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miércoles, 12 de marzo de 2008

LÁGRIMAS INTERCAMBIABLES

Anteayer derramaban lágrimas los que homenajeaban el presunto mutis de Rajoy, o aquellos embargados por la emoción de situar su futuro caballo en el tablero. Al efecto, recordamos que se llora de emoción por distintas razones. El lagrimal cosecha por igual sus frutos ante tragedias o alegrías.
Horas atrás, en la derecha española hubo intercambio de lágrimas. Los moderados lloraron de alegría ante su nuevo Lázaro. El sector duro habrá llorado de rabia. No es la Esperancita quien copa la banca. Ella se alineó, por ahora, junto a Mariano; enfrascado en depurar -esa es la verdad- la jaula de grillos. Su declaración, salvando a José María Aznar de ejercer presiones sobre su pasada gestión, no se la cree nadie.
Él mismo le debe, tanto su candidatura en las dos generales como la secretaría general del partido. Que ahora se distancie con cautela del mecenazgo es comprensible; el FAES y la invasión de Iraq, no pueden trazarle una venturosa hoja de ruta en la presente legislatura.
En la edición de hoy también El Mundo da otro cauto paso al costado en relación al presunto relevo de Rajoy, mientras la miniatura de la COPE, más frontal según el hábito, enseña los dientes.
La perspectiva que señala un corrimiento al centro en la estrategia de los barones que respaldan a Rajoy, es inequívoca. Para ellos la derrota electoral determina los cambios en ciernes. Si Catalunya otorgó la victoria a ZP, habrá que establecer nuevos lazos con el centro derecha catalán. La estrategia hacia el País Vasco es más compleja.
En cualquier caso, quien está en inmejorables condiciones de pactar hoy con CiU y el PNV, es el Gobierno; no una oposición en crisis de debate interno. Por ello, si alguien apuesta a que la extrema derecha del PP y sus mentores ideológicos aceptarán mansamente el presunto viraje centrista y un recauchutado liderazgo, se equivocan. En su ambigua declaración sobre la presentación de cualquier afiliado como aspirante a comandar la formación, y las consecuencias que deberá afrontar, sugiere la Aguirre (y su Ira de Dios, nunca mejor dicho) que el caso no está cerrado. Ella y sus poderosos aliados no son comunes y corrientes...
Habrá guerra. No dubt. De momento tampoco será abierta. Mientras, en el número 13 de la calle Génova, lágrimas impregnadas de rabia y odios brillan desde ayer noche, como afiladas navajas a la luz de la luna.

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