Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

sábado, 29 de diciembre de 2007

PLACER Y ESFUERZO

Creo que lo importante de escribir es comunicar.

En un primer momento, al realizar con placer y esfuerzo el tomo inicial sobre Perón, decía a mis amigos que me apasionaba la tarea de crear para dotar a mis bibliotecas de lo que en ellas permanecería ausente sin la concentración literaria de mi placer y esfuerzo.

Era parte de la verdad. Sin embargo, uno también escribe para que le lean otros. Y esa no sólo representa la porción más grande de la verdad, sino que es aquella que pone a prueba lo que has escrito.

Aclaro que poner a prueba no significa conceder virtudes al rechazo o la indiferencia. Hace diez o veinte años podía ser. No hoy. El por qué del cambio en las épocas lo explican las transformaciones, tanto en la calidad de vida de las gentes como en la diversidad de medios al alcance.

Hace cincuenta años, leer libros y periódicos, ir al cine, sintonizar estaciones de radio o escuchar música, constituían el epítome del digesto intelectual. Hace más o menos treinta largos, a la fuerza de la televisión invadiendo los hogares se agregó el casette. Después el videoclub de la esquina 0 la media calle, junto a los sistemas Beta y VHS de grabación de programas emitidos por una TV en radiantes colores. Disfrutar de estas arrasadoras novedades fue cambiando la composición del público lector, como si se estrechara sin remisión un nudo corredizo en el gañote de la cultura.
Ni qué decir sobre el desarrollo del CD, el DVD y sobre todo la gran revolución globalizadora de Internet.

El fabuloso avance de estos medios ha conseguido inventar genios literarios mediante la propaganda. No siempre a un buen autor lo crean los medios audiovisuales, pero cierto es que pueden proyectarlo hasta unas alturas que sin ese cierto mecenazgo jamás rebasarían los millones de ejemplares que invaden el mercado planetario.

Las andanzas de Harry Potter o las historias que nos ofrecen Noah Gordon o Ken Follett -para poner tan sólo tres, entre muchos ejemplos de lo que hoy se adquiere en las librerías- consiguen extenderse en las sociedades desarrolladas o los privilegiados de las menos prósperas con la velocidad de un rayo láser.

¿Leen todos los adquirentes de los best seller -casi galácticos de la actualidad-, estos celebrados productos?
Bastante menos de lo que antes leíamos los habituales u ocasionales catadores de libros.
¿Cuánto menos?

Mucho. Muchísimo. Su lectura es en estas épocas proporcional a la competencia audiovisual e informática que llega como avalancha hasta el consumidor. Leer una novela significa ante todo crear imágenes que escenifiquen, renglón a renglón, los que descifran tus ojos y autoriza tu código mental.

Con la música ocurre otro tanto, mediando la ventaja de llevarte a pensar en aquello que te sugiere. Sean recuerdos, emociones o alternativas vitales.

Imaginar es, sin duda alguna, un esfuerzo. En los cerebros creativos comporta un placer. De los que no registran mayor creatividad, el esfuerzo corre en solitario y contra el viento. El marcado descenso en la lectura de periódicos es preocupante al causar la dejación de concentrar atención e imaginación en sucesos de interés público. La red no lo suplanta aún. Mañana quizás. Pero la inquietud de saber más sólo puede estimularla una equilibrada educación. Y aquí tenemos un gran déficit histórico en materia de estímulo cultural..

En la España del €uro, los periódicos nunca gozaron de los tirajes norteamericanos, ingleses, franceses o argentinos. Mis años en el último de estos países me acostumbraron a una nutrida lectura de periódicos y semanarios. En los años cincuenta, la catártica venta de periódicos, matutinos y tardíos, estaba garantizada. No sólo eran accesibles al bolsillo, iban bien informados y las gentes los leían sin desperdicio. Era una tradición arrastrada desde décadas atrás, cuando robustos matutinos como La Prensa y La Nación o El Mundo, combinaban preferencias vespertinas por Crítica, La Razón y Noticias Gráficas.

¿Os suenan los títulos?¿Verdad que sí?

En España no inventamos nada nuevo (en especial el señor Ramírez, que, entre otras cosas reprodujo casi con exactitud el logotipo porteño de EL Mundo). Sencillamente lo hemos copiado, sin la calidad de origen. Para eso están el dinero, nuestras joint ventures navegando en sueldos bajos, y un sueño cultural que se eterniza.

Extraño profundamente la época pasada. Lejos y cerca añoro sus grandes periodistas.
Los mediocres ganapanes que a veces me plagian ahora, sin emularme, me causan pena. De algún modo tiendo a ser piadoso. Yo no vivo de escribir; escribo para vivir en paz y no morirme pronto ni de asco.
Aún me queda mucho por decir. En cambio, a ellos sólo les resta ganar el pan o la panadería. No es poco, aunque tampoco resulte significante en términos de esfuerzo creativo.

Hasta ahora registro la malsana inspiración en cuatro periódicos locales, y el graznido de algún buitre mayor. En todos ellos descubro conceptos e ideas que me pertenecen. Algún columnista tomó nota de mis críticas y se porta mejor con sus renglones, aunque rehuse mencionarme. No vivo de la publicidad que me destinen los tontos. Pero el estado de gracia otorgado por la crítica no reconocida dura un tiempo. Y en este caso, si no somos churriguerescos, hablamos en el ABC de los polvos del señor Rajoy. ¡Vaya un tema de reflexión o diversión!
La cabra tira al monte. Si no es con letra enredada en el narcisismo, caben el desmadre y la cierta ofensa a cualquiera.
¿Verdad, señor de Prada?

Soy consciente de representar la cultura de una época que no volverá. Pero aquí estoy, creando y alzando la voz. Otros la bajan o ensayan el falsete.

Lo aprendido me sirve a mí. A otros, menos. Sorry. El talento existe a veces. Haya o no medios y públicos conformistas que prefieran ignorarme, mientras leen tres hojas del libro comprado y envían a Ken Follet, Gordon o Javier Marías a un anaquel sin retorno. Las visitas dirán que si allí están, es por que el propietario de las copias las leyeron.
Pasó siempre. Ahora es un hábito masivo.

Por lo tanto, allá yo y acullá ellos. La Historia, señores, pondrá a todos y cada uno -editores, escritores, críticos y público- en su sitio.

Para eso es panorámica, retrospectiva e implacable, juzgando el auténtico valor del esfuerzo y la pasión.

Son en verdad, los que en este campo y los restantes mantienen encendida la llama votiva de la humanidad.






No hay comentarios: