La juventud egipcia en la vanguardia de la ola. En España, muchos emigran.
Fuera
de toda duda, las manifestaciones cairotas que dieron lugar al
derrocamiento de Morzi por el Ejército fueron una expresión democrática
de la voluntad popular; la muestra palpable de la vitalidad de una
Primavera Árabe que aterra a la oligarquía europea y sus sirvientes por
el efecto contagio, que de hecho pende como una guillotina sobre la mala cabeza de varios
gobiernos.
El depuesto mandatario no sólo incumplía
su programa. También perseguía cambios constitucionales, adaptando la
Ley Fundamental al credo retrógrado de Los Hermanos Musulmanes.
La
condena que en España -un país de democracia devaluada y clase politica
corrupta fraccionada entre dos grandes partidos y un tercero regional-
se hace del golpe militar, refiere en muchos casos eje del mismo al
cuadro político actual de Egipto, devaluando la gigantesca ola de
manifestantes.
Otros sindican la naturaleza del cuartelazo a los
deseos geopolíticos de Washington. En parte así es. Pero grosso modo, no
parece que la ola de Tahrir sea un cheque en blanco a la corporación
militar, antes prestigiada por deponer a Mubarak convocando elecciones
libres en las que triunfó el fanático y megalómano derrocado. Muchos de
estos esperanzados votantes cambiaron de humor ante el crecimiento de la
miseria, la represión sine die y el flagrante incumplimiento de los
compromisos programáticos. Justamente, lo que sucede en la España actual
desde hace 17 meses, sin que la respuesta popular sea condigna.
La
potencia del espontaneo y vibrante movimiento de masas desborda la
perspectiva de que un nuevo dictador surgido de los cuarteles gobierne
para el privilegio y los estrictos intereses de EEUU, protegiendo a
Israel.
La arrolladora presencia juvenil y las demandas de justicia
social respetando el laicismo que intentaban erradicar Morzi y su banda
de fanáticos, sugieren que cualquier barrera alzada contra justas
demandas fracase. A pesar de que hoy sean los uniformados quienes hayan
asumido el poder. De momento, la ausencia de una élite política de
recambio lo hizo posible.
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