Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

martes, 11 de febrero de 2014

EL ADIÓS A UN ICONO



Nunca me sedujo Shirley Temple, excepto durante el espléndido tap dance que ensayaba con Bill "Bojangles" Robinson, subiendo y bajando escaleras sin pifiar un compás. Fuera de eso, admito su encanto cinematográfico de niña férreamente disciplinada por su madre.
Temple fue un icono en los años de la depresión, al igual que Mickey Mouse. Por eso ambos fueron aprovechados al máximo por el merchandising de aquellos años y la administración Roosevelt, constituyendo artículos exportables. Taquillera suprema entre 1935/38, fue la mejor inversión de la Twentieth Century Fox, gracias a que previamente la niña no convenció a Louis B. Mayer, el mandamás de la MGM.
Al crecer perdió parte de su encanto, y además el estrellato. Poco le importó, entregándose a la política por el Republican Party. Tampoco aquí llegó siquiera a ser congresista, aunque sí embajadora en Ghana y Checoeslovaquia, desempeñando previas labores humanitarias para la ONU. Crió tres hijos, fruto de dos matrimonios. El primero era la mala herencia alcohólica de Hollywood en la persona de John Agar. Tras el divorcio, su sentido práctico de la vida le escogió un próspero empresario.
A diferencia de Judy Garland y muchos astros infantiles, ruinosos en su tránsito por este mundo, Shirley se lo tomó con calma y seriedad. Probablemente su niñez la vivió en los platós de la Fox, pero que se sepa, nadie guardó mal recuerdo de aquella niña precoz que sabía cantar, bailar y actuaba razonablemente bien, encarnando heroínas alejadas de la penuria, que deparó y depara la pobreza a millones de criaturas menos afortunadas.

No hay comentarios: