El crimen de la pequeña Mari Luz se produjo por negligencia extrema de los juzgados correspondientes, encargados de enjaular al pederasta y asesino, con un ingreso en prisión pendiente de inexplicable ejecución. Tampoco se habían abierto diligencias advirtiendo a los vecinos de la barriada común, que el sujeto era peligroso y reincidente en sus estupros y desmanes sexuales.
El de una nueva víctima asesinada por su ex empleando una escopeta de caza en el mostrador de su propio bar, se suma a los que vienen recrudeciendo en las profundidades de la sociedad española.
El aborregamiento burocrático y la ausencia absoluta de dinamismo por parte de autoridades competentes que no competen, es lo que causa mayor repugnancia.
¡Qué poco valor damos a la vida humana; cuan escaso en nuestro interés en proteger a la infancia y las mujeres amenazadas!
Más que un monstruoso fallo cultural, falla la sensibilidad colectiva en esta sociedad, preocupada por la economía y la evasión; ciega ante el factor humano.
Los remedios existen, a condición de que nos sintamos partícipes del edificio social.
De no ser así, el resultado está a la vista.
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