Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

miércoles, 9 de enero de 2008

EL ATENTADO

Es el que acaban de perpetrar contra Juan Carlos I.

Registro ataques contra él desde tiempo atrás. Primero se abalanzaron contra Leticia apuntando a Felipe. Luego a los dos, apuntando al Rey. Desde la COPE, el ladrador faldero de los obispos episcopales pidió su abdicación. Luego se metió con su vida privada. Ahora Jaime Peñafiel, un resentido perteneciente a la especie de las encorbatadas hienas manchadas, y perorante de pésimo acento, ha escrito un libro de chismes, y algunas maledicencias de alcoba que lo afectan.

Éste es el regalo que Peñafiel y los fieles cancerberos de la fe han ofrendado al soberano en su setenta aniversario. El plumífero le odia por resentimiento. Sus instigadores por que desean retornarnos a la Edad Media.

Parece obvio que, movidos por el rencor procuran abochornarle en público, mostrándolo jaranero e infiel, para de paso acortarle la vida.

Tal es la siniestra intención. Para consumarla, nada mejor que atentar contra alguien de edad avanzada; aunque no la represente. De paso, hunden en la desesperación a Doña Sofía y el resto de una familia luminosa.
Lo manifiesten o no en público, estas cosas duelen,

Por que, de verdad, ¿a quién le importan las intimidades non sanctas de alguien que aporta valores a una sociedad?

Algunos republicanos cuestionarán esta aportación. Les respondo como lo hice con mis dudas del pasado, sin renegar de mis ideas al respecto. Juan Carlos I, en tanto que personaje público, obró con dignidad. Y lo que es más importante; no restó nada a la democracia y el Estado de derecho. Él y su mujer criaron bien a sus hijos. Las fotos de familia no mienten; esto no es Buckingham ni Mónaco. Así incluso lo manifiesta, la discreta separación de Elena y Jaime de Marichalar.

A los que conspiran desde el éter, la prensa amarilla y los circos mediáticos, les manifiesto mi absoluto desprecio. También a aquellos que se arropan malamente en togas y rituales que en nada respetan.

Sugestivamente, el mentado Peñafiel y María Eugenia Yague colaboran en El Mundo; periódico desde el que Pedro J. Ramírez imprimió espesos almíbares sobre el monarca el último domingo.

Los chismosos y cotillas son tan falsos y taimados como quien les da de comer. A ellos dos les he visto hoy en Está Pasando; la nueva urdiembre sensacionalista de las tardes en la 5, mientras comentaban con toda desfachatez la inminente aparición de la bazofia impresa del primero.

¡Qué malvados!

Nadie se merece tanta basura. Menos aún quién cumplió con honestidad sus funciones constitucionales, refrendadas por sufragio popular. Los nostálgicos del viejo régimen y la Inquisición han elegido embestir contra un hombre respetado en su función por la mayoría de los ciudadanos, sin distinción de clases o territorio de pertenencia.

Espero que esos ciudadanos y los jueces hagan lo que deben. Y que, de no probarse delito alguno bicoteen a los que han llegado tan lejos en la tenebrosa esfera de la calumnia y la difamación.

Lo afirma alguien que redacta biografías.

En principio, escojo personajes balanceando su aporte o la ausencia del mismo en su medio concreto. La vida privada y el sexo son tratados en mis renglones con especial delicadeza -no exenta de cierta ironía- y tacto. Pero yo soy un escritor entregado a la ética, no un carroñero.

Esta ventilación de sábanas sucias y turbios vínculos comporta el golpe más bajo, dentro de las miserias a las que este pelotón de retrógrados nos tiene acostumbrados. Ahora pretenden convencernos que estamos financiando a un personaje corrompido; cuando los corruptos son ellos.

Representan la involución en llaga viva. Al lado de esta patulea, los niñatos que quemaron imágenes reales en Catalunya y Valencia son niños de pecho.

El derecho a la intimidad es sagrado. Más aún cuando el objeto agredido en nada facilitó la torva labor.

Sobre los que han instigado y perpetran una agresión de tal calibre, debe caer el repudio masivo y, si cabe, todo el peso de la ley.


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