Su derrota no es el producto de una batalla programática sin cuartel contra los cavernarios de su formación. Para eso hay que tener más carácter que aguante. Y él es una suerte de pollo criado a base de pienso quimicamente balanceado en aséptica granja modelo.
Alberto viene de buena familia y probablemente iba con el batín mejor planchado en la primaria. Lo imaginamos estrenando con buena planta sobrios lienzos sin mácula en la secundaria y la universidad. Como herencia de cuna, tampoco le faltaron los buenos modales que hoy le caracterizan, ni la cordial sobriedad en el trato; ésa mano izquierda que entreteje tantos lazos firmes en sociedad y en la política.
Los que conocieron a su padre, demócrata en épocas de tiranía, dicen que el hijo heredó sus virtudes. El entrenamiento de Fraga y la militancia partidaria, primero en Alianza Popular, luego en el PP, modelaron el resto.
Su segundo gran maestro fue y sigue siendo un gran admirador del estilo británico de hacer política. Y Alberto hizo carne del mismo. Pero estamos en España y, siendo entre nosotros la envidia un arraigado patrimonio, propios y extraños le observaron con recelo.
Quizá por eso sus conmilitones más reaccionarios le señalan ambicioso en extremo. Pero eso no es un defecto en un político democrático; pues quién no ambiciona servir a su país poniendo toda la carne en el asador, no llega lejos, y el actual Alcalde de Madrid, supo llegar...hasta Madrid.
Desde allí se labró prestigio; y de paso una escarpada cordillera de envidias en el interior del PP.
Claro. ¿Qué tendrá que ver un mozo cultivado y amable, con la vulgaridad de Zaplana, el nacional catolicismo de Acebes, la cortedad pueblerina de Soraya Sáez de Santamaría, la dureza militar de la Jefa de la Comunidad de Madrid, o el descarado charlatán de Teruel?
Si me apuran, hasta con los rudimentos de Aznar o Rajoy...
En cierto sentido le está pasando lo que a Pasqual Maragall, otro vástago de buena familia y alcalde de nota. Con la desventaja, para el segundo, de probarse mucho menos competente al frente de la tan decisiva Generalitat.
Maragall chocó, es verdad, con muchos obstáculos en su breve levitación de las alturas.
No es el momento apropiado para descargar sobre un hombre en su condición, el peso de señalamientos poco enjundiosos. Solamente diré, que lo recordamos como el mejor Alcalde que hasta hoy conoció Barcelona desde la Transición.
Alberto superó con creces otros desempeños en el cargo, y ello será reconocido. Horas atrás se imaginaba segundo del candidato Rajoy en las próximas elecciones. Y hasta quizá futuro vicepresidente si el gallego llegaba a La Moncloa. O sea, mucho más que Presidente de la Comunidad madrileña; cargo que detenta su gran enemiga Esperanza Aguirre; mujer de armas tomar y protecteur de su otro enemigo visible, el insoportable Jiménez Losantos.
Y no pudo ser, por una custión de lógica.
En realidad, Alberto no chocó con esta muñeca brava y el Pequeño César de los Obispos, sino con José María Aznar, que es quién maneja el Partido desde su fingido retiro; y ahí se pudrió toda la carne que el desdichado prohombre del PP había puesto en el asador.
No es que "Don Mariano" Gafotas bajase el pulgar, precipitando su ocaso por propia voluntad. ¡Qué va! Él está para lo que Josemari mande. Y desde hace años, el ex mandatario manifiesta inequívocos sintomas paranoides.
Para mayor desgracia de su víctima -visible en la depresión que exhibe ahora sin tapujos, como un niño castigado en clase por la maestra y el director-, le falta estatura política.
Y esto, que también en el más funcional Rajoy permanece ausente, es fatal para alguien que pretende trascender diferenciándose de la manada.
Cierto es que agregaba sufragios, y tal como apuntaron Fraga y la mayoría de los analistas políticos, su extrañamiento de las candidaturas comporta un mayúsculo error que pagarán caro quienes le marginaron.
Pero el mal está hecho y no hay vuelta atrás en la mutilación. Ahora, el PP es al completo, el partido de la extrema derecha católica.
Tan luego, en medio de este lúgubre duelo que vive lleno de zozobra, clavándose y desclavándose puñales imaginarios, Ruíz Gallardón hijo, protegido de Manuel Fraga Iribarne y respetado por conservadores sensatos, centristas cabales o izquierdistas tibios, decidirá qué hacer con su futuro.
En un primer momento quiso enviar todo al diablo. Después reflexionó. Un chico educado no manda a tomar por saco a nadie; aunque hoy las canas y la tristeza le invadan hasta las cejas.
Si como creo, es derrotado el PP en las generales, quizá tenga otra oportunidad; aunque no desde el liderazgo. A lo sumo, será consigliero o un buen lugarteniente del nuevo jefe si se refunda o divide el Partido.
Maragall ni siquiera intentó repechar la cuesta o emprender lo de Rosa Díez a la catalana, e hizo bien. Cuando un hombre público tantea sus límites y los acepta, adaptándose a lo posible tras renunciar a lo mejor, le hace un gran favor al prójimo.
Y hasta de paso, puede darse el lujo de despreciar a los que son peores.
El plato de la venganza, y Alberto Ruíz Gallardón tiene motivos para cocinarlo, se sirve frío.
El dicho será tópico, pero su rigurosa aplicación es más que constante.Será en marzo...
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