Me divierten las inserciones de pretensión shakespeareana en los medios. En previo post me ocupé del reaccionario y vacuo Sánchez Dragó. Antes había dado cuenta de la incoherente parrafada televisiva del señor Ekáizer sobre los roces en la interna del PP.
Repasando El País de la fecha encuentro a otro croniquero algo más ignoto, acudiendo al Gran Bardo en su análisis poselectoral del PP y sus batallas internas tras la derrota del 9M.
La desmesurada invocación no se corresponde con la real magnitud de una tragedia menor. Nunca un héroe o antiheroe equivale en su magna obra a un registrador de la propiedad, o a una funcionaria encumbrada, por más retorcida que sea.
Nadie en la historia del PP alcanzó hasta hoy una dimensión trágica, salvo la propia formación dejándose infuenciar por cenáculos extremistas. Quien más se arrima a ser observado con ese prisma es el ex inspector de Hacienda Aznar; aunque tampoco da la talla.
La subordinación a Bush -hijo de otro presidente y dueño de petróleo tejano- le reseva en la Historia el periplo de una terca mayordomía, elevada durante dos legislaturas al rango presidencial por la tragedia auténtica de Felipe González.
Y ahí voy. De la humilde pana sociata de los ´70 se puede arribar a las consejerías lobistas y los millones disfrutando de títulos y honores. Jamás consigues los dos últimos partiendo del funcionariado. Es que no tiene épica.
Y la épica es a un liderazgo perdurable, lo que la sal o el azucar a la manducanza y los postres.
Creo que en la España contemporánea encontramos figuras trágicas, locales y nacionales, que superan a estos personajes; más propios de otros géneros.
No siendo muchas, existen. De González paso a Jordi Pujol. Precediéndolos asoma Adolfo Suárez, protagonista de una gran mutación. No cualquiera atraviesa el rubicón que lleva a la democracia desde las cumbres del franquismo. Manuel Fraga hizo lo suyo. Sin embargo, en comparación con los otros ocupa un sitial menor, localizado en Galicia (copiando algunos pasos de Pujol) luego de pifiar al comando de su divina creatura: Alianza Popular.
En los héroes de Shakespeare -auténticos arquetipos en su dimensión- observamos grandes transformaciones. En ellas mandan el contraste junto al consiguiente atractivo de su grandeza y miserias. La luz y las sombras.
En cualquier líder político de fuste se aprecian serios contrastes entre el despegue y su aterrizaje.
Tal vez el drama político más hondo del siglo xx corresponda a Lenin y los bolcheviques.
En ellos las ansias de timón y justicia acreditaban una base teórica. Eran brillantes, abnegados y tenaces como pocos. Superaron cárceles y exilios prolongados. Querían transformar el mundo suprimiendo las clases, y lo hicieron, al precio de edificar gigantescas colonias penales, multiplicando cementerios (junto a secretas fosas comunes) en atención a sus millones de víctimas. Luego Stalin serializó las periódicas masacres.
Individuos que lideraron naciones, como Mussolini, Tito o incluso Pétain (héroe subsidiado por una sociedad fracturada y sus ocupantes extranjeros) eran místicos y ambiciosos de poder, imbuidos de una noción cuartelera de la existencia. Hitler llevó la figura del liderazgo destructor del mundo civilizado hasta el borde del abismo existencial.
En esa fase de la historia europea, el poder político no acostumbraba a nacer de las urnas.
Concedo que los dos primeros sean mucho más interesantes que el galo; al fin de cuentas mero funcionario de rango en la milicia, afortunado en Verdun. Sobre Hitler, de hecho el más analizado al detalle, se dijo casi todo. De ahí la cantidad de biógrafos que acrediten a cada uno.
Rebelde ante quien fue su mentor (Pétain), De Gaulle edificó una leyenda patrocinada por Londres y la Segunda Guerra Mundial, que continuó después por otros medios.
Con diferencias de tono y circunstancia lo mismo caben a Eisenhower y al enérgico Winston Churchill (heroico ante los nazis, hecho que cambió su pálida estrella de entreguerras terciando en asuntos militares y gobiernos conservadores).
Entre nosotros, la mención del misticismo patriótico da de lleno en Jordi Pujol. De lejos, es quien mejor supo calibrar la estrategia nacionalista que podía triunfar por medio de los votos, aprovechando a fondo las armas del lenguaje, la tradición sobrevivida y un orgullo nacional maltrecho por el franquismo, que tentaba revalidarse.
