Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

domingo, 30 de agosto de 2009

HÉROES SIN FAMA.

La instantánea que la cinta se merece: Jóvenes y enamorados según Pondal Ríos, Olivari y Mario Soffici: Angelito Magaña y Elisa Galvé (circa, enero/marzo de 1940)

HÉROES SIN FAMA: LA DENUNCIA DE LA CORRUPCIÓN POLÍTICA EN 1940.

En la foto superior, los jovencísimos Ángel Magaña y Elisa Galvé. En la inferior, Ángel y el gran José Olarra.

Meses después de rodar "Prisioneros de la tierra", Mario Soffici encaró un tema social de corrupción política por cuenta de Argentina Sono Film, la productora más importante que conoció el cine criollo.
"Héroes sin fama" denuncia este flagelo (tan frecuente en estos días bajo otras fórmulas) en el imaginario pueblo de San Carlos, agitada por el valiente imprentero (Rufino Córdoba). Su vecino de al lado, el honesto boticario y médico (José Olarra) es su amigo de toda la vida. La hija del último (Elisa Galvé) y el del primero (Ángel Magaña) están enamorados desde la niñez.
Sobre el amor de la pareja se cierne empero, la amenaza de la corrupción política cuando el despolitizado boticario acepta el patrocinio de un comité vecinal (presuntamente conservador) para asumir la intendencia.
Bajo alguna influencia de su mujer, la humildad de un alma servicial fue abriendo paso a cierto deseo de prestigio y poder.
Ahí es dónde la amistad del imprentero y el boticario empieza a resquebrajarse, rompiéndose definitivamente cuando los bonetes políticos del Comité encargan destruir la imprenta a sus pistoleros, y uno de ellos asesina al periodista; reemplazado por su hijo en el periódico y su campaña, desnudando chanchullos y un constante fraude electoral empadronando muertos (una realidad de aquellos años infames).
El ex amigo (a su pesar), no encaja las piezas correctamente y sigue en la intendencia; pero a la previsible ruptura entre los dos enamorados se agrega el paulatino repudio del vecindario, que achaca al titular complicidad con el crimen.
En el hijo de la víctima, ayudante del padre, antes absorbido por el libre albedrío de una comarca ideal para los deportes al aire libre y los románticos paseos en barca con su amada, se había operado un drástico cambio de enfoque, simétrico al del boticario, como de inmediato se aprecia.
El último toma conciencia de ser uomo di palla y no un real servidor público, al descubrir por un hecho casual que las obras de pavimentación que había previsto estaban sujetas a un pago de comisiones al Comité.
Resuelto a vengar a su amigo y restablecer su honor, quiebra el vínculo que lo ata a los altos funcionarios que desde la sombra organizan todo, e irrumpe en la guarida de sus secuaces.
A punto de ser asesinado por los pistoleros, llegan el hijo del amigo y su barra juvenil ajustando cuentas con la gavilla de maleantes.
La historia tiene un final más feliz del que conocería la realidad argentina durante el curso de aquel año, crucial para el futuro democrático.
El Presidente Ortiz había reaccionado como el boticario, inspirando a los guionistas (el legendario dúo integrado por Sixto Pondal Ríos y Carlos Olivari) en su tardío y desesperado combate contra el fraude y la corrupción, al intervenir las provincias de Tucumán y Buenos Aires, cancelando el timo eleccionario y movilizando tropas del Ejército en respaldo a sus respectivos decretos.
Pero el mandatario tenía enemigos más poderosos que el personaje de Olarra. A la enemistad de su Vice (el conservador Ramón Castillo) y la inopia del radical Alvear, se sumaban el avance de su diabetes, la hipertensión y una ceguera irreversible que pronto le llevarían a renunciar bajo presiones políticas, y las de una corporación militar de formación prusiana, que ya no controlaba el General Justo (enemigo, por otra parte, de Ortiz y su efectivo corte de manga).
El aliento democratizador y el ansia de justicia y libertad para todos, impregna la esencia de esta reconocida obra maestra, en más de un diálogo.
"Esta imprenta tan chiquita"- le dice Magaña a Galvé en una hermosa escena del filme- "es como una luz en el pueblo. Una luz que no debe apagarse nunca..."-agregando- "Hay cosas alrededor nuestro que son más fuertes que el amor. Y hay que defenderlas."
Actores de origen teatral tan efectivos como Córdoba, y sobre todo José Olarra (un Petrone maduro que deja la marca de su estilo intepretativo en cada pasaje) acompañan a un joven y estupendo Magaña, y a Elisa Galvé, de larga y meritoria actuación en el cine nacional.
Todo lo que yo pueda decir de Mario Soffici se queda corto ante la enorme sensibilidad social que nutre su talento dramático. Quizá sea el director y guionista (actor en ocasiones) más emblemático y parejo de entre los grandes imagineros que conoció la pantalla austral entre 1932 y 1962.
De una tan chiquita y luminosa que, gracias a cintas como ésta, nunca se apagará...


