Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

domingo, 9 de diciembre de 2007

LA IZQUIERDA

Un reportaje realizado en París por Laura Corradini (corresponsal del diario La Nación) a Bernard-Henry Levi sobre la salud filosófica de la izquierda, me impulsa a escribir sobre lo que desde hace rato me apetece.

La ocasión llegó favorecida por su último libro revisonista: "Ese gran cadáver caído de espaldas".

Yo provengo de una formación izquierdista. Hoy me declaro demócrata. Creo que una cosa es decirlo y otra dar pruebas fehacientes de ello.

Durante el largo reinado del pensamiento izquierdista entre los intelectuales de Occidente, se recurría a los Estados comunistas, sus colaterales partidarias en cada país, o procurando disentir conservando el pedigrí, mediante las variantes maoistas, trotskistas e incluso albanesas (en épocas de Enver Hoxa se calificaba de fascista la monarquía constitucional de Juan Carlos I).

A Marx lo estudiaba muy poca gente. Con Lenin ocurría otro tanto desde que Stalin y sus burócratas coparon la parada.

La alternativa de Trotski criticaba esa burocracia como una "brutal deformación del Estado Obrero leninista" mientras defendía incondicionalmente su hechura. La cura al peligro que de hecho debilitaba el comunismo -y éste constituía el fallo más grande de su concepción política- era una quimérica "revolución política" en el interior de la URSS.

Acogiéndose a una u otra postura, se reivindicaba la revolución proletaria y la necesidad de derrotar al imperialismo y sus variantes europeas. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el fortalecimiento de los partidos comunistas (sobre todo en en Francia e Italia) y la emergencia anticolonial, unida al triunfo de Mao en China y las nuevas democracias populares en el Este europeo, afirmaron el credo.

Era un espejismo y duró casi cuatro décadas más.

El derrumbamiento de la URSS, sus democracias populares de hojalata, y las mutaciones productivas en el interior del gigante chino, quebraron el viejo espinazo de la izquierda. Los comunistas retrocedieron en sus bastiones clientelares de Occidente, y los falsos mitos cayeron con ellos.

La Cuba castrista, icono de una época en la que se intentaba rescatar del fracaso al odioso comunismo burocrático de los rusos y sus títeres, sobrevive a duras penas. La enorme represión interior y su magma económico y social, la han desprestigiado en las dos últimas décadas.

Los heroicos vietnamitas, vencedores en su guerra justa contra un Ejército invasor, viran hacia el capitalismo de los entonces vencidos, en procura de modernizarse. El comunismo dinástico coreano empieza a tambalearse ante el despegue económico de su enorme vecino, y el irresistible progreso del sur.

El triunfo de Bruno Rizzi definiendo en un ensayo de los años ´30, a la burocracia estaliniana como la nueva clase o subclase de un sistema capitalista estatal y atrasado, se dio en toda la regla. En principio la socialdemocracia recuperó posiciones, al precio de bajar su programa a la tierra, consiguiéndolo a medias desde el poder.

Hoy la izquierda no acierta a centrarse del todo. Será imposible que lo haga. Tampoco el recetario de la derecha -más realista en términos económicos- parece demasiado exitoso.

La efectividad de la globalización es un hecho, así como también la polarización social que desata; muy visible en la penuria cotidiana que atraviesa un tercio de la población mundial.

Ya no cabe, creo, calificar las posiciones que se esgriman de la izquierda o la derecha. El compromiso con el Estado de derecho y el ojo puesto en las grandes desigualdades para que ellas vayan desapareciendo, es lo que cabe hoy.

En otros post he dicho que la democracia nunca termina de realizarse. El desafío es acometerla mediante un compromiso personal ético, sin perjuicio de pertenecer o no a la franja de partidos en liza.

Antes, a la izquierda o la derecha les cabían los manuales de sus pensadores y un cierto clima de agitación paranoide. Hoy hay que saber seleccionar lo que sirve de sus experiencias; enterrando lo más oscuro, que es mucho.

Yo ingresé en la política activa a los diecisiete años y me retiré con apenas 24. Pero nunca dejé de comprometerme con aquello que creí justo. No todo lo era. Pero el propósito no me dejó en la cuneta cuarenta años después.

Creo que el camino es el centro. O sea, la rigurosa observación de las leyes económicas, fundida a una política que, impulsando la creatividad de las fuerzas productivas no descuide la imprescindible visión social.

Para acometer esta labor no hay manuales. Quizá tampoco haya partidos en un sentido estático o tradicional.

Las mutaciones son necesarias aunque parezca que nieguen el acuerdo primigenio entre fundadores o dirigentes, y los militantes y afiliados.

Siendo armas ineludibles en el progreso humano, sus integrantes no deben perder de vista el doble baremo crítico y autocrítico. Tampoco el voto ciudadano en tanto que compromiso ineludible.

Se impone pensar rompiendo viejas marcas. Siempre fue difícil. En el siglo XIX parecía un sueño imposible pisar la Luna. A mediados del XX nadie concebía la posibilidad de esta explosión informática que acabó revolucionando la Historia sin derramar una gota de sangre.

Ambas cosas llegaron gracias al poder del pensamiento humano.

En el reportaje antes mencionado, Henry Levi -antiguo discípulo de Derrida y Althusser- sostiene "que la izquierda está enferma de derechismo".

Así lo demuestran "la fascinación por la patria y la bandera, su antieuropeísmo, su antiamericanismo, su antiliberalismo, su antisemitismo y su fasci-islamismo".

También aclara que Sarkozy, que es un hombre de derechas a quien él considera amigo, acredita un flanco positivo, destacando otros aspectos que le gustan menos. Por ejemplo, la venta de una central nuclear civil a Khadaffi, las benevolencias con Hugo Chávez (a quién para nada considera de izquierdas), el desestimar la crítica al siniestro periodo de Vichy, la del largo capítulo colonialista o la negación rutunda del mayo francés del 68.

De paso impone una dura crítica a André Glucksmann, el izquierdista que lo apoya con fervor.

Aquí sostiene algo muy interesante.

"El papel de un intelectual no es manifestarse tan rápido. hay que manifestarse lo más tarde posible y después de haber obtenido lo máximo.

Dándose tiempo, Glucksmann podía haber obtenido más sobre los temas que le interesan: la causa chechena, la amistad con los EEUU, etc".

No es menos interesante su sentimiento de soledad, compartido "con Vaclav Havel, Ingrid Betancourt, y políticos como Barack Obama".

Su opinión sobre los EEUU contrasta con la leyenda negra que la vieja izquierda mantuvo en alto 80 años.

"Es el país de una mala política, de una corriente conservadora que me provoca escalofríos en la espalda, pero es un país formidable; un país que tiene recursos institucionales y democráticos que merecen ser tomados como ejemplo, por lo menos en Francia".

Con gusto leeré el libro de este francés que lucha contra lo peor del pasado, buscando una síntesis que concilie la idea productiva con la social.

En eso estoy desde hace muchos años. Aunque no me sienta para nada un pensador de izquierda. Lo bueno, está en todas partes. Sólo hay que aprender a seleccionarlo mediante el esfuerzo y la mesura, incorporándolo al pensamiento y la acción.













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