Duras penas han caído sobre los culpables de la mayor masacre terrorista en la historia de la democracia española. El buen criterio de los jueces se ha extendido a las compensaciones económicas que recibirán las familias damnificadas y los sobrevivientes con secuelas físicas y psíquicas.
El otro juicio, sin penas manifiestas ni expediente alguno, radica en la condena moral a los que procuraron instrumentar el atentado integrándolo a una supuesta conspiración del PSOE, ocultando a los que supuestamente colocaron las bombas en el tren, para negociar con ellos el fin del terror. Me refiero a ETA, sindicada por el diario El Mundo y la cadena COPE como autora de la masacre. Soterradamente, sectores del Partido Popular han escampado esta versión, jaleando a los que públicamente la ventilaban.
Curiosamente, El Mundo y su director, Pedro José Ramírez, habían destapado varios escándalos financieros y algunos crímenes (los del GAL) perpetrados desde esferas gubernamentales en la era González. El PSOE de entonces, acusó a Ramírez y el fallecido Antonio Herrero, junto a una pleyade de notables periodistas y escritores, de conspirar contra el gobierno y la estabilidad democrática, favoreciendo de hecho al Partido Popular.
La realidad posterior demostró la falacia del señalamiento. José María Aznar acabó ganando las elecciones en buena lid. Los errores de González y el desgaste del PSOE precipitaron la alternancia.
Ocho años después, fue el desgaste de Aznar y los errores de su partido, los que invirtieron el proceso. La intervención de tropas españolas en Irak contraviniendo a la ONU y en desvergonzada alianza con el catastrófico Presidente de los EEUU, desempeñó sin duda un papel importante en el voto de los españoles. Pero no fue el único. La mayoría absoluta obtenida en el segundo turno había derechizado al gobierno de una formación que abandonó el centrismo inicial.
No pasó mucho tiempo sin que a Ramírez y a algunos capitostes del PP se les ocurriese maquinar la desafortunada teoría de la conspiración, propagandizada con gran ímpetu y manifiesto descaro por Federico Jiménez Losantos desde los micrófonos de la COPE.
El pequeño César decía que los magrebies encarcelados eran pelanas, incapaces de perpetrar semejante atentado. De nada le sirvieron la masacre de las Torres Gemelas y el claro auge mundial del integrismo terrorista islámico. Tampoco evaluó el sangriento atentado de la AMIA, perpetrado por agentes de la autocracia iraní en Buenos Aires hace algunos años; u otros tantos en varios puntos del planeta.
Por momentos, da la sensación de que Jiménez vive en aquella casita de Teruel, sitiada en crudos inviernos por metro y medio de nieve (tal como relató la otra mañana).
Su obsesión con ETA y el irrefrenable deseo de acabar con el Gobierno de Rodriguez Zapatero le estaban llevando al despeñadero; refrendado en fechas recientes por su Real aversión, y en la de hoy por la realidad.
A Felipe González y su brain trust de nada les sirvió en el pasado lanzar al vuelo la idea de una sucia trama, montada por sus rivales políticos. A pesar de que entonces contaban con el sostenido apoyo del diario El País, casi todas las radioemisoras y los canales de televisión, una mayoría de ciudadanos reaccionó dándoles la espalda.
Creo que ahora pasará lo mismo con las aspiraciones del PP. Pese al desmarque de Zaplana y Acebes ante el fallo de la Audiencia Nacional, es pública su sintonía política y espiritual con Ramirez y Jiménez. No fueron ellos, por cierto, quienes fabricaron el libreto que Casimiro García Abadillo (el sabueso Pinkerton de EL Mundo), y la COPE o Libertad Digital, detallaron con tal entusiasmo e imaginación. Pero tampoco le salieron al paso. Eso les descalifica.
Ellos seguirán tan tranquilos. Los platos rotos, como siempre, los pagará Mariano Rajoy.
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