El reciente caso de agresión de una joven inmigrante ecuatoriana por un chaval de Santa Coloma de Cervelló en un vagón de tren ha conmovido a nuestra opinión pública. La falta de celeridad y precisión en un procedimiento judicial que debió administrar inmediata justicia, revela la debilidad que aqueja a la propia conmoción.
Por naturaleza, cualquier sociedad opulenta anida elementos xenófobos y racistas, que emergen a la superficie cuando siente amenazados sus valores clasistas.
No es que los españoles vivamos ricamente. Nuestro promedio salarial, golpeado con rudeza por el €uro, ya era el más bajo de los nueve países desarrollados antes del funeral de la peseta. Ahora, tocamos fondo llorando a la difunta antes de final de mes.
Es lógico. Lo que antes costaba 100 pesetas hoy vale 1 €uro. La relación se reproduce en todos los órdenes (o desórdenes, como se quiera llamarlos).
De ahí que con una nómina o propiedad mediante nos tiren créditos al consumo por la cabeza.
A medida que de ellos echamos mano, seguimos forjando nuestra ruina
Sin embargo, ante la ola de inmigrantes en fuga que nos llegan cruzando mares y fronteras, somos privilegiados. En vista de la desgarradora invasión, la teoría de la relatividad nos vuelve defensivos en extremo. Entonces es cuando el racismo y la xenofobia se vuelven una suerte de válvula de escape del miedo ancestral y la frustración cotidiana, mientras un segmento de nuestros compatriotas se aprovecha de ello, contratando a precio de saldo la fuerza de trabajo de quienes no tienen papeles.
En El País de la fecha, un periodista (David Fleta) describe con pelos y señales la reacción del vecindario en Santa Coloma de Cervelló. En su conjunto exculpan o casi a Sergi Xavier Martínez.
"¿No os da vergüenza grabar esto, con los problemas que hay?"-, señala un hombre de edad avanzada ante Fleta.
"Hay muchas más agresiones por aquí y no se ha formado tanto revuelo"-le dice otra mujer desde una terraza.
"Está mal lo que hizo, pero no es para tanto. Si llega a querer pegarle una paliza, se la pega. Para mi que la patada ni le llegó a dar"- sostiene otro, olvidando que la patada era el golpe de karate, digno de un encargado de gimnasio (tal era hasta hace no mucho la ocupación del agresor).
Nuevas exculpaciones suavizan el antiguo robo de un móvil (causal de los antecedentes de este chaval de 21 años, abandonado por una madre y a cargo de su abuela), o su práctico desconocimiento de Hitler.
Como si las raíces psicológicas de una conducta nazi y su violencia racial no fueran un hecho, extrapolable del Tercer Reich.
La reacción de este vecindario barcelonés no es aislada, en vista de la pereza procesual. La chulería mediática de este desclasado tampoco. Se siente arropado. Nadie se atreve a confesarlo, pero la percepción de muchos establece que el canalla -un manifiesto terrorista social- es un catalán de piel blanca que apenas dañó a una mugrosa india ecuatoriana de 16 abriles, que se rascaba las pulgas en un vagón de tren.
Algo está podrido en Dinamarca, diría Hamlet, de vivir entre nosotros.
Que no quepan dudas.
El huevo de nuestra serpiente cuenta con el clima social apto para reproducirse, rompiendo el cascarón.