El mérito de Felipe González consistió en edificar su liderazgo de mayoría absoluta, rechazando el marxismo sin renegar de ciertas conquistas sociales. La integración definitiva en la CEE y la OTAN no le eximen empero, de una insensata arrogancia y manifiestas dejaciones, que a la postre precipitaron un ocaso, apenas revertido por su flamante cargo eurocéntrico.
El drama de Suárez resulta el más doloroso por su atribulado ascenso y veloz caída. El contraste de pertenecer políticamente a dos mundos opuestos precipitó, quizá, este largo adiós en la penumbra, acompasado por tragedias familiares bien conocidas y lamentadas por sus compatriotas.
El presente ejemplo de ZP poco tiene que ver con sus predecesores. Semeja estar de invariable buen humor llueva o truene, aunque con el menos simpático Rajoy se le aprecien ciertos vasos comunicantes. Ambos se sienten a sus anchas en Ferraz y Génova, mandando codo a codo con barones cuyo ascenso regula el aparato.
Serían, a no dudarlo, razonables intérpretes de una pieza de Ben Hecht.
Aparte del abuelo heroico y fusilado durante la Guerra Civil, mediando ZP nos enfrentamos a un arquetipo de fondo calculador, que supo escalar los peldaños superiores del PSOE en el momento justo.
La tara del momento justo, es que no siempre va enlazado al carisma personal que funda una leyenda.
En cierto sentido nuestro modesto ZP se parece al menos modesto Tony Blair (a ambos les bautizaron "Bambi"sus camaradas). Sin su tirón, este vallisoletano supo esquivar ciertos probados errores del británico (entre ellos Irak), tras heredar un poder perdido por formaciones conservadoras tras la evidente fatiga del periodoTatcher.
Cualquier semejanza entre el reelegido estadista y Shakespeare es producto de la casualidad; etc,etc. Así rezaban las pelis.
Igual cantar de cantares reza para Rajoy y sus presuntos sucesores, arremolinados hoy en torno a él.
Hemos dicho que la clave Shakespeareana radica en un enfoque basado en los contrastes.
Si el modelo no los acredita, la madera de líder es inexistente o bien se aguanta a trancas y barrancas, aguardando un relevo que produzca el milagro. A lo peor les ayudan Rouco y sus amigos.
Ante lo último (una amenaza previsible), y entre lo poco y la nada en materia de cambios, anda el PP...
Los grandes creadores consiguen reflejar la base de una tragedia personal a base de observar la escena con pasión y distancia. Una obra que perdure tiene esas características; propias del unicornio, por regla general vecino a una tropa de caballos, carentes de aquello que le distingue.
Y las crónicas que leo últimamente aferrando a Shakespeare por la solapa, carecen del bien.
Mi criterio biografiando a Perón tuvo en cuenta la dualidad del personaje. Era un ejemplar excéntrico y atractivo que yo conocía bien, ansioso de imponer justicia social por medio de una firmeza teñida de autoritarismo y egolatría. He disfrutado intensamente su redacción.
Ella dio un vuelco a mi vida.
Pocos han leído los dos tomos que reseñan el singular periplo de este hijo de india y blanco criado en la pobreza del predio patagónico. Y quienes lo hicieron a expensas de mi cortesía haciendo mal uso de ella, no poseen talento alguno para tomar ejemplo de nada, ni fuerza operativa para transformar el escenario literario, o el político. Más bien diría que integran la división menor de aquellos que niegan el valor del trabajo ajeno y los incipientes ideales de justicia para todos, en aras de la ambición.
A los que no leyeron ni leerán mi obra, les recomiendo que al menos digieran mejor a Shakespeare, ajustando sus análisis al patronaje.
Convengamos que el talento es un valor escaso. El genio isabelino lo demuestra siglos después de abandonar este mundo, cediéndonos lo mejor de sí: su legado. Interpretarlo no es fácil, pese a que tantos se llenen la boca loando su obra.
Al parecer, se ha puesto de moda amagando con superar las citas de Borges.
Ni me va ni me viene que tantos se compren el pasaje de ida a sus obras maestras. Estoy persuadido de que de seguir así, volverán a la estación terminal ignorándolo todo.
Lo hicieron antes otros y lo harán otros después. Mientras tanto, reseño los de ahora en mi portátil, paladeando lentamente mi copa de Rioja.
Es del mejor. Como cabe a la interpretación ajustada de un clásico impregnado de modernidad...y lo que venga.
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