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domingo, 23 de marzo de 2014

DONDE MUEREN LAS PALABRAS


Hoy me decía mi mujer: "A la izquierda española se le mueren las palabras". Se refería a la izquierda parlamentaria y de opinión, y es verdad. La muerte definitiva de Adolfo Suárez nos brinda una prueba concluyente de esa otra mortaja que abarca acciones y renglones diversos con idéntico mensaje conciliador. No hablaré de las lágrimas parlamentarias de Izquierda Unida y otros vecinos de banca o panfleto sobre el dudoso prócer. Si en cambio de "Público", "El Diario.es" e "Info libre". En primer caso es el más elocuente. Arturo González y Luis García Montero (el marido de Almudena Grandes) resumen el espíritu con que el medio aborda la "pérdida". Del segundo vehículo no puede esperarse otra cosa que lo siempre urdido por Ignancio Escolar. En cuanto a Infolibre, el libreto lo dicta Jesús Maraña. Tanto Escolar como Maraña enterraron la versión impresa de "Publico" en perentorias cuotas de tiempo. Había nacido desde los dineros del ex trotskista Jaume Roures, conjugando sus negocios furtboleros con los de "La Sexta" (hoy en poder de José Manuel Lara) y el gobierno Zapatero. 
Todos ellos deben a la Transición una silla en los medios, pese a lo poco permeables que son Rajoy y su banda criminal con cualquier arrebato izquierdista. 

En otros artículos ya señalé la ausencia de hondos debates en estas márgenes del río. 

Las facturas socialista y comunista que cumplimentan sus actores son profundamente acríticas con el pasado, el anterior a la Guerra Civil y el posterior. La Transición fue la fórmula convalidante de esa desmemoria generalizada, procurada por la extrema derecha (España desconoce otra), el centro socialista, y la izquierda pequeño burguesa, instruida en el parlamentarismo por el equipo de Santiago Carrillo. Fue la del voto aborregado y la aceptación del Estado Monárquico, hasta hace poco respetado por todos. 
Los consensuados y contradictorios homenajes a Suárez (lean a García Montero y el bastón del viejo Fernández para corroborarlo), son comprensibles desde la defensa numantina de esta democracia de bajísima densidad. Llevan reloj atrasado, tal como expresó la gigantesca protesta de ayer en Madrid. Pero siguen sin depurar conceptos útiles en materia de organización para disputar el poder al objetivo frente PP/PSOE. Monedero e Iglesias, los de "Podemos", se aferran al comunismo como ideología, sin analizar su fracaso planetario ni los crímenes masivos a los que condujo su práctica. Si una revolución social es necesaria en España, Europa, y el mundo si me apuran, deberá potenciar una nueva democracia social, junto a la autonomía de sindicatos y partidos que surjan de la sociedad civil. La iniciativa privada y formas compatibles de propiedad con el área social son necesarias. Dinamarca, Suecia, Noruega y Finlandia son ejemplos sociales, culturales y productivos a seguir. Estando lejos de ellos en la práctica, no comportan utopía sino un ejemplo. La izquierda española, atada al reformismo parlamentario, no lo tiene nada claro. Por eso está condenada a ser mosca cojonera del sistema, cuando la protesta social está abriendo otros caminos bien diferentes.
Entre los libros perdidos en la marejada editorial de los años ochenta hay uno de Victor Alba muy interesante. "Somos todos hijos de Franco" es su implacable título. Alba provenía de las filas trotskistas y era un veterano pensador y activista de lo más atípico en la España aldeana que aún transitamos, con resultados tan penosos y desgarradores.

Pero si la muerte de las palabras amenaza a la vieja izquierda, los militantes sociales deberán inventar otras nuevas, que surjan de la profunda crítica abarcando estos últimos cuarenta años de tránsito oligárquico, y sumisión a símbolos que nos llevaron a la ruina.

Suárez es uno de ellos, encarnando la desmemoria de lo que él y sus patrocinadores franquistas perpetraron desde 1939 en adelante, congelando el vivo pulso de la Historia. La llamada Transición lo descongeló unas pocas horas refundacionales, de libertades rigurosamente vigiladas, estructurando una fórmula mixta de podridos cimientos, con pocos derechos y demasiadas obligaciones, a cambio de unas migajas del bienestar; disfrutado a pleno por sociedades más avanzadas. Calibrar nuestros males no es algo pesimista. Sí en cambio quedarse en la mitad del río cuando llueve a cántaros, sin ser capaces de divisar otro horizonte más promisorio.

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