En política, el cinismo es un delito. No será juzgado según la Ley, pero su dudosa naturaleza nos autoriza anteponerle su némesis: la ética.
El señor Montilla, devenido hoy en Honorable, rechazó -mediante gesto que lo emparenta con el Rey Sol- opinar sobre la agresión perpetrada en concreto contra Albert Rivera (ya comentada en este Blog), estimando que son más importantes las buenas nuevas.
Las que sin duda le favorecen.
Hete aquí a un espíritu totalitario, dispuesto a pintar de azul cielo su infierno, y de paso el nuestro...
En la realidad, este Presidente autonómico, menos votado que Artur Mas; candidato al que intentó humillar, enrostrándole un triunfo final pergeñado entre gallos rojos y morados, es un símil espiritual de cualquier jefe de la sección "Menajes", del Corte Inglés.
Esto aclaro, no va en desmedro de trabajadores que ganan su pan dignamente. Me refiero a las tan escasas dotes de estadista que revela nuestro President y lo grotesco de su gestión, rebosante de mercadeo.
La venta de menajes tendrá su mérito. Gobernar una comunidad es otra cosa.
Circunstancias políticas providenciales han convertido a Montilla en una figura importante para José Luís Rodríguez Zapatero; y desgraciadamente para Catalunya.
Debemos precisar que este catalán impostado y de seny invisible, no actúa solo. En su auxilio concurren la izquierda ecológica y la menos, junto al esfuerzo sostenido de Esquerra Republicana de Catalunya.
De esta zigzagueante formación, colla de amics y terralliurats, sobrevenida tras el sabotaje interior perpetrado por la disimulada "convergente" Pilar Rahola y el ex seminarista Ángel Colom, parte la mayor agresión contra el diálogo, la convivencia y el bilingüismo en Catalunya.
El que la formación se proclame republicana nos impresiona poco. Mussolini y sus protectores nazis (al rescate tras su prisión decretada por el Gran Consejo y el Rey), emplazaron la Republica Sociale Italiana en Saló. Allí pululaban los peores capitostes del régimen depuesto.
Asimismo recordamos que, el imperio bolchevique se denominaba Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. En apariencia eran muchas, pero mandaba el puño de hierro del Kremlin por sobre otra consideración.
Qué yo sepa, Cuba es una República, no el reinado dinástico que en los hechos representa. De las Repúblicas Populares, inactivas y activas, no cabe hablar.
Siendo republicano, prefiero un millón de veces esta Monarquía Constitucional a las maravillas que me ofertan el Tripartito y Rodríguez Zapatero en estas rebajas.
Ahora, en la Generalitat Catalana, integrante del Reino de España, mandonea el gauleiter del PSOE, providencial quisling de los castellano hablantes. El desprecio de este hombre de Estado por su lengua materna es inconmensurable; aunque en la intimidad la practique.
Desde que asumió su cargo, Montilla no dudó un instante en traicionar sus raíces castellanas. Ni siquiera intentó conciliarlas con el correcto uso de la verdadera lengua oficial. El poder es como la copa del árbol y le interesó más.
Parece ser la Biblia de muchos políticos ejercitando cotas de mando.
Mientras tanto, Esquerra, a lo suyo. A entrenar en el catalanismo de encefalograma plano y vacío de cultura verdadera, a sus jóvenes cachorros.
Son los nuevos republichini. Así denominaban los italianos democráticos a la morralla fascista que escoltaba al Duce, ansiosa de hacer méritos y escalar la pirámide entre uno u otro juicio menor.
Al parecer, alcanzarla implica amenazar de muerte a opositores, embadurnar fachadas y quemar retratos del Rey de España. Las juventudes hitlerianas hacían más o menos lo mismo con los judíos y opositores. Los guardianes iraníes de la Revolución, ejemplo de los talibanes afganos y el sátrapa Ben Laden bebieron en esas aguas.
Al señor Montilla, apoltronado en el cucuzzolo de la montaña, no le interesa opinar sobre estos temas. Por desgracia, tampoco vende menajes. La penosa circunstancia de un declive electoral y el tablón flotante arrimado por la coalición salvadora del naufragio, le ha convertido en algo que ni soñó.
Es, por cierto, una de nuestras pesadillas recurrentes. La que preside una comunidad bilingüe que dejará de serlo, si no enfrentamos con otra voz la del amo, y los ladridos de sus socios...
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