En esta tierra de caudillos de pobre tradición democrática, fórmula republicana nominal y un ejercicio de poder presidencial abrumador, las formas consultivas del voto se corresponden al arcaicismo defondo.
Desde la fundación territorial de 1816 hasta 1914, en el país imperaron la dictadura abierta (de Juan Manuel de Rosas) y el voto cantado o fraudulento. Desde allí hasta 1930 se ensayó un experimento democrático sustentado en las clases medias; aunque la figura de otro caudillo (el krausista radical Hipólito Yrigoyen) marcara gran parte de su ritmo. Derrocado por la crisis económica, su previa vejez y un feroz general admirador del fascismo, se abrió un periodo de falsa democracia, tutelada por el Ejército y otro general, menos fascista, aunque tan autoritario como el otro.
Dos gobiernos conservadores mediando civiles de tal calibre, culminaron en el abierto golpe de Estado del Ejército, en el que su figura dominante terminó siendo el coronel Juan Perón; admirador de Mussolini y bastante influenciado por su Carta del Lavoro, merced a una estancia de dos años en Italia al borde de la Segunda Guerra Mundial.
Al Igual que el estanciero Juan Manuel de Rosas, el oficial de Inteligencia castrense Juan Domingo Perón se apoyó en los sectores populares (en especial la joven clase obrera) desarrollando medidas de protección social inéditas hasta entonces, estimulando el combate popular contra la oligarquía vernácula y el Imperialismo norteamericano.
Descabalgado y puesto en la cárcel unos días por el ala liberal (y fraudulenta) de sus camaradas, aliados a los viejos partidos políticos y la embajada de los EEUU, fue liberado el 17 de octubre de 1945 por la movilización obrera, asociada al apoyo del sector militar obrerista y los efectivos policiales, sumados en gran número durante su gestión bienal como Secretario de Trabajo, Ministro de la Guerra y Vicepresidente de la República.
Una vez ganadas las elecciones con toda limpieza, el flamante General montó una democracia de fondo quebradizo y gran apoyo popular, soportada en nuevos beneficios sociales y una imponente marejada de obras públicas. Su segunda esposa y ex amante (Eva Duarte), a la postre su mejor discípula, reveló grandes dotes de mando e iniciativas de beneficencia, destinadas a los sectores más postergados.
El respaldo de gremios fortalecidos y controlados desde el gobierno peronista, desempeñó un importante papel, junto al soporte del Ejército, parcialmente depurado de efectivos liberales.
Así, enancado en estos dos pilares fácticos, desarrollaron Perón y Evita su dictadura populista en la Argentina.
Las divisas acumuladas durante la Guerra financiaron, junto a las exportaciones de carne y cereales, el control absoluto del país; debilitando a una oposición política y congresual, amedrentada por persecuciones, ceses compulsivos en las cámaras y clamorosas zancadillas que no cayeron en saco roto, ante las barbas remojadas de un Poder Judicial obediente. Con la prensa y los medios, fue implacable el voraz gobierno. Suprimió la independencia de las emisoras radiales empleando el chantaje y compró casi todos los periódicos importantes a golpe de talón, engullendo al penúltimo y más peligroso mediante la fuerza en 1952.
El peronismo, debilitado por la agonía de Evita, volvió a ganar las elecciones de ese año. Pero tras su muerte, la decadencia del régimen y su Líder se hicieron patentes. La bonanza económica llegaba a su fin, por más parches que intentaran el dictador y sus obsecuentes secuaces. Los que no lo eran tanto, ya habían sido apartados del poder por esas fechas.
En medio de una rampante corrupción, los malos números y ataques sin precedentes a los opositores y la Iglesia (su aliada de ayer), cayó el régimen en octubre de 1955. Perón, el prepotente caudillo nacionalista y enemigo del Imperio, había desestimado pelear, acatando la decisión de sus rivales, minoritarios en el Ejército.
De ahí en más, la azarosa peripecia del bello y próspero país austral, acentuó su sesgo trágico, protagonizado por antiperonistas civiles jaqueados y derribados por el omnipresente estamento militar, y sus nuevos caudillos.
Como se sabe, desde Aramburu y Rojas hasta Lanusse, pasando por Onganía y Levingston, fracasaron uno tras otro. También lo hizo Perón al retornar forzosamente al país tras 18 años de exilio, en medio de una serie crisis política, el acsos guerrillero y grandes movilizaciones. Falleciendo tras un año de mandato mediando el rocambolesco enroque con Héctor Cámpora, se salvó del total descrédito, como consecuencia de planes económicos que hacían aguas por todas partes.
