La intención de su director es -según nos anticipa un tal Mellado- trasladarnos a los inicios del siglo XIX, en épocas de invasión napoleónica. No comporta diversión en estado puro. En un espíritu como el suyo, el jolgorio significa desgastar al enemigo. De paso, se arrellana en la época.
Para el caso, su clara involución le lleva a vernos invadidos por un enemigo externo (eso sería el catastrofismo que le obsesiona, proyectado por los nacionalismos rupturistas y los sociatas complacientes).
A su entender, los que desgarran España vienen a ser esa suerte de alienígenas, tolerados por traidores a la causa.
Cómo de ropa ancien y regresión se trata, advertimos la realización del oportuno consejo de Agatha; experta en lienzos que disfracen la miseria humana con un toque infantil.
Estamos ante un baile de disfraces montado por un experto en estrategia y guerra total.
En cubierta, ya asoma vibrante Rosa Diez, caracterizada como Agustina de Aragón. Incluso hasta aprieta el puño, ya sin la rosa adentro. Se les marchitó a varios, fundiéndosele a ella.
Esta otra Rosa hecha protoplasma, posee perfume propio; e infatuamente cercano al PP.
Una mirada atenta nos retrotrae al recuerdo de Pablo Castellanos. Curiosamente, Rosa es el vivo retrato de Pablo (algo más alopécico) veinte años atrás. En derriére, asoma un trozo de la enseña patria. La de Rosa y Pedrín. El cañón, con humo trasero escenificado, vendría a ser el único posible, pues la llama no está encendida en la húmeda mecha que empuña la supuesta dama rebelde.
¿Será una premonición de lo que le depararán las urnas?...
En efigie de José Antonio Labordeta, Francisco de Goya y Lucienes semeja un veraneante comarcal disconforme con el Inserso; disfrutado a medias por la tercera edad y sus sufridos pensionistas.
En doble página, José Ribagorda y Juan Ramón Lucas representan a dos pálidos rebeldes contra la ocupación francesa.
Qué yo sepa, no son representantes, sino modestos presentadores. Son los que más molan, ¿verdad, Pedrín? Leen lo que sus sponsors les ponen delante. En sintonía con la vocación, aquí aceptan representar aquello que imaginas.
Por buena pasta, claro.
El mediocre Lorenzo Silva, escritor de ocasión, encarna a Fernando VII, cobarde y servil ante el ocupante napoleónico.
¡Vaya favor que le hicieron... y al que se prestó!
A Andrés Rivera le tocó en suerte interpretar a Andrés Torrejón; un resistente a los invasores.
Según Pedrín, Rivera es su corporización actual en esta Catalunya invadida por enemigos de España desde las entrañas mismas. La instantánea de carnaval no puede resultar menos desfavorecedora. Pues el pobre Albert aparece confundido o presa de algún estreñimiento.
Esta vez la bala, amenazante para sus futuros votos, se la incrustaron en papel impreso con disfraces inclósos. Por algo será.
Será, será. Pero lo que hoy por hoy es, apesta.
A continuación, ofrezco al voraz y manipulador Pedrín, en forma gratuita y voluntaria, lo que tan a menudo sustrae con licencia de su arbitrio. El escenario es menos vibrante aunque no menos shakespeariano.
Propongo que su majestad se vista de Romeo, y a Arcadi Espada de Julieta, con balcón y todo. Del Pozo puede representar al Moro de Venecia, y José Luís Martín Prieto a un Rey Lear escatológico. Para Federico Jiménez Losantos nada mejor le cabe que asumir el papel de Yago; tan maligno como el que desempeña en la vida real.
Cuartango, Girauta, Lucía Méndez o Victoria Prego, serán capaces de escenificar a cualquier personaje secundario, de ésos que perecen en un pispás devorados por la tragedia que supieron conseguir.
A ti, Pedrín, te propongo un doble papel, casi iconográfico, junto a una imagen gigantesca de Roberto Alcázar. En ella, agregas la camisa negra, conservando en vivo los tirantes que te hicieron famoso y la sonrisa aquella, que dio a tu triste fama una ajustada leyenda de falsario.
Verás, la ambición amaga poder con todo, y en realidad puede muy poco.
La verdad verdadera; que con este pálido suplemento en el que el mozo pone la materia gris, se pueden envolver las vísceras del conejo recomendado por Solbes. Lo que sobre, llevadlo al piso del lavadero o a forrar el cubo de la basura.
Poner en su sitio lo que corresponde es muestra de equilibrio y sensatez.
Until tomorrow, queridos lectores, y copiones...
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