Una hora semanal menos de Literatura, borrar literalmente el estudio de las Religiones (mas necesario que nunca) y la Filosofía, significa enviar en la enseñanza, básica y media, a autores y estudiosos fundamentales al cementerio.
Si tres horas ya eran comparativamente miserables, una menos deviene fatal para en formación del alumnado.
¿A quienes piensan enterrar el señor Maragall y su gabinete de verdugos, en nombre de la educación?
¿A Platón, Aristóteles, Espinoza, Nietzsche, Descartes, Kant, Ortega y Gasset o Erich Fromm; a Sor Juana Inés de la Cruz, Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Valle Inclán, Blasco Ibáñez, García Lorca, García Márquez, Octavio Paz, Alejo Carpentier, Jorge Icaza o Miguel Delibes?
Pueden ser otros -que hay muchos- y no ellos. Pero la poda segará en cualquier caso, lo que en ningún caso merece ser podado.
De ahí que, si las podas que atenten contra la formación básica de los futuros actores sociales deben evitarse por la buena salud educativa, la presente carnicería no hará más que agravar lo ya grave.
Al cavar la fosa de los talentos y genios que nos brindó la Historia, junto a las ideas que ellos encarnaron, decrece el formato moral de nuestra civilización. Tras borrarlos del programa -acción que equivale a incinerarlos-, se completa la macabra labor del entierro. A las horas que se antes les restaba, se les agrega esta otra. Cada golpe de pala que derrama oscura tierra sobre la ceniza gris depositada en el cráter, se lleva esfuerzos, imaginación, grandes ideales, y experiencias humanas tan imprescindibles al presente como al futuro.
Si alguien en particular desea volverlos a la vida, que acuda a las bibliotecas públicas o a las librerías.
¡Vaya una solución!
Potenciar el estudio de la ciencia y la técnica desechando las teorías filosóficas, el estudio de las creencias religiosas y los testimonios que los grandes escritores cedieron a su tiempo, conlleva a mutilar la cultura.
Y la cultura es un vivo y dinámico elemento; que algunos creen momia exquisita.
Los nazis quemaban libros y gaseaban a los autores que caían en sus garras. Los tiranos de todo pelaje escamotean aquellos que incitan a pensar y rebelarse, encarcelando o asesinando a otros. En democracia, las rebeliones, pacíficas aunque siempre necesarias, se alimentan de nuevas ideas que se nutren de las previas y mejores.
El criterio democrático requiere una formación que nace en los hogares, y consolida en lo posible la educación. Los cotejos y las polémicas son el oxígeno de la democracia. Para desarrollarlos cabe una buena formación. Y la que de hecho estimulamos en el presente es francamente mala. En ella, bajo mínimos, predomina la memorización no el concepto. El adocenamiento aborregado, no la iniciativa creadora.
A las fallas de base se agrega esta nueva atrocidad.
La profecía futurista de Farhenheit 451 amenaza con realizarse hoy en Catalunya. El Estado de derecho suprime las cárceles y los crímenes, sin eliminar, en ocasiones, una censura de facto, consistente en la omisión o la supresión de determinados autores -fundamentales para la educación- y sus obras.
Es un escamoteo legal, si no median la protesta pública y la acción de sus representantes congresuales.
Por desgracia, en un medio poco cultivado votantes y votados con poder de decisión no tienen ni zorra idea del mal que causarán sobre los más jóvenes en edad escolar. Y ellos son quienes gobernarán en el mañana.
El señor Ernest Maragall no quema los libros en forma explícita ni es, creo, consciente del grueso error equivalente. Los entierra directamente, al restarles una hora semanal, en la pretendida selección de aquello que, según su arbitrio, es práctico o no.
Su mediocre cultura, propia de insalvables limitaciones, disfraza una oculta pasión por los cementerios. Sectoriales, claro está.
Ya explicamos el porqué, y a quienes representa.
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