Vista parcial de la Plaza Tahir horas atrás.
El golpe militar egipcio responde a varias causas. La
principal radica en la impopularidad del asesino Morzi, jefe de los
Hermanos Musulmanes, probada en las calles. Pero no es la única. La
hegemonía de los uniformados sintoniza con Washington, la seguridad de
Israel y el vacío político de poder. El respaldo de masas al Ejército
acredita su estimación tras la deposición de Mubarak y las elecciones
libres que, empero dieron lugar a la nueva tiranía. Sin embargo, y pese
al riesgoso crédito otorgado por los
egipcios a los herederos castrenses de Nasser, Anwar el Sadat y Mubarak, la vitalidad de
las manifestaciones en Tahrir y otras plazas es, más que un hecho, la
conquista social que pinta irreductible ante la amenaza de cualquier
despotismo que dibuje el horizonte. La gente no aguarda resignada en sus casas
nuevas acciones criminales, las enfrenta desde los espacios públicos,
brindando un ejemplo de cómo su gigantesca movilización exigiendo cambios impone su ley.
En tal sentido, la caída de Morzi es un
episodio más de la revolución en el mundo árabe, que pronto influirá en
Túnez, Argelia y Marruecos.
De la gesta, muchos pueblos debiéramos tomar
ejemplo...
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