¿Soportarán mis compatriotas tanta brutalidad al descubierto?
No me refiero a los parados, desahuciados o las víctimas de las
Preferentes. Ni a los que comen salteado o escarban en la basura. Hablo
del español medio que aún trabaja; al profesional o científico próspero.
Al maestro, profesor, médico o arquitecto, y a los pequeños y medianos
empresarios, o aquellos autónomos en activo
que aguantan denodadamente los zarpazos de un sistema de exclusión
social, detractor del consumo y el espacio social educativo y sanitario
hasta extremos impensables, hace tan sólo un sexenio.
Este Gobierno, tan acreditadamente miserable y espantoso, es un mal que no nos merecemos.
Por más que en el pasado inmediato la sociedad civil navegase entre el
cierto bienestar y la rutinaria papeleta a pie de urna en las generales y
autonómicas, esto otro no es justo. A menos, claro, que la dignidad,
el decoro y la cierta solidaridad con el vecino constituyan mitos
urbanos cercanos a la utopía.
Y, la verdad, no me lo creo. Porque, pese a
las cosas que me separan de un país que abandoné temprano, y al que
regresé maduro desde las américas, España es un terruño de gente noble,
pacífica, digna y piadosa.
Hasta no hace mucho, auxiliando al
Tercer Mundo en sus dramas más acuciantes, éramos los primeros. Diré
más. Si nadie muere de hambre en nuestras calles y campos, hoy día, es
gracias a la solidaridad.
Sólo por eso, no nos merecemos esto otro.
Tras ser abandonado por los suyos, el ex tesorero Bárcenas empezó a
vomitar heces que conocíamos, desvelando la fusión de la política con
una noción mafiosa de la existencia.
De las formaciones existentes,
la peor es, en tal sentido, aquella que nos estafa cada día desde su
mayoría absoluta, caducada en los hechos.
La contaminación
purulenta de sus barones y principales dirigentes, empezando por Mariano
Rajoy, es tan abrumadora, que ha superado en la materia y con creces,
todo lo conocido en los últimos 35 años.
Que el resto de partidos,
desde el PSOE hasta los autonómicos no lleguen a un plante masivo en las
Cortes, imponiendo una Moción de Censura y el fin de la legislatura, es
parte de la enorme debilidad de la sociedad política; hoy muy por
debajo de la civil. Exceptúo de la crítica a Izquierda Unida, muy
aguerrida y principista en la ocasión.
Luego, quienes digan que aquí no pasa nada se engañan. Aún es insuficiente lo que pasa. Por eso manda esta gentuza.
Sin embargo, este auspicioso fortalecimiento civil en detrimento de los
políticos del pasado, que aún cortan el bacalao y se lo meriendan al
dente, señala que la tortilla se va dando vuelta, estimulando, pese a la
actual devastación, una nueva hornada de dirigentes sociales con la
necesaria visión política.
Hoy deseo con toda mi alma que caiga
Rajoy y cese de gobernar el PP. Desconozco si será posible. Las grandes
emergencias sociales llevan su tiempo de cocción, aunque de hecho, ellos
carecen de autoridad.
Basta ver las masivas silbatinas cuando
cualquier ministro o chorizo notorio asoma la narizota en público. El
pueblo les odia, y Rajoy lo sabe, de ahí su pasión por el plasma.
Yo lo prefiero fuera de España. A él y a todos ellos..
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