Leo que el director de El Mundo abronca a Felipe González por haber calificado al diario de inmundo.
Fue una evidente maniobra del ex para restaurar parte del prestigio extraviado entre nos (pues en Europa, al parecer, le consideran un sabio).
Tocado a fondo Ramírez por el uso y abuso al que era sometido, ya se sabe por dónde descargaría la bronca:
Qué la cal viva, los asesinatos y el señor X; qué Filesa y los chorizos de sus últimos gobiernos, etc; y ante todo, el heroico papel de un titán del periodismo destapando asesinatos y chanchullos de Estado.
Todo fue verdad, en una galaxia lejana...
En ésta, para él pintan bastos.
Creo que lo que ayer erizó más aún la piel del abroncante, fue la actitud francamente desleal de Mariano Rajoy, situado según las encuestas, al borde del abismo.
Lo de ¡Imbécil! ya lo había soltado el sagaz González durante un reciente mitin; aunque tampoco podía aspetárselo él (al menos en público).
Refiero la deslealtad a la previsible caída libre del 9M, y lo que en el último instante lanzó Rajoy al viento, para recoger algunos votos póstumos y desatascarse un poco de tanta merdé. La misma que le llevó a pifiar (a causa de fallos del subconsciente), enredándose con un tema desfavorecedor frente a ZP durante el último debate.
En los instantes previos al descargo, se habrá dicho:
"¡Qué coño, no me vengáis con ostias sobre el puto bache! ¡Ya tengo bastante con treinta años de entrega al Partido! ¡Por encima de todo soy un honesto notario con mujer e hijos que alimentar!"
Su pleno acatamiento del fallo judicial sobre la masacre del 11M (de eso se trata) dejó en cueros a Aznar, Ramírez y Jimenez Losantos, empecinados sostenedores de la teoría conspirativa y la autoría de ETA en el atentado.
Convengamos que al del medio le importan menos los otros dos.
Si Rajoy se inventó una criatura en tercera persona para impactar a los votantes, Ramírez fabuló otra para escalar posiciones de poder, emulando al fallecido Jesús de Polanco.
La niña de sus ojos es su periódico. Y si algo envía al cubo de la basura sus más recientes ediciones (eso le importa mucho más que lo enviado al sumidero en su contragolpe destinado a González), es la ingrata, suicida e inevitable admisión de don Mariano...
La apuesta en firme por el PP parecía asegurada por la derrota socialista del ´96, y la reválida absoluta del 2000, con Aznar a la cabeza.
Los cálculos le fallaron por algo más que lo de Iraq y las 198 víctimas. Polanco apostó durante veinte años largos por González, que al menos tenía carisma; él se conformó con el modesto Aznar, y apenas le aguantó ocho. Saddam Hussein no tenía armas de destrucción masiva como le hizo creer el tejano Bush al antiguo inspector de Hacienda.
A estas alturas muchos españoles rumiaban ya que el Partido Popular constituía un riesgo para España, reforzando decisivamente el voto al joven ZP. Retirado voluntariamente Aznar de un nuevo periodo, quedó pagando los platos rotos su candidato, el pobre Rajoy.
Empero, nuestro fracasado émulo del fallecido Jesús del Gran Poder no se resignó a aflojar los tirantes, y dando manivela a una conspiración imaginaria mediante su hoja y el juguete rabioso de la COPE (otro invento suyo de antigua data), empezó a acumular fantásticas pruebas, a las que dedicó primeras planas sensacionales.
Según las mismas, destacamentos de guadiaciviles y policías, mezclados con etarras y gentes de malvivir, estaban metidos hasta las cejas en la conjura (inspirada por los rencorosos socialistas; quienes, tras ocho años de ostracismo aún controlaban aviesamente porciones del Estado).
La trola, propagada a diario por Losantos en todos los tonos posibles, acabó como debía o casi; pues faltaba que ahora mismito y para colmo de males se le arrugara don Mariano, ¡con lo qué él, su loco juguete, Josemari y los obispos hicieron, por mantener a flote la patosa candidatura!
Ahora, Pedro Jota se desquita con González, intentando reflotar su leyenda de implacable fiscal democrático ante la virtual traición de uno de los suyos; decisivo en su futuro si pierde por goleada la escuadra lepenizada por la que apostó desde siempre y seguirá apostando, caiga quien caiga.
La reconducción de la ira hacia otro objeto, cuándo quien la cagó es uno mismo o un colegui, comporta mecanismo frecuente en los seres humanos.
A otros se les pasará por alto. A mí no. Y menos tratándose de un personaje ambicioso y manipulador, que por más de un motivo sigo con atención en esta escena política tan laberíntica y apasionante.
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