Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

martes, 30 de octubre de 2007

EL PENSAMIENTO ABSTRACTO

Ahí, en el trasero de El País de hoy descorcha Rosa Montero una disgresión sobra la pasividad de Daniel, el chico argentino del tren que pasó de intervenir cuando la niña ecuatoriana fue agredida por el monstruo.

Empieza Montero diciendo que no se puede sacar el chico de la cabeza. Y prosigue elaborando un ensayo sobre la cobardía y el valor, preguntándonos [y preguntándose, a la vez] si hubiéramos escondido a un judío en la Alemania de Hitler.

"Ojalá"-dice rematando la columna horizontal- "la vida no nos ponga en una de esas situaciones límite, porque podemos reaccionar como el chico del tren. Y no sé si el pobre será capaz de superarlo"


Daniel, homosexual y llegado no hace mucho de Argentina, sabe lo que es el horror desde mucho antes. El episodio del vagón no hizo otra cosa que recordarle, una vez más, que el mundo es un lugar peligroso.


La señora Montero no ha vivido en esta Argentina, pese a haberla visitado en más de una ocasión. Claro. Una cosa es hacer turismo de escritora consagrada, y la otra haber nacido y crecido allí, en la peor época. No en la comparativamente mejor que yo viví, desde 1948 hasta 1982. Y eso que padecí las contínuas dictaduras y casi toda la última, que fue de lejos la peor, para los que teníamos o no antecedentes políticos.


Sin embargo, la implantación social del crimen (realizada en la democracia) inició la peor de todas las épocas y la de más larga duración. Diez millones de pobres y una gran legión de parásitos y aprovechados, no son moco de pavo, y las redes del delito, enraizadas en la vida cotidiana, escalan las alturas de las finanzas, la política y la maldita policía (tal como se la conoce popularmente).


No hace falta pisar Ezeiza para oler el peligro en las calles. Bastará consultar los periódicos argentinos en la red o las webs que encaran la inseguridad ciudadana. La muerte violenta está hoy en cualquier parte. Con un caño en la mano, los que asaltan y secuestran, estornudan o te matan.


Daniel vio la luz bajo ese cielo tan parecido al infierno, y en vista de que las cosas no cambiaban viajó hasta nosotros, en busca de cierta paz. Su periplo en el vagón del tren le demostró que los paraísos no existen.

Ahora, cuando menos le recomiendo, que aprenda Karate y sepa defenderse. Si yo tuviera sus años lo haría sin duda.


El Primer Mundo no es lo que parece. La globalización nace en él y a él retorna como implacable boomerang.


Artículos pretenciosos como el de Rosa Montero, proyectando su angustia existencial sobre otro pobre inmigrante, para de paso lucir prosa, lo demuestran palmariamente.


El valor o su ausencia no siempre se miden con la misma vara. Median las circunstancias y lo que cada uno carga en las alforjas. Si el terror cotidiano va con ellas hay que entenderlo. Y a Daniel hay que ayudarle a superarlo. No dejarlo solo leyendo el suelto ofensivo que alguien escribió una mala tarde.


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