), organismo que verifica el alza real de los precios internos.
La rebeldía ante el constante falseamiento de datos contrastados por esta matemática, precipitó su reemplazo a finales del 2006 por un dócil Interventor, y un posterior amedrentamiento judicial.
Mientras el poder real de los Kircher retrocede más y más en la consideración pública, ya asoman los primeros nubarrones de la tormenta judicial que les caerá. Hoy son funcionarios periféricos, mañana se irá estrechando el círculo; pasado les tocará a ellos justificar el manejo de la economía, el desvío de fondos públicos y el contumaz ocultamiento de millones de dólares pertenecientes al tesoro provincial de Santa Cruz.
Ya lo aventuré en otros artículos. Le pasó al otrora poderoso Carlos Menem una vez caído en desgracia, y los Kirchner, con menos talento operativo y márgenes de maniobra, no salvarán la ropa. Al menos no toda, aunque les auxilien viejos aliados o conmilitones de una clase política tocada por la corrupción.
Este corto periplo americano de la Presidenta mientras la pandemia se multiplica, viene a ser una suerte de fuga exterior que en nada le evitará un mayor desprestigio en su tierra.
Es que la salud de una democracia no se ve sólo afectada por cualquier golpe de Estado. La desinformación o la ausencia de garantía sanitaria en un país también atentan contra el sistema. Son, por ende, claros síntomas de corrupción generalizada en una gestión de gobierno.
El bloque de poder presidencial perdió las elecciones legislativas por varias razones. De entre ellas destaca la tendencia a mentir, con todo lo que conlleva.
La corta pata de las mentiras, hace que hoy las del pasado empujen hacia el cubo de basura las del presente, transformándolas en eso mismo: mentirijillas.

sábado, 4 de julio de 2009

LO QUE SE PRESIDE...

La Presidenta argentina, entre aviones que la llevarán ser escolta del hondureño Zelaya y la feroz pandemia gripal.

Un Presidente constitucional debe presidir su nación. A su vez deberá representar sus intereses, morales y materiales en el exterior.

Sin embargo, la prioridad marca espacios. La señora Fernández de Kirchner eligió, en plena pandemia -de las que se ofrecen partes oficiales de cifra pequeña, mientras su dimensión real supera guarismos de alcance planetario- viajar a Washington. De paso acompañará el azaroso retorno del depuesto Zelaya a su país.

Es decir que, en vez de quedarse en Buenos Aires capitaneando el combate contra la gripe feroz como Dios manda, y ordena el espíritu de la Ley Fundamental en emergencia semejante para sus compatriotas, esta dama, tácito símbolo de la maternidad, la hermandad, el amor y la belleza, escoge brillar allende las fronteras.

No es que el golpe militar oligárquico en Honduras no deba ser condenado y combatido por todos los medios. Encañonar con armamento pesado en plena siesta a un mandatario en ejercicio, fletándolo al exterior, diagnostica el procedimiento. Ante el mismo cabe manifestarse en Washington y la OEA.
Pero un enviado especial de rango ministerial (por ejemplo el Canciller) hubiese cubierto la plana exterior argentina.

En cambio, esta Presidenta de opereta, tan frívola como elusiva, sigue mecida en el columpio de la leve brisa, mientras la tempestad de la epidemia, que ya afectó a cien mil ciudadanos (entre ellos, el señor Gerardo Morales, Presidente de la Unión Cívica Radical) sigue su curso, con prisa y sin pausa.

viernes, 3 de julio de 2009

EL GRAN VIRUS DE UNA MODERNA EDAD MEDIA.

Ciudadanos argentinos con mascarillas, protegiéndose de la gripe A.

Dicen que el virus ha infectado a más de 100.000 ciudadanos y que murieron cerca de un centenar. Sobre un segmento de trece millones de pobres e indigentes se abate la pandemia; una peste que afecta sobre todo a los que viven mal. El sistema sanitario argentino, otrora uno de los más avanzados de América Latina, hace agua por todos lados.
Los servicios médicos integrales sirven hoy a quienes pueden pagarlos. El resto está expuesto al dengue o esta gripe, de conocidas consecuencias en México y el sur de Estados Unidos.

El contraste de una población temerosa del contagio y los discursos políticos que jalonaron la reciente campaña electoral es patente, y penosa la tardía reacción gubernamental. Con la salud patas arriba desde hace años, en las grandes ciudades crece la alarma y una bronca que amenaza con pasar a mayores. Nadie en el área sanitaria preveyó que esto podía ocurrir, pese a sus previos y devastadores efectos en otros países del Tercer Mundo.

La oposición aprovechará la tragedia para desprestigiar más aún a este gobierno errático y debilitado tras la justa electoral. Pero culpables son todos. Los que gobiernan y los que no.

Durante años dieron la espalda a la alta tasa de mortalidad infantil y la creciente miseria popular, reflejada en la suciedad y dejadez reinante en las calles, edificios y espacios abiertos de las grandes urbes, los transportes públicos y vastos segmentos del conurbano.

Los partes de prensa refieren el bajón económico que supone el desbande ciudadano para comercios, restaurantes, shoppings y espectáculos. Las escuelas públicas suspendieron las clases hasta nuevo aviso por orden ministerial. El pulso económico se ha resentido.
El temor al contagio ataja la aglomeración de viandantes, acentuando la sensación de inseguridad provocada por la creciente violencia criminal en las calles.

Ahora, un gripazo de éstos equipara el navajazo o el disparo de cualquier asaltante.

La diferencia estriba en que el virus repta silenciosamente en el organismo humano, sin avisar.

En un país sumergido en la pobreza y la desigualdad cualquier plaga es posible. Sin prevención adecuada, la naturaleza opera del modo más salvaje. Como en la Edad Media; cuando la peste sofocaba la vida humana vaciando villas, castillos y hasta fortalezas, hasta saciarse.

A diferencia de aquellas épocas feudales, en esta República formal imperan la ley del voto y la teórica división de poderes.

De poco han servido para garantizar que la salud pública triunfe sobre el atraso, la miseria, y el elevado riesgo de sucumbir ante la aparición de un virus cualquiera.
Dadas las penosas circunstancias imperantes, éste es devastador...