Cuando un partido político se organiza en base a una premisa totalitaria, su realización práctica es mafiosa.
El peronismo empezó a corromperse desde el poder, en el curso de 1946. Su verticalidad, soportada en el jefe tribal, se nutrió de dos vertientes. Una sindical, la otra militar. Desde el Estado, el primer gobierno de Perón fue articulando una estructura prebendaria que de hecho benefició a las elites de sus dos patas de banco. Pronto se agregó una tercera con los contratistas del Estado y las obras públicas. La cuarta tuvo bases propias en el creciente poder de su mujer y la absorción de los medios, junto al encumbramiento del corrompido Miguel Miranda y luego con Jorge Antonio, más sujeto a Perón que el otro.
Hacia 1955 el grado de corrupción del mafioso Estado Peronista era de aupa y aquí te espero. Su ignominiosa caída no suprimió el sedimento descompuesto que la dictadura y sus manejos dejaron en la sociedad.
Arturo Frondizi pactó el poder de los votos con Perón, autorizando el desarrollo de una burocracia sindical formalmente fiel al dictador; aunque servidora de los burgueses contratistas y los jefes militares. Antes funcionarios del peronismo; luego integrados a las sociedades anónimas de grandes empresas.
La veda electoral impidió el desarrollo de una nueva burocracia política. De hecho, fueron los grandes sindicatos, agrupados en las 62 Organizaciones, los que jugaron destacado papel en tejes y manejes con encumbrados miembros de las FFAA, que culminaron en la caída de los civiles Frondizi y Arturo Umberto Illia. A los sindicalistas les convenían los militares autoritarios, no políticos que pudieran desplazarlos del escenario y sus ágapes.
La estructura económica del país era en el fondo la que Perón legó. De manera que, con muchos menos beneficios sociales que antes para sus representados, pero con el cierto margen de maniobra otorgado por la Ley de Asociaciones Profesionales, y una economía que, con sus altos y bajos aún podía garantizar cierto nivel de salarios y beneficios sociales, los jefazos sindicales fueron co estrellas de la función.
El retorno del viejo Líder, en medio de una seria crisis política y social, conmovió parcialmente las viejas reglas de juego. Sin embargo, el ala política del peronismo pronto reveló su debilidad. No es casual que hayan sido los sindicatos quienes tras la muerte del Líder acabaran con López Rega, condicionando a la viuda, en ejercicio de la Presidencia.
El Golpe de Estado del 24 de marzo del 76, puso el sistema patas arriba.
Junto a la feroz represión sine die, empezó la tarea de desindustrializar el país. La misma no fue completada por el gobierno democrático de Alfonsín, sino por Menem y la globalización.
La muerte del viejo Estado, contratista y prebendario, llegó junto al colapso del poder sindical y la ruina fabril. A las FFAA, desacreditadas y poco útiles en la nueva etapa como factor de poder mediador, les ocurrió otro tanto.
Hoy, sus viejos matarifes son los cabezas de turco, cuya escabechina ejemplar, tan aplaudida por la mamma Bonafini, pretende ocultar el libre albedrío del que goza la nueva casta de asesinos y ladrones que el Estado ampara.
Gracias a Menem y Duhalde, el poder del peronismo político, afincado como nunca y sin socios molestos ni rivales en el Estado, alcanzó su cenit. La transferencia de los viejos hábitos mafiosos, patrimonio casi exclusivo de los difuntos jefes gremiales y los raquíticos sindicatos del presente, se realizó en esta esfera. Agregándoseles los servicios todo terreno de la Policía Federal y la de la Provincia de Buenos Aires (una de las más corruptas y violentas del mundo), como garantía armada del mercadeo.
En el punto, los discípulos de Perón, siguen las tradiciones del maestro y su debilidad por los suboficiales.
Hoy, la Argentina de Kirchner, más próspera que la de Menem, cobija en su entraña estatal una elevada cota de corrupción. Los hechos que la prensa ha venido comentando cantan; la reciente elección lo confirma en su naturaleza.
Basada en la miseria estructural, la delincuencia que esta genera y la tradición criminal -manifestada a grueso trazo por la descomposición de los militares en el poder- prosiguen contaminando la vida de los argentinos.
Las formas democráticas, sin duda existentes, no garantizan de por sí la transparencia de los que mandan. Lo ha denunciado sistemáticamente, entre muchos otros, Elisa Carrió, y lleva razón.
De hecho lo confirma este nepotismo vergonzoso, amparado en tradiciones de cepa mafiosa, travestidas de romance familiar e ideal feminista. Tales eran, en última instancia los vínculos entre Perón y sus dos últimas mujeres; y así siguen siendo los de aquellos que ambicionan perpetuarse en el poder.
Por irrefrenable adicción y para seguir haciendo negocios.
Sucios, desde luego.
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