No tuvo tanta suerte su malvada y torpe esposa número tres(María Estela Martínez Cartas /Alias "Isabelita"), secundada por el torvo mucamo matrimonial (José López Rega), operando una catastrófica gestión.
El nuevo turno militar fue inevitable, y a ciencia cierta constituyó el peor de todos los habidos. Los crímenes de Estado e inéditos campos de exterminio, extrapolados del modelo nazi, apto para eliminar 30.000 opositores en siete terroríficos años, se unieron al pésimo manejo económico y la corrupción generalizada del estamento militar y sus cómplices.
La frustración que invadía la sociedad criolla en esos años de plomo, se exacerbó con el fracaso militar en la llamada Guerra de las Malvinas, abriendo inevitable paso a la democracia.
Elegido por mayoría absoluta, el radical Raúl Ricardo Alfonsín, uno de los pocos políticos argentinos que enfrentó a los militares durante el terrible ciclo, derrotó por vez primera a los candidatos de un peronismo escoradoi a la derecha que los votantes identificaban con la dictadura militar.
Pero la democracia del valeroso Alfonsín, jaqueada por la mala gestión de una economía inflacionaria y el sabotaje sindical del peronismo, debió irse meses antes de concluir su mandato sexenal; despejando el horizonte para el triunfo del peronista Carlos Saúl Menem.
Este ejemplar de provincias, hijo de sirio libaneses y oportunista en extremo, probó hasta qué punto el peronismo era un instrumento pragmático y adaptable a cualquier solución política y económica. Para frenar la inflación dolarizó a los pocos meses de gestión la economía, y se lanzó a rematar las empresas estatales. Su política liberal polarizó las clases, devastando enormes franjas de la clase media, prendidas en una forma u otra a la teta del Estado; a la vez que recortaba, tanto el poder militar (rebajando sueldos y restándole reequipamiento) como el sindical (al hundirse la producción industrial y cerrar las fábricas medianas y pequeñas).
La marcha del mundo y el odio público a los privilegios militares y sindicales favorecían la estrategia de poder global del ambicioso "turco".
Los dos periodos del exhibicionista y farandulero mamarracho (tan parecido al Perón, viudo de 1953/55), se caracterizaron por el crecimiento desorbitado de la deuda externa y una corrupción muy superior a la de los gobiernos del susodicho.
Sucedido por una alianza electoral de radicales de centro y peronistas de centro izquierda, al país le aguardaba el desastre de la nueva pesificación y el tristemente célebre corralito, saqueando de facto los ahorros bancarios en dólares de la clase media, sobrevivida a la nefasta era de Menem. De golpe y porrazo, los sueldos de 1.000 dólares devinieron en 1.000 pesos moneda nacional, con el dólar tres a uno y un costo de la vida que mantenía los precios de antes, aumentándolos.
O sea, nuestra miseria presente en el pasaje de la Peseta al Euro, multiplicada por tres, con tarifas por las nubes y sin cobertura social ni previsional.
La revuelta popular, de gran magnitud ante la evidente quiebra estatal, fue inevitable, y el incompetente De la Rúa, el Presidente radical de la coalición en el poder, debió marcharse; no sin que antes la represión ordenada dejase un tendal de víctimas en las calles de Buenos Aires.
Pude ver las consecuencias de la pesificación en el 2001, durante mi segundo viaje a Buenos Aires tras 18 años de ausencia (el primero lo realicé en 1999, cuando los viandantes en las calles comentaban su hartazgo de Menem y su apaño liberal y globalizador). El casco céntrico y los pueblos del conurbano provincial presentaban un aspecto lamentable, de chabola gigantesca y definitiva
Entonces, familias enteras alfombraban las aceras en las principales avenidas en la Capital Federal. No tenían trabajo, ni casa, ni comida. Eran miles y miles de manos tendidas a tu paso. Si en el ´99 ya se te cruzaban "mangando un dolar", propina entonces del cafelito, ahora la multitud se contentaba con unos pocos céntimos pesificados.
Aquél año yo procuraba material bibliográfico a mi segundo tomo de Perón. Luz y Sombras, y cuando ingresé a una librería céntrica, preguntando "dónde estaba la Historia Argentina" (me refería al anaquel correspondiente) la propietaria, una madura e inteligente dama, me respondió: "En el cubo de la basura."
Una vez expulsado el odiado De la Rúa, gobernaba el senador peronista de centro derecha Eduardo Duhalde (elección congresual forzada en pocas horas ante la incompetencia de Adolfo Rodríguez Saá, llamando a no pagar la deuda externa), capeando el temporal, auxiliado por el economista Roberto Lavagna; a la postre verdadero artífice de la recuperación económica que hoy se observa.
La elección final de Nestor Kirchner, elegido por un 25% de los sufragios, no significó la supresión del presidencialismo absorbente y los manejos caudillistas en la política local. La pueblada que acabó con De la Rúa exigía "que se fueran todos[los políticos]". Pero en los hechos no había con quién reemplazarlos y la realidad se impuso, una vez más. Muy pragmáticos, los ejemplares sobrevividos de la política criolla cedieron paso a la triunfal candidatura de un populista, perteneciente a la generación juvenil que respaldó la lucha armada para reinstalar al viejo Perón en el poder, y que después había gestionado con acierto su provincia en los años de gobernación.
Cierto es que el crecimiento sostenido del país en los últimos años (a un promedio de casi el 9 % anual, y con superávit en la balanza de pagos a corto plazo, gracias al ingreso fiscal) permitió remontar la crisis como tal.
Pero la depresión salarial sigue incólume, y con ella diez millones de argentinos viven sumergidos en la pobreza, mientras el delito y el crimen -ya existentes durante el decenio de Menem- se articulan con la corrupción de la policía al estilo mexicano, y en las esfera de poder florecen las comisiones ilegales y los tratos de favor.
El paliativo, típicamente populista, ha consistido en subvencionar productos de consumo popular como las gasolinas y en especial la carne, detrayéndolos a la exportación (los productos cárnicos, de consumo masivo y tradicional, son el más palmario ejemplo); gravando con impuestos aquellos exportables. Ello explica la permanente enemistad -semejante a la habida entre estos sectores y Perón- de los productores agrarios con el Gobierno. También cierto auge inflacionario de cifras que oculta el Gobierno.
En paralelo, el comercio de soja con los chinos ha funcionado reemplazando lo que en las postrimerías del siglo XIX y principios del XX, constituyó la base del progreso argentino.
Los antecedentes patagónicos de Kirchner y su mujer, la senadora Cristina Fernández, revelan aparte de la aceptable gestión, fuertes trazos de caudillismo nepotista en la Gobernación provincial de Santa Cruz. Ellos se han transmutado a la Casa Rosada, y su enérgico control (persupuestario y por ende político) de las provincias.
En el mejor estilo del Líder, Kirchner decide los asuntos de Estado por cuenta propia, prescindiendo de aglomerar ministros. El trato con la prensa fue áspero desde el comienzo, y aunque no llegue a los extremos practicados por su maestro político, la presión sobre los medios se deja sentir hoy, siendo a menudo aplastante o cuando menos molesto.
Quizá la clara baza a favor, en términos democráticos, que pueda concedérsele este caudillo de floja oratoria y poco carisma, con veleidades centroizquierdistas (respaldadas por el diario Página 12 y el ex montonero de los servicios de inteligencia de la organización, Horacio Verbitsky), sea la derogación de las leyes de Punto Final, que tras los juicios a los miembros de las juntas militares que asaltaron el poder en marzo de 1976, decretó un Alfonsín ya jaqueado por amenazas de golpe de Estado, y presiones del peronismo más derechista, en boga entonces.
Sin embargo, la alianza de Kirchner con poderosos monopolios económicos, el ala radical de las Madres de Plaza de Mayo (encabezada por la siniestra Hebe de Bonafini, fervorosa de la ETA) y el piquetero D´Elía, o los llamados gordos del sindicalismo peronista (dirigidos por el transportista Hugo Moyano, a falta de una industria pujante que torne a aupar sindicalistas del metal o textiles) revela aspectos menos felices en su gestión social; carente además de medidas innovadoras que reduzcan la abultada franja de pobreza en esta nación de 34 millones de habitantes.
En materia de política internacional, cabe apuntar los lazos de Argentina con Hugo Chávez(matizadas por varios negocios) y las distancias con EEUU; mitigadas por el odio del Presidente hacia Irán (cuyos agentes secretos precipitaron la masacre judía de la AMIA) y a punto de ser acortadas, al parecer, por Cristina Fernández, menos populista que su consorte.
A ella, poco clara en su programa de Gobierno. destinaremos el siguiente apunte.