Los de Pakistán, Kenia y el conflicto palestino/ israelí no tienen visos de finalizar.
En el primero de estos territorios, con 165 millones de habitantes y un arsenal atómico considerable, nadie cuenta con la autoridad de Benazir Bhutto como para despertar alguna esperanza de paz interior, y retroceso del integrismo terrorista. Decididamente impopular, el general Musharraf aparece como responsable último de un asesinato negado por Al Qaeda. Quizá no sea su ejecutor; aunque la evidente abstención de los servicios secretos ante nuevos atentados dirigidos contra el blanco con poderosos enemigos, dentro y fuera del país, equipare esa función.
La elección a dedo del hijo de la difunta líder, con apenas 19 primaveras, para comandar el partido mayoritario es un parche seudomonárquico con muy pocas perspectivas; a menos que se le ocurra a George Bush el oficiar de regente para la dinastía; asunto más que improbable en víspera electoral de tan malos pronósticos para los republicanos (lleven o no a Rudoph Giuliani).
Tampoco los esfuerzos del presidente norteamericano tentando una estrategia que mitigue el viejo conflicto de Medio Oriente, resolviendo de paso los desgarrones internos palestinos entre los seguidores de Arafat y Hamas (en favor de los primeros), tiene muchas perspectivas.
En cuánto a Kenia, comporta un eslabón más en el largo desastre africano; precipitado tras la ya distante era independentista. La beligerancia de etnias y militares brutales y ambiciosos auguran nuevos baños de sangre.
Para nosotros, la peor sangría radica en la marcha de una economía dónde a la barrera rota de los 100 dólares del barril crudo del petróleo y la crisis inmobiliaria, se suma el disparadero de los precios en insumos básicos. La inflación del 4,5 % es un síntoma del reajuste que sobrevendrá si España quiere seguir creciendo.
Con elecciones generales a menos de 60 días y los partidos enfrascados en la campaña esta debacle nos pilla mal.
A medida que suben los gastos familiares y se encarecen las hipotecas por un euribor alto, mientras la industria de la construcción y las inmobiliarias ingresan en un cono de sombras, la depreciación pública del PSOE y su gobierno avanzan raudos, distanciándoles de una mayoría absoluta.
En otra situación interna el PP tomaría ventajas de esta anemia política. Ya lo hizo en un pasado reciente. Pero ni la estrategia de esta formación ni sus propios líderes o los cuadros de reserva, están hoy a la altura que requiere un cambio de tercio. El combate sin tregua alzando la pancarta del nacionalismo español contra los nacionalismos regionales; la insistencia en centrarse contra ETA en vez de matizar el necesario enfrentamiento con los terroristas, pactando sentidas cesiones competenciales con el PNV y CIU, les ha dejado bastante solos a la hora de sumar escaños para la formación de Gobierno en caso de obtener una mayoría relativa.
La Iglesia cavernaria de Ratzinger y Rouco Varela, o las soflamas de las folclóricas y las intrigas periodísticas de El Mundo y sus mundundis, jaleando en una forma u otra la versión alarmista de la España Rota, han sumado importantes factores de erosión a la perspectiva de una victoria electoral decisiva.
Es cómo si la Línea Maginot aplicada a la política de entre casa, brindase a sus promotores del PP y aledaños, el palmo de narices obtenido por los vecinos galos en 1940.
Y encima, sin ejércitos nazis a la vista (aunque con nostálgicos de Franco al lado).
Tampoco los socialistas se han lucido con las últimas medidas económicas, promovidas a golpe de talón gracias a un superavit presupuestario que bien puede ser el último en años, de seguir así las cosas.
La precipitación de última hora apesta a soborno electoral. Así lo entienden la mayoría de los ciudadanos, pese a aceptar prebendas aquellos que presuntamente resultan favorecidos; hecho que desmiente la reptante escalada de precios y el nuevo crecimiento del paro.
Menos incompetente de lo que creen sus rivales, Rodríguez Zapatero -poco habilidoso a la hora de cambiar a Magdalena Álvarez por una renuncia descompresiva ante los importantísimos votantes catalanes- se ha apresurado a tentar un futuro acuerdo con CIU; coalición que de hecho será favorecida por votos migrantes desde papeletas no ensobradas de ERC y el PSC en las mesas electorales, ante los desaguisados republicanos y la debilidad de los socialistas catalanes, resentidos en prestigio de gestión por el cabreo de Cercanías y la sensación de inestabilidad que provocan los sacudones internos del Tripartit; a los que se agregan los propios de un Jordi Hereu situado a años luz del Alcalde Maragall.
Los terremotos locales afectan nuestra economía, y en perspectiva el desarrollo integral del país. Frente a los padeceres ajenos, aún somos ricos y famosos.
Digo, frente a esos tres mencionados al empezar el post, y algunos otros que en verdad son muchos más. Pero la relatividad de la fama y la riqueza en este planeta globalizado, tan falto de armonía, precipita movimientos de tierra que no registran ni previenen los sismógrafos.
Lo malo es que existen, y hacemos poco por prevenirlos. Porque la democracia, entendida colectivamente, es cosa de todos. Eso significa debate en la base de la sociedad y sus elites.
Y el debate, de ser la excepción en esta calma chicha (alterada malamente por un paranoico desde las ondas herzianas), debe constituír el hábito ciudadano.
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