En
este país los presuntos inocentes forman legión. El concepto atraviesa
medios y tertulias como una suerte de viento tóxico, cargando de
frustración ciudadana la turbia atmósfera política y social, de
envilecimiento, descaro y arrogancia autoritaria. La judialización
política de la libre opinión-base activa del Estado de Derecho-, por parte de
estos bien conocidos señores, alza este
"sagrado" requisito, dirigido a ganar tiempo en el poder, mientras
siguen destrozando lo que aún queda de la versión sanitaria del Estado
de Bienestar, el empleo y la educación. Sin embargo, la opinión
mayoritaria de los ciudadanos condena, de hecho y sin requerir fallo
alguno en el campo judicial, a nuestros presuntos indecentes. Sabemos
que lo son, pese a que repitan como loros, coplas sobradas de mentiras y
engaños.
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