lunes, 24 de agosto de 2009

PRISIONEROS DE LA TIERRA: UNA OBRA EXCEPCIONAL

El cartel del filme, plasmado por el gran Osvaldo M. Venturi en 1939.

La visioné muchas veces. La última siete días atrás. Es una pieza maestra del cine argentino, capital para el de Latinoamérica.

La idea de plasmarla partió de José Gola, galán mayor de la época. Por entonces integraba las filas de FORJA, junto a Arturo Jauretche, Homero Manzi, Raúl Scalabrini Ortiz y varios radicales jóvenes, distanciados de la conducción partidaria ejercida por el ex mandatario Marcelo T. Alvear, complaciente con el "Fraude Patriótico" auspiciado por el General Justo, los conservadores y los radicales antipersonalistas.

El más destacado entre los últimos era justamente el Presidente Roberto M. Ortiz, diabético propenso a la ceguera y opuesto a su patrocinador. Con este abogado y hacendado, ungido candidato electoral del último fraude en la Camara de Comercio Británica, un sector de la elite intentó restaurar los carriles democráticos; devastados en septiembre de 1930 por los generales Uriburu y Justo, déspotas compinchados con buena parte de la sociedad política.

Sin esta estrategia vigente, de carácter aliadófilo frente a la Guerra Europea -truncada tres años después por coroneles que admiraban al Eje-, no se hubiera podido realizar "Prisioneros de la tierra".

La inesperada muerte de Gola en los prolegómenos de la localización transfirió el protagonismo heroico de "Podeley" al joven Ángel Magaña, encargado en principio de componer otro personaje. Emparejado en la ficción con Elisa Galvé, se enamoraban en la frondosa selva misionera de los yerbatales y la explotación más despiadada. Él era un "mensú" (obrero contratado bajo sujeción esclavista); ella hija de madre "mensú" (ya fallecida) y un médico alcoholico (Raúl De Lange). Como patrón cruel y atormentado oficiaba el gran actor Francisco Petrone, con el pelo teñido de rubio al representar a Köhner, un alemán nostálgico de su tierra que odia la seva y a sus virtuales esclavos. Enamorado de la chica, emplea todos los medios para hundir a "Podeley".

Finalmente, éste comanda una rebelión, ajustándole las cuentas a latigazos en larga peregrinación por la selva, hasta dejarlo exánime. Empero, los capangas del fallecido y otros explotadores consiguen ultimarlo.

Junto al nudo dramático tejido por los personajes centrales, lo más destacado de la historia radica en su denuncia objetiva de la explotación agraria, presente en las revueltas obreras contra "La Forestal", aquellas que provocaron las masacres masivas causadas por la intervención del Ejército en los iniciales años ´20.

Construido el guión por Daniel Quiroga, sobre la base de las "Historias de la Selva" escritas por su padre Horacio -uno de los mejores autores argentinos del siglo XX-, lo imprimió el director Mario Soffici junto a un equipo de técnicos laborioso y competente. La atmósfera y los espléndidos decorados ahondaron los matices sombríos de esta historia, sin legado inmediato en el celuloide.
Su realización prefigurará la vecina emergencia cooperativista de actores, directores y técnicos talentosos, mediante "Artistas Argentinos Asociados", sello emblemático de la mejor calidad y el mayor empeño temático en la industria fílmica de los años ´40.

Quizá con Gola presente se hubiese equilibrado la poderosa reciedumbre y complejidad que Petrone imprimió a su personaje. Razonable actor dueño de una simpatía especialmente efectiva en las comedias o dramas ligeros del cine de la época, Magaña quitó hierro a la rebeldía de "Podeley", en beneficio del romance juvenil al estilo shakespeareno de "Romeo y Julieta" con Elisa Galvé. No obstante, el merecido sitial de esta obra maestra en el que brillan todos sus actores (los secundarios Homero Cárpena, Roberto Fugazot y el propio De Lange) se ha conservado en el tiempo.

Una pequeña anécdota personal finaliza esta placentera reseña. En 1961, ingresado yo a Filosofía y Letras, tuve el placer de asistir a un recital dramático de Raúl De Lange, auspiciado por uno de nuestros profesores: el fallecido escritor (y seductor de alumnas) Pedro Larralde.

Le recuerdo altísimo, conservando su acento alemán (pese a ver la luz en San Isidro) y la gran vena dramática, presente en su médico, abandonado y alcohólico -al borde del delirium tremens- de "Prisioneros". Hebras largas y blancas matizaban su pelo oscuro derramando mechones a los costados. Su máscara era impresionante. Con los años olvidé el texto del recitado; no la forma en que crispaba los puños y desnudaba las falanges en cada frase. De Lange proyectaba un trozo de historia del teatro y el cine argentinos. Lo supe después de ver la obra maestra de Soffici y su equipo de colaboradores, pertenecientes a la izquierda o a ideologías que propugnaban una mayor justicia social en una época difícil.



miércoles, 19 de agosto de 2009

MICCIONES 3:LAS DE UN MISERABLE FALSEANDO CIFRAS Y MAQUILLANDO MASACRES.

Lidia Malamud, una de las 31.000 víctimas de la dictadura argentina y su guerra sucia.
"Quien miente sobre sí mismo condena su verdadero yo a una clandestinidad lastrada por sus propias acciones." J.B
Ante el miserable panfleto falso y victimista de Horacio Vázquez Rial en el pudridero de Libertad Digital, salgo al cruce. Basándose en un reciente libro (es un decir) de la señora Graciela Fernández Meijide rebajando la cantidad de víctimas del despotismo neonazi, este falsario y probado cuatrero literario reivindica su pasado de presunta víctima, salvada por un pelo y el viaje a España, de las bandas de López Rega.
Al ser todo en él una burda quimera que justifica torvas aficiones, presumo que en realidad, los perseguidores de tan trémula humanidad eran sus propios contactos en la izquierda peronista (que él para darse lustre, denomima trotskista) alertados por su transformismo estructural.
En su afán por rebajar cifras mortuorias (y bebés robados) -pese a que lo desmienta torticeramente- concede a la ex funcionaria de De la Rua, Fernández Meijide (Ex FREPASO y sobrada pieza de campeonato) la cifra cercana a 10.000 mil. Serían mil más, según los soldados argentinos caídos en combate durante la insensata algarada que no provocó el voto ciudadano sino el poder militar de facto.
A mí, a diferencia del pagliaccio alquilón de bajo vertido, las cuentas me redondean 31.000. Al susodicho, menos de un tercio. A ellos destina el formal calificativo de bajas de "guerra" en la masacre perpetrada por Videla y Massera -rematada "heroicamente" por Galtieri y Menéndez-, contra destacamentos armados, y muchos más obreros y estudiantes, o vecinos desarmados. En ello coincide con la derecha ultramontana, viva aún en la Argentina.
Del infame pelotón mediático forma parte el arbitrario "mass media" Samuel Gelblung, amigo emocional y patrocinador desde los medios de su repugnante libro sobre Perón en Buenos Aires y aledaños, hacia 1975.
A este otro ejemplar, antiguo apologeta de los monstruos del "Proceso" se le debe la victimización reciente de una mujer de 77 años, prostituta de calle ventilada por su equipo de redacción en los programas que controla en la radio y TV criollas.
De paso, el amigo y metapensador de lo ajeno, mete en la bolsa a los Kirchner y sus gobiernos "montoneriles". Para este plumífero corrompido, corrompido está el mundo. Residente en Cataluña, ataca a los catalanes situándose en las filas que combaten las dos lenguas con el pretexto de la amenaza que pende -según declara- sobre la de Cervantes, que él administra en sus escritos sin ser molestado ni combatido (ni leído, pese a los esfuerzos de la agente Carmen Balcells), salvando a la colonia argentina que lo conoce bien.
A uno de estos catalanes intentó robarle un estudio serio y documentado sobre Perón, que señala como propio. A otros los combate de esa manera por acto reflejo. En realidad, el odio que lo consume no tiene fronteras, y es el factor que en consecuencia lo convierte en un apátrida y defensor de las recientes masacres israelíes.
La semana pasada, con el pretexto de honrar lacrimosamente la memoria de René Favaloro -suicidado tras una fuerte depresión provocada por las sucesivas crisis del país-, estimó que la patria en la que nació "Es un país corrupto".
Así, todo entero; los ricos desvalijadores y los pobres hambrientos que mueren por hambre, desesperación o la violencia cotidiana que los enajena hasta el punto de no creer en nada y delinquir.
Corrupto hasta el tuétano es él, no el país que le vio nacer y del que tan a menudo reniega para regocijo del amo antiargentino -Federico Jiménez Losantos- y sus comunes complejos de inferioridad teruelenses.
Cambio el enfoque por un instante y, ante las denuncias sobre corrupción que al territorio nacional comprenden en la deposición de Vázquez, llamo a que la Fiscalía argentina ordene su interrogatorio ni bien aterrice en Ezeiza (en Buenos Aires reside por periodos). Semejante acusación hacia el país, exige pruebas concretas y pormenorizadas que laven más blanco.
De bote pronto, el incidente nos revela a un nuevo Fiscal de la Patria que empalidece la memoria del mismísimo Lisandro de la Torre.
Caso contrario y de resultar lo que presumo, es de desear que operen sobre el felón las soberanas leyes penales que el Código señala. No se puede arrojar la piedra desde una acera, y desde la otra pasar por el escaparate roto fumando, como si tal cosa...


