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domingo, 23 de diciembre de 2007

EL NACIONALISMO, LA ESQUIZOFRENIA Y LA CULTURA

El vínculo establecido entre el sentimiento y la patología con el nacionalismo, nos llega este domingo por la vía de Álex Sálmon, en El Mundo.

"Cataluña es un territorio normal con muchas gotas de esquizofrenia. Cuando utilizo el término lo hago con total respeto a los que tienen la desgracia de padecer esta enfermedad y entendiendo que esta se trata de un desdoblamiento de la personalidad con grados diversos de alucinaciones. Lo hago con la tranquilidad absoluta de del que se enfrenta a un problerma asumido por muchos y con el que convivimos a pesar de las grandes discrepancias".

El párrafo abunda en contradicciones que retornan como un búmerang sobre este ejecutivo regional de Pedro J. Ramírez.

Con los esquizofrénicos no se discrepa. Sálmon refiere la existencia de muchas gotas de esquizofrenia en nuestro cuerpo social. Pero la esquizofrenia es lo menos parecido al colutorio, el aceite, la salsa; o puestos a escarbar en el significado del insulto, el veneno. De manera que el goteo vendría a ser más propio del tormento chino destinado a quebrar la voluntad del prisionero, que de una grave enfermedad mental.

Las alucinaciones de un esquizofrénico (en cualquiera de sus tres vertientes: la catatonia, la paranoia o la hebefrenia) requieren tratamiento psiquiátrico de severo control, constante administración de psicofármacos, y a menudo periodos de internación. Otra cosa es el factor esquizoide, de frecuente pulsión en la naturaleza humana.

La esquizofrenia es cosa muy seria. Jugar literariamente con ella es posible; aunque en ciertos casos resulta muy ofensivo e inconveniente. Sobre todo cuando padecemos agresiones como ésta.

¿Qué grado de este enajenante mal nos diagnostica alguien que, siendo catalán de origen se siente más español que otra cosa?

Advierto que tiene tanto derecho a ello, como la mayoría de los catalanes el sentirnos menos españoles al uso, de lo que algunos quisieran.

Yo, por ejemplo, no me atrevería a diagnosticar la esquizofrenia en el señor Sálmon. A lo sumo, parece afectado por algunas fobias que le tornan obsesivo con un tema recurrente. Lo mismo le sucede a Arcadi Espada.

La común veta profesional de estos señores es la guerra declarada al catalanismo desde la acera españonista.

Ambos son columnistas -en grado quinto- de una hoja que respeto muy poco. Por supuesto, Sálmon no es exactamente Espada, ni yo me parezco a ellos. En principio por que me siento más catalán; luego, tampoco rindo pleitesía a señor alguno. Edito mis libros y respiro el aire fresco de un Blog desde el que critico sin faltarle a nadie.

No redacto en mi lengua -pese a utilizarla a diario desde hace muchos años- por falta de tiempo y circunstancias del pasado. Ya lo expliqué en detalle. Pero nada me agradaría más que los compatriotas de mi "pequeño país" llegaran a traducirme algún día.

Vuelvo a los afanes de Sálmon.

¿Es este brutal ataque al nacionalismo catalán, profesado en diversos grados por la población vernácula, una muestra de análisis objetivo, o más bien de odio intolerante y por lo tanto antidemocrático?

En lo único que puedo coincidir con el articulista, es en nuestro bajo grado de instrucción. Si el del castellano es inferior al catalán, lo será levemente. Al fallar los contenidos, falla el idioma que los transmite. Como los nuestros son dos, renquean ambos. El desarrollo de cualquier lengua requiere un permanente ejercicio. Sin él, se debilita en forma irremisible.

El reciente informe sobre nuestra calidad de enseñanza afecta a todo el Estado y sus lenguas.

Ante todo acuerdo con la inmersión lingüística, asunto que deplora Sálmon. Aún hoy, tras años de practicarla, el uso oral y escrito del catalán presenta deficiencias superiores a la del castellano. Las razones son muchas. La que destaca, reuniéndolas casi todas, es la abrumadora superioridad de la presencia netamente española en los medios orales y escritos.

¿Puede negarse el trascendente factor?

El patrón del señor Sálmon- nótese que no utilizo el arcaico y odioso"amo" en la voz catalana, pese a que el término hallaría para el caso gran exactitud- publicó ayer un interesante artículo del señor Henry Kamen -historiador y articulista en lengua inglesa- sobre el estado de nuestra cultura, centrándose en la ausencia de verdadera crítica literaria, destinada a formar una elite competente.

El sectarismo está en todas partes y no es una enfermedad exclusivamente nacional. Comporta una forma de incomprensión de la realidad, con base más emocional que cultural.

Ayer, en La Noria, un comentarista deportivo que colabora en la COPE definía a Jiménez Losantos -el gran amigo de Ramírez y enemigo jurado de Catalunya- como el periodista mejor formado e informado.

Se refería a la cultura, obviando el factor emocional, que convierte al aludido en el profesional más deformado entre los hoy mediáticos.

No hay cultura verdadera sin un equilibrio emocional que respete la opinión ajena, criticando desde la templanza, los comportamientos ajustados a la Ley con los que se discrepe.

Las ofensas y agresiones varias practicadas por el periodista estrella de la COPE y otros desde el hegemonismo español contra el nacionalismo peninsular, favorecen en realidad lo que declaran combatir. ETA no es una banda criminal financiada desde el exterior, como han sugerido los que montaron la idea del burdo complot para descabalgar del poder al PP. La hidra del terror se alimenta del odio de los contrarios, más que de las diferencias nacionales esgrimidas por muchos vascos.

Retorno con espíritu didáctico a los sectarios encuadrados en el Estado de Derecho, tan poco avenidos a reconocer los nuestros.

La constelación de fobias en cualquier sujeto cultivado le priva de la temperancia, neutralizando la eficacia de lo que aprendió, sin internalizar (aquí sí cabe el término, tan mal utilizado por Solbes en relación con nosotros y el valor del €uro) del todo sus valores y uso correcto.

El resultado es paranoia pura, motorizada por el componente sádico, habitual en los delirios de grandeza y la constelación de amenazas que lo circunda.

El tono escéptico que emplea Sálmon roza ese extremo. Al final, remite la supuesta pugna entre el catalán y el castellano, "a una cuestión intelectual".

La cuestión intelectual es una parte del introito. La otra, nace del sentimiento. Se lo dijo Artur Mas a Bono, respetando su nacionalismo español cuando el último le trató de comadrón, ninguneando nuestro real interés en el Estatut.

La verdad, es que pocos escritores -periodistas o no- hablan hoy de sentimientos.

El auge actual de Borges -que no era precisamente un sentimental- refleja el verdadero estado de la cultura actual. Consistente en que la forma subroga y asfixia el fondo, necesariamente humano del valor cultural.

Éste es uno de los grandes fallos temáticos que neutralizan parte de los impresionantes avances científicos acelerando la comunicación y su impulso globalizador.

Álex Sálmon, alejado de cualquier enfoque sentimental, prefiere emplear sin ningún pudor ni escrúpulo la esquizofrenia. Terrible flagelo del que lo padece y su entorno.
Olvida así, que un arma arrojadiza puede transformarse en búmerang cuando se confunde el valor de los seres humanos y la singularidad de los pueblos que ellos conforman, con una enfermedad.




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