Rajoy alza el pulgar ante su ex mentor y hoy rival. De nada servirán los sofismas a uno y el otro
El perverso Rajoy se justifica ante su ex jefe
y rival, pero su mensaje totalitario tiene otro alcance. Rechaza que se
juzguen los diecisiete meses de su miserable Gobierno, remitiéndonos al
fin de la Legislatura. Ridícula intención, a tenor de las pavorosas
cifras que desnudan este accionar. Cree poder completarla, cerrando los
ojos a lo que - se cumpla o no el término pactado con los votantes, de
una mayoría absoluta desvanecida en los hechos-, se les viene
encima a él y su partido. En tal sentido, el señor Rajoy lleva tatuada
en la frente la marca del deshonor político. Por esa razón toma la
palabra en espacios donde los suyos le arropan con mugrosas mantas,
destinando a otros el plasma, o la incomparecente elusión ante los
periodistas.
Es probable que, vista en perspectiva, la prisión de
Bárcenas sea un anticipo de lo que el destino reserva al estólido
timador y sus principales laderos.
No sólo a causa del saqueo de
fondos públicos, asunto de vieja data en el PP. Al delito continuado
habrá que agregar los destrozos sociales que su tremenda estafa
electoral está deparando al país, imitando el modelo alemán desde otra
sociedad muy diferente, mientras los de siempre son más ricos, sembrando
España de pobreza sin fin.
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