El del lapusus y quien lo designó
La política fue el medio que utilizó para amurallarse y ganar prestigio social en lo sucesivo. Un refugio subsidiario de su tormenta interior, desenvuelto con taimadas artes.
Puertas adentro, en su formación lució diligente y servicial, respetando escrupulosamente las normas verticales y corruptas de la herencia política franquista; aunque el correoso Fraga, ex dueño de las calles, le despreciase desde el minuto uno. Sin embargo, el servilismo abnegado pudo más que el desprecio. Después de todo, Rajoy era hombre del partido muy fiel a sus principios. El único obstáculo en su camino, radicaba en que no se le conocían ligues ni aventuras románticas, factor intolerable en un político ambicioso, como él.
Por razones ampliamente difundidas, el prócer le obligó a quebrar su soltería a los cuarenta y dos años, sofocando así su naturaleza célibe en nombre de superiores intereses patrióticos. Al fin dos veces padre, prodiga especiales cuidados al propio, de 91 años. Este respeto por quien le guió en la vida (fue el primero en anoticiarse que Aznar le señalaba como sucesor) no se traslada al resto de los mortales, si bien sabe ejercer las habilidades de la diplomacia, y su cobardía natural le autoriza fingir campechanía y buen talante. En especial, gastados con los barones de un partido llevado a la derecha extrema, corrupto hasta la médula, y en apariencia bunkerizado.
En estos dos años largos y tortuosos, valiéndose de la estafa política ha sabido obedecer como pocos las órdenes superiores del extrarradio y sus amigos internos, empobreciendo considerablemente al país. Por esa gestión manumisa, antipatriótica y socialmente destructora, ganó, en estos dos años largos de gestión, el bien merecido repudio popular. Con él y los suyos, Berlín, Bruselas y el FMI ganaron de paso un gobierno de piloto automático. Su gabinete constituye un desfile patibulario del grotesco, al igual que la mayoría en las cámaras, gobernaciones y alcaldías. Los últimos obedecen órdenes de los bancos y empresarios corruptos desde hace muchos años. La trama Gürtel, el escándalo Bárcenas, y otras faenillas en Madrid, Valencia y Galicia, señalan este infame maridaje.
Es, ni más ni menos, que el tinglado local sobre el que sienta el trasero el señor Rajoy. Su función en La Moncloa radica en coordinarlo con el del exterior, transfiriendo por dos vías el fruto del esfuerzo nacional y sus rentas del trabajo, a los que ya eran ricos, empobreciendo a las clases medias mientras hunde al resto en el paro y la mendicidad.
Si ahora el discurso confunde el año, retrotrayéndolo a su instante de gloria, deduzco que aquel jolgorio balconero de mono titi que administró, tan alegre, festejando en la noche de la calle Génova los votos masivos sembrados de falsas promesas, invade sus sueños e imaginario como recurrente obsesión.
Los triunfos breves terminan proyectando una sombra amarga e infinita, sobre quien no sabe, ni quiere, ni puede revalidarlos.
En su caso, el lapsus de marras, anticipado por otros de variado calibre en este bienio de terror, constituye la fuga inútil de una realidad opuesta, en la que no sólo perdió la sociedad española buena parte de su previa identidad. También lo hizo él mismo, junto a previas facultades oratorias y mentales. Lo último importa poco, al no ser bastante.
Alguien como Mariano Rajoy Brey se merece lo peor que le pueda pasar. El anticipo ya se lo está cobrando la vida. Aunque este calvario para alguien que se probó indigno del cargo que ocupa, y es felón por norma de procedimientos, recién comienza.
Ojalá viva muchos, muchísimos años experimentando en sus carnes el pago de esa deuda que contrajo con millones de familias de este país. Y también, ojalá que el fantasma del descrédito, junto a las maldiciones de millones de españoles, persigan su último suspiro.
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