Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

sábado, 5 de enero de 2008

UN UNTUOSO BESAMANOS

Es el que desde la prensa y otros medios le dedican a Juan Carlos I en su setenta aniversario.
No pongo en duda los méritos personales y públicos de este monarca. Lo que molesta es la reverencia incesante, y relamida en extremo.
Creo que se portó como debía, ni más ni menos. Por Franco fue impuesto en prima facie y luego él se supo validar aireando el patio y despejándolo de malos olores. Contó para ello con el concurso masivo del pueblo y sus naciones. Las cosas se hicieron -en principio- cómo es debido. O sea, mediante los votos.
¿Podían haberse hecho de otra forma? ¿Se hubiera perpetuado el franquismo por voluntad del real delfín?
El fracaso del 23 F probó que los ciudadanos querían la democracia.
Curado en salud de los desaguisados que perpetró su abuelo, el entonces joven monarca secundó esa voluntad, no la acaudilló; aunque se le reconozcan méritos en la defensa de su legitimidad.
Repasando hoy las columnas de cuatro periódicos nacionales, no puedo reprimir mi náusea. Y no es por que me sienta republicano, que lo soy. Pero la monarquía no nos regala nada. La estamos bancando con nuestros tributos.
¿Qué el Rey y Doña Sofía se portan mejor que otros monarcas de Europa Occidental? Puede.
¿Y qué?
Advierto que tanto homenaje mediático y especial reconocimiento esconden la cerrada defensa del centralismo estatal.
Las loas de la envejecida Constitución Española se desprenden del untuoso besamanos dedicado a un empleado público, de rango perpetuado por un arcaico vínculo de sangre.
El personaje nos cae simpático por su talante, y por no manejar la economía ni la política exterior, según delimitan sus competencias. Algunos lo dudamos en vista del serio affaire con Venezuela. Pero se admite hasta ahora la especial circunstancia del cabreo real y lo aislado del caso.
Ahora bien; ningún monarca, por más constitucional que sea, es moderno, señores míos.
Juan Carlos Borbón y Borbón no tiene la culpa, desde luego. Cumple un rol previamente acordado y, qué remedio, estamos conformes mientras la mayoría no decida lo contrario.
Me refiero a la mitad mas uno; no a los dos tercios que el compatriota de CIU estimó necesarios para romper el contrato que en Catalunya nos une a España, y esta actual forma de Estado que, de momento y realmente, tanto nos cabrea.

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