domingo, 9 de agosto de 2009

AMANECE (LE JOUR SE LÉVE). OTRO MONUMENTO AL ARTE DEL CINE.

El terceto mayor del filme: Jules Berry, Gabin y la maravillosa Arletty.

Visioné por vez primera esta delicattesen en una sala quilmeña. Uno de esos fugaces cineclubes de los años ´50 resolvió alquilar la más económica, proyectando algunos clásicos franceses de entreguerras. Esta afición por el cine galo era compartida por la cultivada élite rioplatense de entonces. Periódicos ciclos en el desaparecido "Lorraine", sobre la calle Corrientes, se ocupaban de regalarnos sus mejores piezas. En uno de ellos la volví a disfrutar.

Retornado a España, el viejo Canal Clásico me autorizó un tercer visionado que grabe en VHS. Y ayer, entusiasmado con este portento, me dejé llevar por su irresistible encanto.

La circunstancia que hizo posible al director Marcel Carné y el poeta y escritor Jacques Prévert la impresión de este clásico del realismo poético en 1938, radicó en la época Frentista, pareja al reemplazo de las incipientes productoras al estilo Hollywoodense por capitales independientes o cooperativas.

En ninguna compañía que fabricase productos en serie, dentro o fuera de Francia, hubiesen lanzado "Jour se léve".
"Amanece" narra la tragedia de Francois (Gabin), un proletario parisino honesto y sincero, acosado en su humilde cuarto por la policía tras haberse cargado a Valentine, un perverso chulo (Jules Berry).

Impregnada de fatalismo desde los primeros fotogramas, se nos proyecta el crimen y el arribo de los guardianes de la ley, a los que Francois veda el ingreso, atrincherándose. Mientras la barriada en pleno asiste al drama, llegan refuerzos y se producen los disparos iniciales sobre puestas y ventanas de acceso, el joven recuerda.

Y es así, mediante reccontos y flashbacks que nos llega el flechazo inicial entre él y una joven que también se llama Francois (Jacqueline Laurent) y cuida flores en un invernadero.

Sin embargo, ella se entrega a un amante maduro (Berry), cruel domador de perros en un cafetín suburbano; número del que participa su otra amante Laura (Arletty). Ésta le abandona ni bien conoce a Francois, que la acepta, al descubrir que la chica que quiere está con el otro.

Pese a ello, sigue amándola, mientras Valentine intenta recuperar a Laura (para la cama y su espectáculo) e impedir de paso que se le escape la florista en flor.

Tras hacerse pasar por padre de ella y fracasar en el intento, Francois consigue atraerla de nuevo hacia sí, y rompe amistosamente con Laura, que le sigue amando con ese estilo tan desdramatizado aunque intenso, en los personajes que Prévert o Jeanson escribían pensando en la Arletty de carne y hueso.

Finalmente, el derrotado chulo irrumpe herido en su orgullo en el cuarto de Francois, confesándole que pensaba matarlo con una pistola, arrojándola sobre una mesa, tras aclarar que desiste, al no ser lo suyo. De paso, le ilustra en detalle sobre su intimidad con la chica, asunto que acaba de enfurecer del todo a un hombre que desde el principio le detestaba.

En consecuencia, coge la pistola y abate a un cínico que en el penúltimo estertor le advierte de su insensatez...

