Me refiero a Cristina Fernández, mujer de Nestor Kirchner y nueva mandataria argentina, a quién la periodista Olga Wornat definió como Reina Cristina en un libro satírico.
Nada que ver con el personaje interpretado por Greta Garbo. Me refiero tanto al de la realidad (dama culta e innovadora aunque estrafalaria) como al de la ficción (no del todo fiel; si bien encarnada con gran dignidad).
Esta otra señora, oriunda de un pueblito cercano a la ciudad de La Plata, desarrolló su epopeya desde la clase media provincial, hasta llegar ayer a la Casa Rosada. La asociación con el padre de sus dos hijos fue capital en el tránsito. Desde el comienzo los fundió en el amor una común ambición.
Su adhesión al peronismo a través de la militancia política consolidó en el matrimonio una posición que devino fructífera. Su base material se realizó en los años ´70 mediante negocios inmobiliarios, bien alejados de la crítica dictatorial.
Con la llegada de la democracia y su inserción en el aparato partidario, aterrizaron en la Provincia de Santa Cruz, gobernándola durante años.
Ya entonces en los Kirchner se observaba la dualidad que luego pusieron en práctica desde la Casa Rosada. El lenguaje que empleaban era de izquierdas; la potestad y el arbitrio organizando la cosa pública, de derechas. Él Presidente y ella senadora, se apañaron hasta conseguir esta sucesión, a todas luces poco ética y digna de Juan Perón.
Por cierto, Cristina no se parece a Evita y a Isabelita más que en una cosa: ama el poder. Lejos está de conmoverse, como Eva, ante la miseria de sus compatriotas, aunque parezca que lo hace, y no sea tan obtusa como la otra.
Se parece al marido, sin alcanzar a ser su apéndice, ni Lady Macbeth. Es una chica de clase media con delirios de grandeza y ausencia de programa propio. Menos bonita de lo que se dice, sus primeros planos revelan una desenfrenada afición por el bisturí y el colágeno (compartida por el ex presidente Menem). Ni el filo unido al corte y la sutura, o la blanda sustancia, impiden que sus ojos revelen vejez.
Es que la ambición narcisista envejece más que cualquier otra.
Es verdad que con Kirchner la Argentina entró en un periodo de recuperación. También que al imponerse la memoria histórica, los viejos asesinos seriales de la dictadura son reprocesados y les cae encima todo el peso de la ley.
Es que ya no sirven para casi nada. Tampoco el Ejército, menguado en presupuesto y efectivos, puede salvarles de la pira. En el país actual, gobiernan las mafias políticas, no las militares.
Es por ello que el discurso de izquierdas se realiza sin inconvenientes en este campo. Pero la desocupación aún es elevada; el crimen, una pavorosa inseguridad ciudadana y la corrupción oficial (y no oficial), son moneda corriente, mientras los sueldos, pesificados desde la brusca desdolarización y la mexicanada del corralito, siguen acosados por una inflación que no cesa.
Los Kirchner, como buenos discípulos de Perón, han demonizado a la prensa opositora, acosándola con prisa y sin pausa. Si bien los altos precios de la soja y la demanda de alimentos por parte del mercado chino han permitido crecer a tasas impresionantes, aún el país pertenece a la franja de países subdesarrollados; donde por regla general es abismal la diferencia entre ricos y pobres.
¿Qué futuro aguarda al país con Cristina Fernández?
Más de lo mismo. A Kirchner le cuadran los números, limpios de déficit. Este último lo padecen diez millones de compatriotas viviendo bajo el nivel de la pobreza.
Una nueva carta de mi querida amiga Norma M. refleja la opinión de vastos sectores ciudadanos ante la farsa.
"Acá te habrás enterado del estreno. Tenemos presidenta nueva. Yo no le hice mucho caso; es más, me olvide de la asunción. (...) A las 16 horas, tomado un cafecito en un bar de Montevideo y Corrientes, veo que todo el follón de la policía desviando el tránsito de la zona céntrica era por eso.
Hoy repasando un poco las noticias en el periódico me doy cuanta de que todo seguirá como antes. No estoy para nada entusiasmada ni esperanzada con esta gente. Es más, me resultan indiferentes, no es lo mejor. Pero tampoco puedo evitar esto, y hay mucha gente como yo.
En fin, entre la no bola de algunos y los que están fuera del sistema por varias razones (sin trabajo, drogados , etc) los de arriba se hacen el festín y hacen lo que quieren..."
En cualquier caso, la corona de esta Cristina es de hierro viejo. Del que se oxida rápido. Quizá mientras opere el óxido y la corrosión se haga patente, los argentinos generen una nueva elite y partidos que articulen una democracia limpia de demagogos y dinastías tercermundistas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario