El Conseller de Cultura y Mitjans de Comunicació, Joan Manel Tresserras ha invocado el azote franquista como justificante de la implantación de la llengua catalana en los medios oficiales.
De su singular aspecto, propio del mejor casting de Star Trek, aguardábamos una definición más futurista.
Pero no. Como buen caballero medieval, vuelve a su cuna, negando un presente democrático que debe ser abonado por el correcto manejo de nuestras dos lenguas. Las relaciones comerciales entre nosotros y los compatriotas de otras regiones nos es favorable. No veo porqué frenar el fácil acceso a ellos sin hablar lo que en muchos casos comporta su lengua única, y en nosotros es de uso frecuente.
¿O es que esperamos que los madrileños, vascos, aragoneses, asturianos, gallegos y granadinos, o canarios, aprendan el catalán para relacionarse con nosotros?
Quizá el arrogante Conseller de cota de malla, así lo considere. Mirarse en el espejo insume menos trabajo y tensión que dialogar con el vecino. Optar por esta solución acrecienta el narsicismo; debilitando nuestra propia entidad social.
Creo que en realidad, el problema del idioma catalán no pasa hoy por su implantación; de hecho reforzada y enriquecida por la normalización lingüística en las escuelas e institutos, sino por el contenido cultural que damos a su uso.
Desde hace tiempo es pobrísimo. Tanto se emplee el Catalán como el Castellano no se superan las 200 palabras.
La reforma educativa (LOGSE) significó un reordenamiento de contenidos que no tuvo en cuenta la realidad social y el factor humano; principalmente en lo que atañe a los [tan injustamente] criticados enseñantes.
Los maestros de la antigua Escuela Primaria quedaron rebajados a meros instructores de párvulos, enviados a distraerse por sus padres sin una vida familiar que les impulsase a estudiar. Con el cambio de programa, los maestros más capacitados eligieron concursar el pase a los institutos, sin estar preparados para enfrentar la suerte de guerrilla infantil que les aguardaba.
Tampoco allí, los añejos profesores, que en su previa formación encaraban a los adolescentes de trece años para arriba, se adaptaron a los más pequeños. Si a eso se suman los frecuentes traslados de los intinerantes sin plaza fija,y por lo tanto incapacitados para elaborar un plan de estudios que superase el año o dos, de permanencia en el centro, tenemos como resultado el desbarajuste actual.
La honda despolitización social y el pesimismo generalizado en la gestión de la clase política ha reforzado el consumismo familiar y el imperio nada selectivo de la TV. Contrarrestarlo no se arregla manteniendo el gheto en los seminarios de Lengua Castellana ni reforzando la inmersión.
Hay que revolucionar los contenidos. Y para hacerlo, los enseñantes que deambulan por el mapa deben permanecer más tiempo en el centro de estudios. Si ello significa introducir cambios en el sistema itinerante que regula al profesorado, hay que hacerlo; y rápido.
Otros dos asuntos deben resolverse. El primero es mejorar los sueldos docentes, desde hace años ralentizados. Y capacitar a los que ya ejercen, dotándoles de medios y programas que impliquen en el empeño educativo al alumnado y sus padres.
Lo último es decisivo. Ningún enseñante hace milagros. Si en los hogares no preocupa la calidad de la educación, poco se hará.
Se me dirá que los cuarenta años de negación cultural de fondo que legó el franquismo no pueden enterrarse en unas pocas generaciones, y eso es verdad. Pero eso no pasa por aplastar la lengua castellana mediante el uso compulsivo del catalán como arma arrojadiza.
El señor Tresserras parte de una premisa de acorralamiento, sostenida sine die por su formación. Es la que le hizo ganar escaños y peso en Catalunya, conmoviendo Madrid. Ahora, la estrategia debe pasar por ensanchar el territorio cultural incorporando los sistemas que mejor se adapten al progreso, sin renunciar al concepto de Nación.
Esto vale para ERC y el resto de nuestras formaciones. Mejorar la cultura es aumentar la participación ciudadana y la calidad del voto.
Ya lo he dicho en otros artículos.
Si la dictadura no pudo hundir nuestra lengua, mal puede hacerlo la democracia. A menos, que la tesis sea un pretexto para hundirnos en otro aislamiento; de distinto formato e igual consecuencia.
La lengua sirve para comunicarnos. Ampliar el contenido sin perder de vista el resto del mapa promoverá nuestra riqueza, material y cultural. De tener clara la premisa, formaremos profesionales competentes y creativos, o industriales y comerciantes que agreguen a su producto y comercio el valor agregado cultural. Esencial para competir con éxito en el mercado mundial globalizado.
Nosotros en Catalunya recibimos un creciente número de inmigrantes. Muchos hablan castellano. Otros varias lenguas centoeuropeas o africanas. El ajuste idiomático debe atender a estos orígenes.
El reciente progreso de Irlanda es consecuencia de esta premisa dinamizadora de la cultura integral, ya experimentada en Finlandia y otros países del entorno.
En cambio, nosotros estamos promoviendo una polémica de diversión social, que aleja a nuestros ciudadanos de lo que es vital e importante.
Machacar a las masas con el catalanismo cerrado a cal y canto, las sume en un confuso letargo, del que salen sintiéndose más catalanes -eso es cierto- a cambio de saciar con ello su ego nacional, creando una estéril sensación de superioridad, semejante en la forma a la de los señores feudales que observan con displicencia a la servidumbre.
En los frecuentes chascarrillos que destinamos a lo andaluz, juzgándolo cutre, el fenómeno asume su verdadera esencia.
"Me basta y sobra con ser catalán. Ya cumplí."-dirán muchos; mirando a los no catalanes por encima del hombro, sin caer en la cuenta de estar mareados y al borde del precipicio.
Mientras nosotros damos una y otra vez vueltas en círculo sobre asuntos francamente banales, otros países avanzan con la mirada puesta en el futuro.
¿Por qué no imitarlos, mientras usted envaina la espada, y se pone a pensar en nuevos contenidos culturales; eh, señor Tresserras?
No es que nos vaya a hacer un favor. Para eso le pagamos un sueldo.
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