Hacia el final de la tragedia, ya convertido el humilde cuarto en un colador por las sucesivas cargas policiales, a las que él opuso un armario bloqueando la puerta, arriban nuevos destacamentos que estrechan el cerco inicial sobre el refugio, mientras llegan sus dos enamoradas presas del desespero y los vecinos, que le aprecian le ruegan a coro que se entregue, prometiendo testificar a su favor.

Más todo es inútil, y mientras los gendarmes resuelven lanzar desde los techos vecinos gases lacrimógenos para doblegarle, Francois opta por el suicidio empleando el arma de su víctima, en tanto el nuevo amanecer despunta en el cielo de París.

Nuevamente son los portentosos actores, la atmósfera que Carné plasma con inigualable maestría y el guión de Prévert (secundado por Jacques Viot) la suma de factores que hacen del filme una obra maestra, pese a que los proletarios franceses de los últimos cincuenta años ya no se desplazasen en bicicleta como el interpretado por Gabin, ni habitasen humildes cuartuchos en viejos edificios.

No es menor el mérito que los camarógrafos, la música de Maurice Jaubert y los decorados de Alexandre Trauner cumplen proyectando atmósfera.

Sólo a Prévert se le puede ocurrir que Francois "tiene un ojo alegre y otro triste". O que el taimado y charlatán. Valentine "es un tipo que se saca las palabras de la manga".

Tanto Gabin como el enorme Jules Berry eran únicos en la época.
El primero, con treinta y cinco años y un look de proletario irresistible mediando esa gorra levemente encimada sobre los ojos claros y la contenida expresividad. El segundo, siempre magistral encarnando buscavidas insuperables con un brillo salvaje en la mirada. También era única la seductora dramática más grande de la pantalla europea: Arletty, intemporal pese a sus treinta y nueve años de entonces.

Quizá, el único fallo del guión radique en la insólita preferencia de Gabin por la insulsa Jacqueline Laurent, teniendo acceso a hembra semejante.

Para que quienes no hayan catado el agridulce sabor de la pieza y su carga poética, prieta del realismo que tanto conmueve mi doble fibra de esritor y cinéfilo, reproduzco un comentario de Prévert, recordando a su madre.

"Como todas las muchachas del mundo, ella también tenía los más hermosos ojos, de un azul completamente azul y completamente alegre.
A veces enrojecía, o mejor, se volvía enteramente rosa, y era como las reinas que se pintan en los cuadros, y hasta el día de hoy yo la veo nítidamente como en un film, con un ramo de violetas en el pecho, un pájaro en el sombrero, una violeta modelando su rostro y su sonrisa siempre joven. Pero era mucho más real que una actriz. Todo lo que hacía era verdadero y jamás desempeñaba papel alguno. Mi madre era una estrella de la vida..."

Asistir a la proyección de Jour se léve, es ingresar a ese código, milagrosamente fundido a un relato inolvidable.

PD. Pido disculpas a mis lectores, la denominación castellana El fin del día corresponde a un filme de Julien Duvivier no a éste, traducido del francés como Amanece.






sábado, 8 de agosto de 2009

MICCIONES 2: EL BOTÓN DE OBAMA.

"No puedo apretar un botón y reinstalar a Zelaya en el Gobierno"-declaró a ayer la gran esperanza negra de Occidente y aledaños...
Sabiendo que son muchos los botones mágicos que están al alcance de tus ágiles dedos, chaval de Illinois, te sugerimos que aprietes los indicados, a ver si hay suerte.
¿O es que cuándo mencionaste el botón pensabas en tu bragueta?

viernes, 7 de agosto de 2009

LA SELECTIVA PIEDAD DEL SEÑOR RATZINGER.

Ratzinger asomándose al balcón de la basílica de San Pedro. Cómo a Perón pero al revés, le preocupan bastante más los pobres argentinos que los argentinos pobres.

Con esto señalo la complicidad de este Papa reaccionario con los homófobos, demonizando a las abortistas y los gobiernos que, como éste, pretenden despenalizar el consumo privado de las drogas. El ánimo adverso al progreso y la eliminación de tabúes decimonónicos, no favorece el desarrollo social del país, pese a las taras que hoy se observan.

En clara sintonía con la Iglesia vernácula, la Sociedad Rural y el diario La Nación, el muy teólogo considera a los Kirchner una suerte de blasfemos y retrógrados.

Seguramente, este miembro adolescente de las SS, a posteriori entregado en cuerpo y alma al Señor (aclaro por si las dudas que sirvo metáfora sin nombre de pila) abomina del envío a la papelera de la repugnante Ley de Punto Final, activando los engaryolamientos que corresponden.

