Debo reconocer una vez más, que la derecha española ha conseguido articular un brain trust de opinión con entidad propia.
En tiempos de González (me refiero a los del largo auge que precedió a la caída), los opinantes de la prensa y otros medios desgranaban melodías uniformes.
Tocaran bolero, chacha cha, salsa u ópera casi todas sonaban igual. Incluso hasta las que brotaban del ABC.
Antonio Herrero quebró el sonido monocorde desde una emisora que, con el tiempo compró la Cadena SER para transformarla lisa y llanamente en melódica; anulando una voz disidente con gran poder de convocatoria en los medios de prensa (Antonio era hijo del fundador de Europa Press), y audiencia creciente.
Lejos de tirar la toalla, Herrero y sus amigos pasaron varios meses después a la COPE; aunque ya entonces Ramírez -a quien cabe un importante papel en la quiebra monopólica de PRISA- había consolidado EL Mundo, tras ser despedido de Diario 16.
El contradictorio periplo del periódico y su director, un destacado involucionista, son de dominio público.
El auge de Jiménez Losantos (tertuliano de Herrero sin los aires actuales) es muy posterior, y aunque no tiene la calidad ni la dignidad crítica del fallecido comentarista, llevó la cabecera de La Mañana (creada por el susodicho) a un renovado suceso, luego de un período inocuo del Herrero, Luís (nada que ver como pariente, ni en materia de vigor y talento con el otro).
Las sostenida venta de El Mundo, los millones de oyentes que acredita la COPE y las legislaturas del PP, han permitido desarrollar desde entonces equipos de opinantes muy homogéneos y obedientes en la crítica y el blanco a batir. Entre ellos se cuentan nuevos valores (es un decir) y otros con tradición en la izquierda, o en el previo apoyo al PSOE.
El arrepentido Raúl Del Pozo está entre los últimos y peores. Es de los que hacen del "todos a una", el cometido del presente por medios refinados.
En su columna trasera de la fecha, víspera del Viernes Santo, lanza uno de sus bandos más abominables. Suele arroparlos en la pretenciosa letra de seda y armiño que se le conoce, extendiéndose el día de hoy en tecnicismos de experimentado golfista, amante de los paisajes del verde y cuidado césped que se procuran los ricos, o ciertos desertores de la miseria.
Tras comentar en calidad de gitano venido a más (él lo sugiere antes que nadie lo diga), haberse cruzado con un José María Aznar (rodeado de custodios) en exclusivo club del medio, apunta.
"Acaba de confesar a los británicos [de la BBC] que se tomó la decisión correcta[en Irak]. Se autoinculpa en la sarracina sangrienta, como un homicida de sí mismo, el político que, excepto en su fantasía bélica (el subrayado es mío), fue un buen presidente".
Renglones antes y muy suelto de cuerpo, sostuvo.
"Los socialistas explicaron bien sus desmanes, mientras la derecha más inocente de Europa (idem) se deja culpar de todas las iniquidades".
Lo último, equipara algo más suavemente el maricoplejines correctivo que el Pequeño César de la Cope aplica con asiduidad al PP. En términos políticos la inocencia no cabe. A menos que se la invente alguien como Del Pozo para lisonjear a sus recientes camaradas de ruta.
El término fantasía bélica, otorgado con donaire a la brutal decisión belicista de Aznar, es otra creación absoluta del articulista. O más bien fantasía tenebrosa; esta vez genuina, y tan disparatada calificando después buen presidente al personaje que le llevó el apunte a un tejano paranoico y belicista, contraviniendo el sentir mayoritario de sus compatriotas y votantes.
Procurando rebajar aún más la responsabilidad que le compete en el tan monstruoso timo del armamento de destrucción masiva y su terrible consecuencia, el genio literario (según criterio de Ramírez) echa mano del bombardeo de Belgrado (desmán legitimado por organismos internacionales), apuntándoselo al PSOE, cuando en realidad fue parte de la acción colectiva que poco después puso fin a un largo y destructivo conflicto fratricida, que en una forma u otra amenazaba extenderse al resto de Europa.
Fue justamente lo contrario que sucedió en el Cercano Oriente, donde la escalada de violencia y su número de víctimas empareja la fúnebre cosecha durante los ocho años de guerra entre Irak e Irán, deparándonos en casa 197 muertos y 1500 heridos de diversa consideración el trágico 11M. O sea, la quinta parte de muertos y heridos que se cobró ETA en treinta años, la intervención española en Irak la saldó en instantes merced a la revancha yihadista.
A ello, el desvariante plumífero no destina ni una pequeña letra de molde.
Seguidamente, desgrana con sutil pretensión de ujier ilustrado uno de sus frecuentes sofismas.
"Aznar creyó que se puede ganar una guerra sin soldados".
Que no pisaran el desdichado suelo iraquí tantos soldados españoles, como americanos o británicos, no exime nuestra condición de invasores y cómplices en una acción gansteril (Caballero Bonald, dixit), descalificada en su momento por la ONU y otros países europeos.
Las "fantasías bélicas" se quedan en éso, sólo cuando no se realizan en la práctica. Cualquier acción en tal sentido cobra otro valor, contante y sonante en sangre y devastación.
Quizá para este arrepentido, agrandado por su complejo de inferioridad y nuevos mentores, el millón actual de víctimas (a las que sumamos las nuestras) y un país en ruinas donde la línea divisoria entre la vida y la muerte se franquea con pasmosa facilidad, no signifiquen más que el pretexto para eximir al fantasioso Aznar y sus laderos de entonces de toda responsabilidad en el episodio. Y el caso es que la acreditan sobradamente, aunque la reciente admisión del error por parte del señor Rajoy entreabra otras perspectivas.
Para Del Pozo y los espécimenes del tenor -que son varios- cuenta suavizar las culpas, llevándolas al Nirvana literario o el olvido, mientras preservan la figura del jactancioso Aznar como jefe supremo e indisputable de la extrema derecha.
Y lo que más cuenta aún, del Partido Popular.
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