Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

lunes, 10 de marzo de 2008

EL NACIONALISMO REGIONAL BAJO LLAVE

La tiene el Gobierno desde ayer.

Exceptuando a los salvajes que convierten la idea de nación en otra de crimen, los nacionalismos regionales permanecen bajo control. La aplastante victoria del PSC y en menor medida los socialistas vascos sobre ERC, CiU y el PNV manifiesta el cambio de rumbo.

Los sufragios que les refrendaron con nueva presencia en las Cortes garantizan a ZP tratos menos ríspidos que los previsibles, de haberse impuesto las formaciones ajenas a las colaterales del PSOE.

Si desde 1982 el PSC no conocía esplendor semejante,¿quiere decir que la Historia retrocedió un cuarto de siglo?

He vivido en territorios que no sólo volvieron a lo peor del pasado; lo superaron en miseria y horror.

Aunque el ayer se duplicarse, la situación de Catalunya y su claro ejemplo -el más destacado en significación por la fuerte tradición soberanista que impuso en su momento Jordi Pujol- revelan un retorno a fórmulas que compatibilizan la idea de España heredada de la Transición, con los avances autonómicos.

En otra medida lo mismo sucede en el País Vasco; aunque sin punto de comparación, a pesar de la virtual desaparición de Eusko Alkartasuna.

Donde vivo acaba de hundirse ERC, mientras, como apunta hoy en Público Ignacio Escolar, toca techo y suelo a la vez CiU. Los jóvenes votantes, algunos de ellos desengañados del oportunismo independentista, enfilaron en otra dirección.

La sujeción del voto nacionalista al socialismo representa un peligro que el unionista Durán i Lleida, católico y conservador, ha señalado esta mañana en su comparecencia ante la prensa. No hay que olvidar que la distancia de ocho escaños obtenidos por el PP y los once de la coalición, es de sólo tres.
Consciente de ello, el jefe unionista tendió un ramo de olivo a lo "rescatable" de ERC, reclamando elípticamente a el retorno al catalanismo y su cuna política, ante el cierto desbande que augura el reciente trasvase de votos al PSC.

No es nueva esta oferta, desde siempre resistida por el funcionamiento asambleario y la estrategia de frente parcial con IC y los socialistas vernáculos, desarrollada por el tándem Carod/Puigcercós.

De aceptarse hoy, a más de sepultar el Tripartit, lo que queda de la rodada independentista en la víspera, resultaría absorbido por el debilitado nacionalismo de centro derecha, ayer hegemónico en la lid autonómica.

La plana mayor, acosada por la disidencia intransigente desde la integración al primer Govern, no puede aceptar aquello que rompería definitivamente la maltrecha formación.

En realidad, ERC no pasó de desempeñar un papel ambiguo, oscilando entre la ruptura y la integración, para replegarse a esta última en los momentos decisivos.
La sensación de fragilidad, hoy más palpable que nunca, partió de una mala estrategia, acentuada por las torpezas de Carod y el resto del equipo.

No me refiero al sonado episodio del cava, sino al concepto totalitario, plasmado en asuntos diversos. A las multas por los carteles que tanto daño nos hacen -evitadas escrupulosamente durante los mandatos de CiU-, junto a los trámites inacabables practicados con comerciantes, empresarios (y hasta con la quejosa propietaria de un circo ambulante), se sumaron los intentos de rigurosa manipulación, desplegados por el señor Tresserras desde el área cultural (ya criticados en este blog). Comentario aparte merecen los viajes del señor Carod a Perpignan (tomándose el cafelito con ETA) y Escocia (departiendo con el correspondiente colegui independentista), o las algaradas de compadre ante las cámaras de TV y los periodistas.

Las tropelías verbales de Joan Tardá en Madrid prolongaron la sensación de incompetencia que muchos españoles -y sobre todo los votantes catalanes-, percibieron del equipo dirigente y sus funcionarios públicos; imposible de modificarse pese al buen oficio y la templanza observada en el último instante por el cap de llista Joan Ridao.

Al comportamiento inmaduro en esta elite de aparatchiks impacientes, se sumaron los desmanes juveniles de sus niñatos; apenas sancionados en alguna ocasión con una separación partidaria light.

En marco muy alejado de ese caos observamos a CiU; formación seria de centro derecha, con larga tradición gubernativa y buenos gestores en varios ayuntamientos.
Sin embargo, recién con la crisis de Cercanías y los desastres en la planificación del AVE o las carencias del Aeropuerto del Prat se destapó la formación, en la persona del moderado Artur Mas.

Tanto él como Durán salieron a terciar ante las contradicciones del Tripartit y la cierta incompetencia de Montilla. En un primer momento, el derecho a decidir, alzado con vigor por Mas, pareció cobrar envión de masas. La realidad posterior ha desnudado, empero, la real ausencia de un programa capaz de atraer los votos perdidos en las pasadas generales.

Durante la campaña de CiU, un amago de tragedia y cierta imprudencia verbal trabaron la captación de los viejos y nuevos votantes. El cáncer pulmonar del señor Durán -extraordinario luchador y cabeza de lista- se conjuró a tiempo.

Pero el [lógico] rencor de Mas [gran împulsor del nuevo Estatut) ante las falsas promesas de ZP, y su frustración de candidato más votado dos veces en autonómicas de las que resultaron beneficiados sus rivales del PSC, junto a ERC e IC, le llevaron a que saltara la liebre antes tiempo, condicionando un futuro pacto de gobernabilidad entre PSOE y CIU, a la supresión del Tripartito por contrapartida gubernamental.

Semejante error, perpetrado ante luz y taquígrafos, fue mal recibido en Catalunya. No de balde la coalición, desgastada por veintitrés años de poder, había perdido la mayoría absoluta, y luego la Generalitat a manos del Tripartit; una de cuyas formaciones constituía, en realidad, una herencia autoritaria no deseada del pujolismo.

Las elecciones de ayer sitúan al PSC en el centro neurálgico del nacionalismo catalán. Cabe señalar que este referente de las generales no tiene por qué transladarse con pelos y señales a las autonómica; aunque marca una incuestionable tendencia emocional. Es imposible negar que, por más autonomía operativa que pretenda reflejar, esta sucursal del PSOE se vincula mas íntimamente al destino de España que los catalanistas puros; representados en Convérgencia por el blindado hijo de Pujol.

El mestizaje de tinte liberal, pese a sus credenciales nacionalistas, no sólo beneficia al honorable Montilla y varios integrantes de su equipo, sino a la concepción política; de inamovible marco estatal aunque voceros del Partido deslicen lo contrario. En cualquier caso ZP se mostró tolerante con las autonomías. La sanción de nuevos estatutos -pese a que el nuestro esté semiparalizado aún- favorecieron su imagen ante la izquierda y muchos nacionalistas, restando márgenes de maniobra a las otras formaciones ante la dureza españolista representada por el PP.

Los votos de ayer y el fruto de 25 diputados sobre 47 escaños a cubrir, demuestran que los ciudadanos catalanes con derecho a voto (y el de amigos inmigrantes que aún no votan pero aconsejan) prefieren las realidades antes que los discursos patrióticos. El revalidado Presidente y sus conmilitones locales prometieron realizarlas en su gran mayoría. Y a pesar de no haberse lucido en el Tripartit, insisten en el propósito.

Los avances liberales en materia de sexo y los de atención a incapacitados, junto a la suba de las pensiones, y otros beneficios sancionados en el concierto estadual, así lo sugieren.

De aquí hasta su realidad palpable entre nos, el papel del viejo nacionalismo será destacado, en tanto ayude a gobernar a unos y crecer a los otros. De implicarse en lo último, las chances de supervivencia no sujetas al carro de los poderosos serán una realidad; democrática y por sobre todas las cosas necesaria.

Pero si cómo dijo esta mañana el desencantado Durán, la disyuntiva fuera socialismo o nacionalismo, oponiendo el progreso social a la machacona realización nacional en vez de unir los vectores en un sólo haz, perderán la partida y todas las llaves del claué catalán, los que ya una vez olvidaron, embriagados por una transitoria perpetuación de poder, el necesario equilibrio de los factores de producción.






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