La
Revolución Cubana fue en su momento un rayo de esperanza para la América
vasalla. Hasta entonces cualquier gobierno progresista al sur del Río
Bravo era acusado de comunismo, y reemplazado por dictaduras militares
oligárquicas y crueles, sujetas a la aprobación del Tío Sam. Tal fue el
mérito principal de una gesta que los jóvenes de entonces creíamos avanzada,
de lo que mandaba la Historia. No fue así. Tampoco para una isla que,
si bien democratizó socialmente a los ciudadanos, edificó en el
privilegio a una casta burocrática equivalente al estalinismo soviético;
aunque sin sus expresas masacres. A cambio, la purga de largos períodos
carcelarios, precedidos por torturas y coacciones tremendas a los
opositores del Partido Único, ha venido señalando sin ambages la
naturaleza tiránica y brutal del régimen.
No procede socializarlo todo, guiando a la población como si fuesen párvulos, eliminando toda forma de iniciativa privada.
Los constantes fracasos económicos de Castro y sus sucesivos equipos
fueron parchados por la ayuda soviética antes, y la de Venezuela desde
que Chávez asumió el poder. Cierto es que, a diferencia de muchos países
latinoamericanos no se observan en Cuba escenas de una miseria atroz.
Pero el país no se desarrolla, y las gentes viven en la pobreza.
Digna, dicen algunos. Aunque la pobreza misma es indigna para los seres
humanos. Se señala el cerco comercial imperialista y el encono de
Washington como razón del subdesarrollo; aunque en materia de educación y
sanidad, la labor registre aspectos notables. Probablemente de ello
haya que tomar ejemplo. No de muchas otras cosas.
El presente
homenaje de varios líderes latinoamericanos a la envejecida Revolución
corresponde a una posición independiente respecto de las maniobras
tentaculares de los EEUU buscando retomar posiciones geopolíticas,
parcialmente conquistadas en México, Chile, Colombia o Perú, y
plenamente en Honduras, República Dominicana y Paraguay. Desde luego
procede, porque niguna de las neciones representadas por Evo Morales,
Nicolás Maduro, Rafael Correa, Hugo Mujica y Daniel Ortega (el peor de
todos) desarrollan experiencias como la cubana. Ni falta que hace...
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