Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

viernes, 28 de febrero de 2014

ANA MARÍA MOIX


Mi recuerdo personal de Ana María es cálido, aunque lo cruce un halo de sombra. La conocí tras ella leer el original de mi novela, "Los Bordes del Tajo", ambientada en la Argentina de los primeros años setenta, y el retorno del último Perón al poder. Y le encantó.
"Cuando dirigía una pequeña editorial me llegaba mierda en cantidad. Esto es oro en cualquier parte del mundo. Tú sabes lo que has escrito", me dijo. Pero hacía un año que no dirigía nada, y mis letras habían llegado tarde hasta una gran lectora. Su situación económica era desde entonces modesta. La editorial cerró, a ella la despidieron y apenas escribía.
Cuando tras unos mensajes nos encontramos sobre atardecer otoñal en un café de Barcelona, en la esquina peatonal de Enric Granados y "Video Instan", me obsequió "Julia", uno de sus libros; el primero. Era excepcional, y le escribí una reseña que le encantó. Era justiciera, porque ese texto, que merecía haber sido llevado al cine sin cambiar un capítulo, fué la novela de su vida; muy superior a lo que hizo después. Sincera y generosa, me ofrecio recomendarme a la Agencia Balcells, con la que yo tenía tratos no muy cordiales, a tenor de lo que estaba observando sobre su pésima operativa. En cualquier caso, lo suyo era un refuerzo, pero igual no funcionó. Era una respetada figura del ayer que no había sacado a flote una franquicia editorial ni arrojaba beneficios a la Agencia, que daba pérdidas en manos de gente incompetente. Seguramente se sintió ninguneada, y yo era testigo involuntario del episodio vergonzante para una persona digna como ella.
 En su descargo, señaló que ni Balcells ni la literatura eran las de antes y que todo estaba acabado para cualquier gran escritor, porque la gente leía basura y el mundo editorial estaba perdido. Ahora que no está entre nosotros puedo desvelarlo. Y creo que en parte era cierto, pero yo, acostumbrado a repechar cuestas en la vida, jamás me sentí derrotado y continué escribiendo. Esa es mi victoria, llegue o no a muchos lectores. Ella lo hizo espaciadamente, pero estaba enferma y su época había muerto con la mayor parte de sus representantes, entre ellos el hermano célebre, del que me relató sus últimos días en el hospital, rodeado de posters cinematográficos gigantescos, y lleno de deudas que jamás pagaría.
Luego dejamos de escribirnos. Ana María apenas lo hacía de tanto en tanto, para revistas de viajes o el diario "El País", pero en sus renglones imperaban el desgano, además de involuntarios fallos ortográficos, tanto en sus mensajes privados como en su cuenta de Facebook. Estaba luchando contra un cáncer terminal, y aunque entonces no lo supe debido a su extrema reserva, creí que manifestar mi brío habitual terminaría afectándola tras aquel episodio con la maldita agencia.
Hoy, dos años y medio después, me llega su despedida. En verdad fue de larga data, y se anticipó a esta otra, que lamento. Creo que nos faltaron tiempo, circunstancia y época para cimentar una amistad. Eso no empañará el grato recuerdo que me dejó,  y refrendan estas líneas.

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