El PP
y su miserable Gobierno consideran posible que los ciudadanos vuelvan a
observar la corrupción un mal compatible con una economía próspera. Así
fue en el pasado más o menos reciente. Pero gracias a ellos mismos en
los últimos diecisiete meses, el país ya es otro.
Para colmo, la mejoría en cifras de prosperidad muy cuestionables, depara a esos burdos cantos de sirena, el
destino que se merecerá la comparecencia de Rajoy, junto a los planes
futuros de perpetuar este otro descarrilamiento. El de la nación.
Mirar para otro lado no es posible, en razón de que las iras ciudadanas
se centran en la gestión depredadora de estos herederos de Franco.
Mañana en el Senado, el taimado avestruz y su banda parda esgrimirán su
caducada mayoría absoluta para eludir toda responsabilidad en el saqueo
de los tributos, sumada a una rendida obediencia a Frau Merkel, la jefa
tribal de los voraces hunos.
Ya no depende de Rubalcaba y sus
melindres que fracase el propósito de una falsa comparecencia. Esta
sociedad civil madura muy a prisa y, si bien no se produjo el estallido
social, tan temido por muchos políticos y banqueros, las mediciones
posteriores arrojarán de seguro, y pese a los comentaristas de pago, un
mayor descrédito para los que pretendan que el gato sabe como la liebre,
y la estafa, las mentiras constantes -llenas de patéticas e indignantes
contradicciones- y el soborno, son las armas políticas que justifican
cualquier gestión política de los asuntos de Estado.
Ni siquiera en una democracia de baja densidad, como la que padecemos, ello es realizable sin que caiga un Gobierno.
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