Seguro que no es ésta.
Los febriles soponcios del Comité Olímpico Español y la Sociedad General de Autores parieron este fallo abstruso e infumable. Los señores le buscan rango, y mucho me temo que no vayan a conseguirlo con este rejunte de letra manida y rimbombante.
No me conmueve en lo más mínimo que sea un parado el autor del pretencioso bando, pegoteado a la música original. Los verdaderos responsables de la elección son otros, no el Paulino Cubero de Ciudad Real.
Mediocres hay en todas partes. En la Sociedad de los Autores hay pilas de ellos. En el Comité Olímpico, centrado en el deporte, habrá menos asnos; aunque no demasiado empeño literario o musical. La época de vacas flacas de la creatividad está en pleno auge y el resultado de estos raquíticos esfuerzos luce propio de unas rebajas a las que acudirán pocos clientes.
Lo cierto es que los grandes himnos de construcción integral fueron generados por el fervor, en épocas de férrea unión nacional; y aquí, lo que no sobra, es precisamente la idea única de España.
Para unos, España es Cervantes, Goya, los toros, y el Cante Jondo o el Paso Doble. Menos los toros, me encienden todos. Pero también lo consiguen Gaudí, Miró y la colectivísima Sardana. Los armoniosos compases y letra dels Segadors, por ejemplo, son de una gran belleza. Sin ser un himno oficializado, opera cómo tal ni más ni menos por que se lo merece.
Declaro con orgullo haber bailado en mi infancia la Muñeira Gallega y la Jota Aragonesa en el remoto Centro Catalán de un pueblito bonaerense, a 10.000 millas marinas de distancia. Allí funcionaba una verdadera Nación de Naciones. Gracias a esa atmósfera fraterna y pluricultural, Angelillo, Miguel de Molina y Concha Piquer, o Pepe Blanco, me siguen entusiasmando tanto como las zarzuelas, ese género tan injustamente arrinconado.
Pero este Himno cantado, parido con fórceps por algunos iluminados (a vela de sebo) no me cabe en ningún sitio. Ni siquiera en el último rincón de mis bibliotecas, que dedico a las extravagancias.
Dicen que lo hicieron a medida de deportistas que, en los torneos internacionales no se dan el gusto de cantar su himno, ante las otras delegaciones. En los grandes estadios resuenan voces de todas las patrias menos la de ellos; y llevan razón.
Remediar el entuerto es tarea que desborda -y no ligeramente- los afanes del COE y la SGE. También la de cualquier Gobierno o benemérita entidad.
La unión nacional y el consiguiente fervor fabricarán el Himno adecuado -no la escenificada memez-, en tanto y cuánto nos pongamos de acuerdo articulando la España que queremos, o no.
Entre nosotros, la democracia requiere que la Nación de Naciones, y no aquella que minimiza determinadas comunidades autónomas claramente diferenciadas del resto por lengua vernácula y costumbres, se imponga finalmente.
De llegar a ese punto, los cánticos que nacen del sentimiento se fundirán en una sola voz; aunque los compases y las letras sean diferentes.
Desconozco a estas alturas si ello será posible. Pero lo deseamos muchos.
De éso, estoy convencido.
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