En varios artículos he criticado al Gobierno argentino y no voy a desdecirme. Pero que sus rivales internos en el peronismo son peores, de ello no me cabe duda. Basta verlo a Duhalde reuniéndose presuroso con el confeso "recontraalcahuete" vocacional Barrionuevo y el siniestro Ruckauf. Mientras Macri designa a un teórico de la represión ilegal Jefe de su Policía, el sonriente De Narvaez sueña con trasladar a tierras del Plata su acervo colombiano a - la - Uribe Vélez, y "Lole" Reutemann luce bien trajeado con esa carucha de surcada piedra pómez sin remisión.

Ahora, a los vientos que soplan embravecidos desde la Rural y sus grandes bonetes sojeros se agrega "el Padre (Santo) que da consejos" desde un pétreo balcón, sin el suave tono rosado ni el carisma ni la impronta de quién, a su manera, procuraba "equilibrar los factores de producción".

Este caballero teutón de toga púrpura y sacro anillo, no remedia nada. Más bien empeora el flojo estado de gracia de sus feligreses, indignando a quienes no lo somos ni seremos.
De momento, está a 1.000 años de distancia de Juan XXIII, a 200 de Paulo VI, y a 20 o apenas 10 de Wojtyla, santidad que se las trajo, aunque al menos había sido obrero y organizaba seminarios clandestinos (ayudando a judíos) en la Polonia ocupada.

Meterse con la Argentina actual es fácil. Hay muchas cosas patas arriba. Empero, al tremendo holocausto de Darfur y otras masacres que azotan ciertas regiones del planeta, les dedicó menos énfasis el tan "recontrapiadoso" monarca vaticano.

Si esta vez escogí una imagen que lo pierde de vista entre las moles de piedra, es porque prefiero la estética que otorga una arquitectura significante, que un insignificante personaje de voz temblequeante, vestido ex profeso de blanco leche como una novia madura ¿virgen quizá? para ocultar la negrura de su pequeño corazón.
Cerramos la escena empleando dos balcones. En el más pequeño el personaje era inmenso. En el más ampuloso (ésa es la palabra), predomina una latencia bonsai.
No es difícil el fallo de un jurado imparcial. Dependerá del fervor popular que acompañe los escenarios.
Con Perón hubo diez años de bienestar. Ratzinger lleva la Iglesia al despeñadero, pese a condolerse ante las desigualdades que le conviene apuntar, con la daga florentina anhelante de otras carnes.
Los argentinos tienen la última palabra...



jueves, 6 de agosto de 2009

MICCIONES 1: DORMIR, MORIR Y DESPUÉS PLAÑIR...

