A ETA le importan un pimiento los derechos humanos. Por eso asesina a mansalva. Herri Batasuna fue ilegalizada por la judicatura tras años de paciencia gubernamental. Ahora resulta que los jueces de Estrasburgo, sede funcionarial del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, acepta debatir parcialmente nuestro fallo, a instancias de una presentación abertzale.
En concreto, sus señorías acuerdan llevar a estudio admisible los artículos: 10) Que sanciona del derecho a la libertad de expresión. 11) Garante de la libertad de reunión y asociación. Y el 13º Derecho a un recurso efectivo. Pertenecientes todos al Convenio Europeo de Derechos Humanos que invocó ante el Tribunal HB en el 2004.
Desde El País, Soledad Gallego Díaz lamenta que la decisión final del Tribunal demande meses, y no semanas.
Creo que ajustándonos a una óptica moral, debe importarnos un pimiento, sea cuál sea el fallo.
Estrasburgo no impidió que HB respalde los asesinatos de compatriotas nuestros por la banda criminal. Tampoco a sus jueces les asesinaron familiares, amigos o compatriotas. No estaba en su competencia ni lugar.
Yo he padecido durante muchos años el terror cotidiano de vivir bajo el azote dictatorial. Cuando en 1982 respiré de nuevo los aires de mi tierra, conocí por vez primera el precioso bien de la libertad.
La tolerancia es su hija dilecta. Y ETA, es intolerante. También HB y los que no se pronunciaron contra sus crímenes, ni antes ni ahora.
Me importan otro pimiento -vuelvo a reiterar-, los votos que ANV haya obtenido en las autonómicas. La inmensa mayoría de los restantes sufragios en el concierto estatal los superan ampliamente.
Hitler tuvo más suerte en la Alemania de 1933. Pero en mi tierra no hay trazas de Weimar y su vergonzosa cesión.
De los jueces españoles depende afirmar o no tal compromiso con el Estado de Derecho.
Apenas ayer, el terror golpeó nuestra frontera norafricana. Fue Al Qaeda en Argel. ETA no tendrá otra oportunidad. Ni debe tenerla HB. En cuanto al sucedáneo envuelto en el polvoriento manto histórico, le deseo con toda mi alma igual destino. Los tributos que recoja la democracia no pueden solventar los nidos de serpientes ni las filosas hachas del odio.
Que Ibarretxe, loro parlanchín de la democracia que le conviene, se calle de una vez.
De nuevo evoco el frenazo de Juan Carlos I, pese a ser yo republicano.
Una cosa es hacer política exigiendo derechos nacionales -con los que por otra parte acuerdo en ciertos apartados-; otra el maridaje con aquellos que no respetan el derecho ajeno a sentirse españoles antes que vascos, sin dejar de aceptarse hijos de Euskal Herría.
Creo que ningún derecho nacional es compatible con la aplicación de la pena de muerte para quienes disientan. Nuestra legislación la excluye expresamente juzgando los delitos de sangre. También veda el empleo del secuestro y las torturas a los detenidos, cualquiera sea la presunción del delito perpetrado.
Por eso, entre muchas otras cosas, España no es un Estado terrorista. El fogoso lehendakari vasco y otras formaciones vascas (EA, EB y Aralar) no parecen tenerlo en cuenta cuando hay que separar la paja del fuego.
La pena de muerte instrumentada por aquellos con los que concilia, agoniza en las cárceles y en comandos sin futuro alguno; arrinconada por el repudio popular y nuestros cuerpos de seguridad. Los franceses acaban de declararles la guerra, en sintonía con la que llevamos librando con la bestia encapuchada desde hace treinta años.
Por más que los batasunos, tavestidos de nacionalistas históricos o cumunistas territoriales, se disfracen de corderos, el lobo manda en la organización. Y el lobo son todos. Del primero al último.
En Estrasburgo aceptaron tiempo atrás la presentación de un recurso islamista que proscribía al partido turco Refah Partisi. Sin embargo el fallo acabó convalidando al Estado Turco. Entre la Guerra Santa que prometían los derrotados fundamentalistas y la que desarrollan entre nosotros los etarras, no hay diferencia alguna.
Las víctimas que se llevó, o dejó mutiladas el terror, no se merecen que acatemos sin rechistar ninguna providencia que afile los dientes del lobo.
Así parta de Estrasburgo, de las estrellas del firmamento o el Oráculo de Delfos.
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