Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

miércoles, 3 de octubre de 2007

EL SIGLO PASADO; OTRO PAÍS

"Usted vive en el siglo pasado y en otro país"-respondió el Presidente de España al Lehendakari del País Vasco, acerca de la consulta popular que Ibarretxe planea de aquí a un año. Poco después se preguntó en voz alta "de qué servía ser Lehendakari si no podía preguntar al pueblo qué deseaba para su futuro."
El Presidente insistió en el oculto propósito del Lehendakari.
"Busca votos"-dijo; como si él y todos los políticos fueran cazadores de mariposas.
Volvemos atrás para aclarar un par de conceptos sobre lo estimado por José Luís Rodríguez Zapatero.

Lo único que pertenece al siglo pasado en el presente de España, es una Constitución que lleva vigente 30 años. Acierta sin quererlo, al afirmar que éste es otro país.

No es aquél.

Por eso mismo, creo, es necesario actualizar la Constitución. Cuando ésta fue refrendada en consulta popular por la mayoría de los ciudadanos de entonces, las autonomías no se habían desarrollado en la forma que hoy expresan el sentimiento y la voluntad.

La idea de Nación, según historia lengua y tradiciones en cada comunidad, tampoco hallaba el marco adecuado para afirmarse. Salíamos de una dictadura centralista y desembocábamos -felizmente- en una forma de Estado monárquica y democrática, donde las autonomías -suprimidas tras la victoria franquista en la Guerra Civil- volvían a restaurarse.

A tres décadas de aquello observamos en Catalunya, Euskadi y Galicia un creciente nacionalismo, alimentado por la restauración sostenida del idioma vernáculo y la ampliación de facultades de la Generalitat, el Gobierno Vasco y la Xunta.

En cada una de estas tres regiones impera una clara idea de nación. España las compendiaría a todas, erigiéndose en una Nación de Naciones.

Imaginar otra situación es vivir en el siglo pasado y en cierto modo en otro país. Luego, es Ibarretxe quien lleva razón. Si la vieja Constitución prohibe consultas como la que propone el Lehendakari, es hora de revisarla en las Cortes, impulsando mediante las formaciones políticas democráticas un amplio debate nacional.

Creo que a pesar de las bondades reveladas por la Transición, hay un oscuro fenómeno que, hecho nube tóxica oscurece el presente. El pacto entre las fuerzas del pasado y las más bisoñas, sin experiencia política en un territorio público vedado desde 1940 hasta 1976, fue un acuerdo que excluyó la revisión del pasado, y lo que es más grave, cualquier autocrítica de los intervinientes.

No me refiero sólo a personajes como Fraga Iribarne, Torcuato Fernández Miranda o Adolfo Suárez, sino a Santiago Carrillo, sus muertos de Paracuellos y el estalinismo contumaz de las chekas en territorio republicano.

Los franquistas se despojaron de sus camisas azules y los otros del totalitarismo manifiesto de propósito y símbolos, en silencio y puntas de pie.

De entre estos tránsfugas, el menos comprometido con alguna luctuosa acción del pasado fue en realidad el heredero del Caudillo: Juan Carlos I de Borbón.

Su probada virtud pegando un golpe de timón, consistió en pilotar esta Transición resguardando la naciente democracia antes, durante y después del 23F.

Sin embargo, los cantares de esta gesta transicional, acuerdo de partes tan modélico y celebrado en el exterior, acabó fijando en las entrañas de la sociedad española (o su inconsciente colectivo, al decir de Jung) el factor de la ausencia autocrítica. Ella se expresa en la vida cotidiana. En las comunidades, urbanizaciones y bloques de pisos. El reflejo en el campo educacional y formativo de los niños y jóvenes es palmario. La banalidad de los medios; en especial la televisión, asume proporciones grotescas. El vocabulario de nuestra juventud, se exprese en castellano, catalán, Euskera o galego no supera las 200 palabras.

En él no figura el término "autocrítica". Sencillamente, no lo heredaron...

Y en gran medida hoy, la falta de esta cualidad, tan necesaria para enfrentar los desafíos del porvenir, es la que nos está llevando al conflicto, entre al menos dos, de las Naciones citadas, y el poder central, representado por las autoridades que prescribe la Constitución, y el Monarca, símbolo y garante, junto al Ejército, de la unidad nacional.

No es casual, por lo tanto, que ni el PSOE, el PP, Convergencia i Unió o el PNV hayan hecho autocrítica alguna de sus acciones al frente del gobierno central o autonómico, durante los últimos 25 años. El funcionamiento de las formaciones políticas es autocrático y su financiación no está reglada por la Ley; características que dan lugar a las malformaciones de una democracia que dista de ser transparente.
Esto, en cualquier país de la tierra lleva a la oligarquización política y la indiferencia de los ciudadanos a la hora del voto. El permanente descrédito de los funcionarios públicos, desde alcaldes y concejales hasta los órganos centrales, no cesa ni y da apreciables signos de remisión. Si bien la sociedad civil lleva su cuota de responsabilidad ante el fenómeno, es de recibo la marca inmovilista de la Transición -positiva en crucial instante ante una conflictiva ruptura- como ejemplo de práctica política cotidiana.

La crisis de Euskadi, la del Gobierno y la institución monárquica se resuelve a través del debate. Uno con luz y taquígrafos. Eso sí, de todo debate presente o futuro quedará excluida cualquier expresión de violencia, espontánea u organizada.

En tal concepto y ejercicio, no hay revisión posible.

Si Juan José Ibarretxe está de acuerdo con la premisa, su voz, la misma que reclama el derecho vasco a expresar la suya, debe manifestarlo con la misma pasión, entrega y, lo que es más importante, sentido de la responsabilidad.

No muy frecuente en estos días.






1 comentario:

roberto ciochi dijo...

estimado joan:celebro el contacto y el verificar,por si hiciera falta que su pluma sigue tan viva como siempre.desde buenos aires se añoran las largas charlas y las sobremesas pero al menos los analisis que ud hace y que llevan su inconfundible sello e impronta,nlo acercan un poco a esta ribera del oceano.gran abrazo
roberto ciochi