El difunto Julián Lago, a meses del inerme adiós y sus plañideras.
Leí poco a Lago. Era un periodista del establishment entregado al Moloch mediático en formación, tras la ola liberal de izquierdas que descabalgó de los medios a los sirvientes mayores del franquismo.
Director de semanarios, quincenarios y periódicos; autor de libros extraviados en algunas bibliotecas y anaqueles que acumulan el polvo de la falta de uso, Julián tuvo su "morning glory" en el espacio mediático de Telecinco, conectado a la "Máquina de la verdad".
No me fascinó su programa, basado en una moderna versión del viejo detector de mentiras. Coronando la monda testa con su horrenda peluca, el personaje me sonaba enfático y vacuo, pese al rating.
Su vida real, era un tango de divorcios y hembras apetecibles con las que no matrimoniaba. Era un seductor de pieles famosas, al estilo de Ana García Obregón, apetente de jovenzuelos de pago en el presente.
Pese a su obra adocenada y su frívola existencia, llegó para Julián el tardío momento de la rebelión y su "¡Váyanse al carajo!". Fue precedido por apariciones esporádicas en las tertulias de "Intereconomía", versión numérica del pensamiento más retrógrado (sólamente rebasado por el pudridero de "Libertad Digital" y su maestro de ceremonias, el tenebroso Jiménez Losantos).
Parece obvio que Lago había sido radiado del cenáculo que controla los medios (léase Prisa o el diario El Mundo y conexos). Su contragolpe fue el orgulloso exilio en Paraguay. Cómo los nobles de alcurnia vernáculos, remitía su derrota y vejez al Nuevo Mundo. Allí se afincó junto una bella paraguaya, distante de su maltrecho sexenio y de otras décadas poco fecundas. Dueño de una hacienda en construcción, recogió la mala suerte de ser atropellado en Asunción por un veloz motorista.
Tras un largo coma de tres meses en un Hospital privado de la capital guaraní, y amparado en la vigilia por su último romance, expiró.
Las últimas imágenes que retengo de Julián las documenta este blog en pasado post.
Se había alzado contra la tiranía de una vida yerma, nutrida de aplausos y ausencia absoluta de calidez. Lo documentó "La Noria" en una de esas emisiones infrecuentes. Allí, brillaban el desencanto y la rebeldía de un hombre contra su pasado, mediato e inmediato.
Las machacantes ruedas de la moto que lo llevaron al coma y el más allá en Asunción, fueron auxiliadas en el remate por la insensibilidad del periodismo español y su cancillería.
Trasladar al comatoso Lago hasta España y su incuestionable calidad hospitalaria, quizá le hubiera rescatado de la muerte. Se requerían 125.000 euros para fletarle un avión que aterrizara en Barajas. Pero si Roma no paga traidores, menos los subrogará este medio corrompido del periodismo vernáculo, dónde todo se tarifa menos la dignidad.
Ahora los medios rinden culto y memoria al cadáver mañana, tarde y noche, destacando el último gesto, digno del Quijote a tenor de los proyectos destinados a fundar una ONG que acreditaba el extinto.
Siempre habrá una coartada para sepultar la infamia, sin enterrarla del todo.
Hasta el último aliento, amparó a Lago la vigilia hospitalaria de su paraguaya joven, fiel a los principios de la entrega y la piedad, tan distante de aquellos que alquilan el placer, resguardándolo en el capricho.
Los que agitan esta pérdida son plañideras de alquiler, corrompidas hasta el tuétano. Entre tanto, la pareja de Lago (hoy acusada de haberle coptado en un puticlub español) deberá afrontar las onerosas deudas hospitalarias, sin que una oportuna colecta de los que tanto moquéan refrende el menor gesto de solidaridad.
Mentira, mentira yo quiero decirles, y al final de la crónica arrostro a los plañideros, con sumo desprecio y odio infinito desde mi tribuna libre. Falsarios de mala madre; canallas de nómina, trovadores de ocasión; peor funeral os aguarda...





martes, 4 de agosto de 2009

LA BESTIA HUMANA: ZOLA Y EL MEJOR RENOIR.

Jean Gabin abducido por el turbio encanto de Simone Simon, bajo la tormenta en ciernes.

En 1938 Jean Renoir acometió el traslado de Emile Zola al cine. Su elección de "La Bestia humana"se completó con un reparto estelar encabezado por Jean Gabin y Simone Simon, recién retornada de un poco afortunado periplo en Hollywood. A ellos sumó el excelente actor de carácter Fernad Ledoux, Julien Carette, con experiencia en el vodevil y dueño de un notable saber estar escénico, y el mismísimo Renoir componiendo a Cabouche, un falso culpable

A diferencia de Pépé Le Moko, este es un filme sombrío, eminentemente realista y carente de todo aliento romántico. Fiel a la época (aunque no exactamente a la que Zola reflejó en su novela), retrata a humildes proletarios del riel. Uno de ellos es Jacques Lantier (Gabin), perseguido por su árbol genealógico, atiborrado de viciosos y alcohólicos, pese a lo cual alterna su labor de maquinista cumplidor con la sobriedad y el rechazo preventivo por un sexo que le torna violento.

El único amigo entrañable de este solitario es Pecqueux (Carette), su camarada de locomotora. Otro de los ferroviarios que comparte la trama es el maduro Roubaud (Ledoux), el jefe de estación, que deambula entre el parque de máquinas y los andenes. Casado con Séverine (Simone Simon) una mujer joven, bella y provocativa.

Cierto incidente entre Roubaud y un personaje influyente al pie de un vagón, hace que solicite a su mujer la visita a cierto "padrino", rico y también influyente, para que frene al ofendido por el jefe de estación.

Aquí se nos revela lo que la cámara y la propia Simon insinuó en un principio: Séverine es una pécora de cuidado. No solo se acuesta de tanto en tanto con el viejo "padrino" recibiendo regalos, también se insinúa que en un pasado reciente lo hizo con otros.

El caso es que Roubaud se anoticia de sus cuernos más recientes y decide vengarse. Tras propinar una paliza a Séverine, ella se presta a secundarle.

El crimen ha de realizarse durante un viaje en tren. Al mismo subirá la víctima (citado por ella), ultimada finalmente en un compartimiento.

La casualidad quiere que en un pasillo vecino Lantier (de franco), esté empeñado en quitarse briznas de carbón de un ojo. Séverine lo advierte y por vez primera dialogan los futuros amantes.

