Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

sábado, 26 de enero de 2008

EL DESMARCAJE DE ZP

Lo efectuó el presidente en relación con el par colombiano, Álvaro Uribe Vélez durante su reciente estadía en Madrid.

No faltan motivos.

Hay pruebas de que perteneció a uno de los cartels de la droga. Además de sus vínculos de sangre por vía materna con el narcoclán de los Ochoa, el padre, Alberto Uribe Sierra, fundador del MAS (Muerte A los Secuestradores), un feroz grupo paramilitar, integraba una de las mafias del sector.
En una sociedad hambrienta y criminalizada, donde la democracia es una formalidad operativa de oligarcas corruptos y asesinos desde el derrocamiento del dictador Gustavo Rojas Pinilla, la violencia no cesa. La historia del desbarrancamiento político es más lejana; pero su factor desencadenante fue el asesinato a plena luz del día del líder populista Jorge Elícer Gaitán, hace sesenta años.

La doble respuesta del estallido popular capitalino (recordado como Bogotazo por su magnitud), y la feroz represión desarrollada por los sucesivos gobiernos a partir de entonces, la cumplimentó el nacimiento de la guerrilla en selvas y montañas.

Empleando una fórmula de repartija de poder entre conservadores y liberales, semejante en estilo a la habida en la Venezuela pre chavista, se realizó el tiovivo, con el agravante del cultivo de droga y su exportación a los EEUU por mafias nacidas al amparo de la corrupción y la violencia paramilitar.

A diferencia del Ejército de Venezuela, formado en la doctrina prusiana que hoy brinda a Hugo Chávez un plafond populista semejante al que el Ejército Argentino sirvió en su momento a Juan Perón, el de Colombia -de inicial inspiración prusianista- cambió de tercio tras la intervención de un batallón colombiano en la guerra de Corea (al mando del entonces general Rojas Pinilla).

Desde entonces la influencia del Pentágono y el envío de oficiales instructores o agentes del CIA al país, marcó un derrotero también señalado por el corrosivo poder del narcotráfico; operante sobre los tres grupos guerrilleros que campan en el territorio. Las selvas y montañas, ideales junto a la cercanía de los EEUU, de cara al cultivo y la elaboración de drogas destinadas a consumidores ricos y no tan ricos, decidió la conversión de un país que tradicionalmente exportaba café, en una fuente universal de veneno en polvo.

Hoy Colombia mejora guarismos económicos sin eliminar dos lacras permanentes: la miseria de millones de ciudadanos, y la violencia política y social.

La inexistencia de una elite dirigente genuínamente democrática no es su problema exclusivo. La corrupción asola aún a buena parte del Continente, desde el Sur del Río Bravo hasta la Tierra del Fuego. Pero en este caso, la droga, los secuestros y asesinatos están a la orden del día. La ferocidad de las formaciones guerrilleras es pareja a la de los escuadrones paramilitares.

Vivir en Colombia es jugarse el pellejo en cualquier esquina. Aunque nadie vaya por tí, de noche y a pleno sol puedes caer en medio de una balacera, cualquier ajuste de cuentas en pleito ajeno, o algún robo a mano armada; cuando no seas víctima del secuestro extorsivo de mal pronóstico.

Cierto es que el señor Uribe Vélez, electo dos veces por el sufragio universal (la última por el 62% de los votos), ha intentado reducir la violencia y desarrollar la economía.

El primer logro, señalado por algunos observadores como relativo, es dudoso; el segundo, relativamente menos.

La presión norteamericana intentando frenar el ingreso de grandes partidas de droga en su territorio, ha operado sobre Uribe y su pasado ominoso, del que asoman pruebas irrefrutables. Pero el cáncer de la corrupción, alimentado durante décadas, no ha retrocedido. La elevada cota de desigualdad social lo impide.

Además, ¿alguien se imagina que, de no mediar el respaldo de ciertas mafias del sector, algún candidato a cargos en el gobierno central o los departamentales pudiese prosperar?

Yo y unos cuantos no. Y menos si de los presidenciables se trata.

Recordamos a John F. Kennedy y los chanchullos preelectorales con mafiosos, que luego le pasaron parte de una factura pagada con su vida. Estamos señalando los trapos sucios de la democracia occidental con mayor tradición y poderío en la era contemporánea. Para algunos, faro de Occidente. Para otros, gigante de pies de barro.

Pues bien, ¿es o no, un país castigado por la inestabilidad y el subdesarrollo como Colombia, más vulnerable ante un poder mafioso de carácter supranacional, claramente favorecido por la penalización oficial de los estupefacientes?

Una de las bases de este flagrante desequilibrio que los más débiles pagan caro (no muy lejano en devastación para los colombianos, al de Haití y algunos países de África o Asia), lo constituye su polarización asimétrica. Es la que justamente llevó al país a un estado de postración de difícil salida, ante una guerra civil latente entre cuerpos armados estatales y otros. las periódicas migraciones de cientos de miles de colombianos hacia los países vecinos, aterrorizados y hambrientos ante la violencia cotidiana, reflejan tan sólo un aspecto de la hecatombe nacional.

Cruzando transversalmente el maremagnum, se agazapan las mafias, protegidas desde las esferas de poder y los cartels del narcotráfico, globalizados a la par de la economía mundial.

Si una elite no se inventa de un día para otro, en este caso -unos de los más dramáticos de la historia latinoamericana- su formación a corto plazo semeja improbable ante el poder abrumador de los intereses en juego.

Por ello hizo bien ZP en desmarcarse de un aliado poco fiable. Pues a la cifra antes apuntada de sufragios que obstuvo Uribe Vélez, habrá que relativizarla, aclarando que se produjo frente a un 60% de abstención del total apuntado en el padrón electoral.

La España actual no se parece a Colombia, ni nuestros políticos son apadrinados por el narcotráfico. Tampoco por un Ejército genocida, y escuadrones de la muerte, que allí obedecen a la estrategia que ordena Washington.
Aquí, nuestras fuerzas de seguridad están subordinadas a la Constitución, respetando el Estado de derecho.

Y no es que el terrorismo de ETA difiera en sustancia del que practican las tres guerrillas operantes en la República de Colombia. Una y los otros matan. Pero la paz social y la estabilidad política en nuestro país establecen diferencias enormes de enfoque y metodología, a la hora de comparar derechos y deberes combatiendo al terrorismo.

Yo me he solidarizado con Ingrid Betancourt y lo haré con todos los que secuestren desde el Estado o el terrorismo a cualquier mortal. A tal efecto giré un EMail solidario que la Embajada Colombiana respondió con gratitud.

Otra cosa es que me identifique plenamente con su actual mandatario y la aureola de héroe que le intentan crear cierta prensa y algunos políticos.

Es la exacta distancia que de él tomó ZP, y algunos medios españoles le critican; aunque por motivos bien diferentes de esa crítica, tampoco me identifique con él.

















































































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