Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

martes, 4 de marzo de 2014

LAS SED SIN FRONTERAS DEL CONOCIMIENTO


Jamás pude ni podré jactarme de ser un pacífico y afable ciudadano, que nació y murió en un mismo pueblo o ciudad, ganándose los garbanzos en un par o tres de sitios, frecuentando a la parentela y los mismos vecinos, para luego jugarme el tiempo y las canas al mus de la jubilación en el club del barrio; o dando de comer a las palomas en algún parque público. Todo eso estará bien para otros. Desde temprano, mi vida, solo o acompañado, siguió otros derroteros en cualquier parte. Viajando de continuo, peleando azares, perdiendo y ganando batallas. Antes, desde los quilómetros de llanos y montañas o la vera del mar, y las millas oceánicas, bajo cielos variopintos, entre gentes diversas que desfilaron por mis vecindades y entre las ajenas que desfilé, para internarme luego, por destino e imperiosas circunstancias, en algún horizonte, distante y lejano.
Ya cruzado el Ecuador que marca la cierta edad, irrumpe con inusitado vigor, relegando viejas tradiciones, la afición continuada de volcar en sus renglones y calendarios, negro sobre blanco, el zumo de la experiencia y la reflexión. Realizada sin dejar de volar jamás con los pies en la tierra, por efecto combinado de las leyes de gravedad, la pasión, y esa sed de vida consciente que, vaya a saber uno porqué, gobierna el comportamiento de algunos seres humanos. El mío, por ejemplo...

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