El asesinato del potentado requiere intervención policial. Cuando le preguntan al maquinista si vio a alguien en el pasillo, dirá que no, tras cruzar su mirada con la anhelante Séverine.

El enredo entre ambos está cantado. También la virtual ruptura entre ella y su marido. Ahora se odian abiertamente, aunque permanecerán juntos en el secreto que resguarda la complicidad. Roubaud acuchilló a su víctima, pero Séverine, aparte de instigar el crimen, le secundó.

Lantier lo sabe todo. Mintió ante la policía fascinado por ella, tolerando incluso que el pobre Cabuche, pasajero del tren con antecedentes penales, sea inculpado.

Al comienzo la pasión domina a los amantes. Sin embargo, Séverine desvela una vez más su instinto criminal, reclamando el asesinato del marido, enredado ya en la amargura y el juego, que alimenta además con la abultada billetera robada a su víctima.

Lantier acuerda liquidarle, pero a último momento desiste. Séverine contraataca dejándole. En un baile local vuelven a encontrarse y en apariencia se reitera el entevero. Pero en Lantier puede más el violento instinto ante el sexo, mezclado por sentimientos encontrados hacia Séverine, y la estrangula.

El final respeta la obra de Zola y el destino de Jean Gabin en los metrajes de la época.

Ante el alarmado Pecqueux, noqueado al tratar de impedir el suicidio de su amigo, Lantier se arroja de la locomotora, lanzada a toda marcha.

El tratamiento que da Renoir a cada personaje transmite tensión, pesimismo y una humanidad a flor de piel. Desde Gabin hasta el último figurante son naturales y medidos en la representación de un drama que podemos localizar en cualquier vecindario.

La fotografía de Curt Couran recoge sus matices gestuales, acompañados por diálogos inteligentes, urdidos por Renoir con ayuda de Denise Leblond. Entre medio, los acordes regidos por Joseph Kosma operan reforzando dramáticas secuencias.

La intensidad de las miradas entre Gabin y la tan sugestiva Simon, con su coqueteo gatuno de acento perverso, y la hondura de su galán, eje absoluto del filme, nos depara una de las grandes atmósferas eróticas del cinematógrafo.

El talento de Renoir, cuya filmografía no reconoce fallo alguno, sugiere los dos crímenes sin necesidad de retratarlos. En el primero, los asesinos bajan las persianas del compartimento tras la sorpresa de la inmediata víctima. En el segundo, Lantier acorrala a Séverine entre muebles que se desploman y los gritos de ella, en el piso que comparte con el marido ausente, estrangulándola; tendencia ya revelada en los primeros fotogramas, cuando se revolcaba en la hierba con una complaciente jovencita.

El proceder de los tres personajes centrales es coherente con el pasado. Séverine ha sido vítima de abusos en la infancia, por eso odia a los hombres que la atan o se sirven de ella. Su sensualidad es de fondo helado. En cambio, a Lantier lo atormentan sus periódicas crisis, el miedo a la locura y el cierto odio al sexo; aumentado a punto de crimen por su casquivana amante.

Aquel marido fue un funcionario solterón respetuoso de las ordenanzas ferroviarias que desposó en el crepúsculo a un bombón envenenado.

Muchos críticos señalan esta novela de Zola como el más serio antecedente del género negro y el film noir. Sin ser exactamente lo último, parece imposible que Luchino Visconti no lo haya visonado unas cuantas veces antes de acometer Obsesión, en 1942, y Billi Wilder haya hecho otro tanto al concebir Pacto de sangre, en 1944.

Pero lo que en verdad distingue, tanto a Renoir como a Marcel Carné o Julien Duvivier en el cine francés de los años 30, es el refinamiento y una cultura aplicada a mensajes perdurables. Auténticas obras maestras de legado insoslayable, para el regocijo espiritual y estético que acreditan el siglo XX y la cultura universal.

Por ello, estimo desacertado el otorgar al protagonismo de Simone Simon en La mujer pantera (1944) el papel de su vida.

Su Séverine de seis años antes es un modelo de actuación, además de arquetipo de pécora (con causa), inhallable en los estereotipos hollywoodenses de la época.

No casualmente la industria americana la desaprovechó a fondo; procedimiento calcado con Jean Gabin en dos flojos metrajes; antes que dejase plantada a Marlene Dietrich (la Séverine de verdad sin el manifiesto instinto asesino), y se sumase a los destacamentos de la Francia Libre.