Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

miércoles, 26 de marzo de 2014

EL CURSO DE LA EDAD



A medida que las semanas me arriman a los setenta abriles (nací el veintiocho de ese mes en la dramática España de posguerra) memoro la edad avanzada de los señores del pasado. Nos hemos liberalizado, al menos en Occidente, porque entonces el peso de los años se llevaba con mayor solemnidad. Como si debieran retratar la supuesta gravedad que destila el paso del tiempo sobre las personas. 

Conocí a mi abuelo materno con más o menos sesenta, y era un viejo; con gestos de viejo y mirada del siglo XIX (era del ´84). Portaba bastón y boina valenciana, no porque los necesitara. La vida le dificultaba el paso, las canas una galanura de las viejas fotos, y él precisaba mirarse al espejo con respetabilidad. En la calle, los vecinos le decían "Don Juan". A otros de su quinta se les dispensaba el mismo trato. A mi padre, cuando llegó a sus años, otro tanto. Por fortuna, a mi jamás. Quizá me ayuden el talante, y las ganas de vivir que dibuja mi invariable sonrisa. 
Sé por cierto, que un amanecer no lejano, y si sobrevivo años, usaré bastón. Por si las moscas, desde hace tiempo me habitué al sombrero o la gorra deportiva. Mis bucles, rubios y abundosos, se alisaron, nevándose paulatinamente.
La gorra última, es un conquista bastante generalizada de estos tiempos, menos solemnes y acartonados. 
Fruto de una creciente liberalización, también condené al olvido mis corbatas y pajaritas de seda, los ternos y las chaquetas deportivas de Tweed. Hoy son reliquias en mi guardarropa; que únicamente preservo de las polillas en señal de respeto por los cuantiosos servicios prestados.
En cambio, hasta que el cuerpo aguante seguiré sonriéndole a la vida. Eso no puede reposar en ningún guardarropa o cavidad bucal. Sólo en el recuerdo de quienes me conocieron y pudieron devolvérmela. 
También proseguiré infatigable con mis comentarios, artículos o nuevos libros. Porque, hacer lo que a uno le apasiona es lo que transforma el tiempo en un goce perpetuo. Al menos hasta que lo resuelva aquello que no podemos controlar por culpa de la biología, y el curso implacable de los años.

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