Se publicó en el 2004.
El esfuerzo se había emprendido en 1998, año en el que empecé a esbozar el trabajo mientras recogía abundante documentación. Meses después, tras 18 años de ausencia, viajé a Buenos Aires. Volví impresionado por la transformación de la sociedad argentina. La economía estaba dolarizada y el menor consumo nos vaciaba el bolsillo. Pero entonces la vida cotidiana para ellos resultaba carísima a tenor de sueldos muy bajos, y para nosotros aquí no tanto. Además, y esto era lo importante, la clase media, ese cojin social que amortigua parte de las desigualdades, estaba en plena caída libre.
O muy ricos o muy pobres era lo que se veía por doquier. La última especie era la más abundante. De bote pronto se te cruzaba alguien pidiéndote un dólar. Claro. No era nada. La propina del café que hoy menciona tan insensatamente Pedro Solbes.
El centro capitalino no debió esperar la crísis brutal del 2001 para manifestarse con brutalidad. Ya entonces estaba destruido, con las aceras rotas y sucias, junto a edificios semiderruidos y vallados, con ratas entrando y saliendo como Perico por su casa. La Avenida de Mayo, antaño emporio español de teatro y fandangos, era peligrosa al caer la noche. Igual aspecto desvelaba Lavalle, la calle de cines y estrenos, donde ciertos templos religiosos y la prostitución compartían aceras.
Hablo del casco céntrico, a pocas calles de la Casa Rosada.
Aquél era otro país. No el que yo amé, conocí y en ocasiones supe padecer por causa de sus crueles militares.
Éstos ya no mandaban ni asomaban la nariz por ninguna parte. Una nueva oligarquía política, extremadamente corrompida manejaba el país a su antojo, con mayoría congresual y el respaldo de los muy ricos... y los muy pobres...
La miseria afectaba a bandadas de críos que entraban en las confiterías pidiendo algo que comer o algunas monedas. Los atracos estaban a la orden del día y las casas y comercios (capitalinos o provinciales) lucían gruesas rejas en previsión de robos; que en casi todos los casos eran (y siguen siendo) violentos.
Recuerdo que ese invierno de un frío austral de campeonato, divisé entre la llovizna de aguanieve a una familia entera cargando críos pequeños y enseres en un carro del supermercado, en medio del viento helado. Era una escena digna de Siberia en tiempos de los Zares o Stalin.
Mis amigos del ayer estaban resignados a decaer sin remisión. Todos me veían joven y lozano. El hecho despertaba en mí un cierto complejo de culpa. Había vuelto a Barcelona después de crecer y madurar allí durante 33 largos años. Pero a su país debía mi cultura; menor que la de algunos aunque mayor que la de varios; allá y aquí.
De haber permanecido en Buenos Aires todos esos años, las dificultades de todo orden me hubiesen agriado la pluma y el ánimo. Les dije que hacer una trilogía sobre Perón y el país era devolverles parte de lo que me habían dado, ilustrando de paso a mis compatriotas en los azares y tragedias de una historia que ellos conocen muy poco.
No pareció interesarles mucho mi filosofía, ni a ellos su pasado. Podía más la desazón.
La esperanza de muchos era entonces votar a la Alianza de peronistas de izquierda y radicales del ex Presidente Alfonsín, contra el menemismo, que gobernaba desde hacía ya diez años y había restado identidad al ser nacional; a base de vender las riquezas del país por dos chavos y enriquecerse junto a la mafia partidaria.
Nadie imaginaba que aquella coalición desplazaría a la pandilla de Menem sin cambiar la debacle inevitable de una economía desindustrializada en extremo, e impedida de exportar por los altos costes que deparaba la convertibilidad.
Resignado ante los cambios, me centré en mi obsesión literaria y su personaje central.
Ya he relatado en el Blog mi feliz encuentro con el hijo del coronel Mercante, y las fructíferas charlas durante aquel viaje y cinco de los seis subsiguientes. Por otra parte, mis visitas diarias a las famosas librerías porteñas fueron recompensadas por la obtención de ejemplares valiosísimos. Ya entonces muchas bibliotecas privadas habían sido saldadas a los libreros. Las firmas y autógrafos en los viejos ejemplares me remitían al cementerio. Nadie que estuviese vivo se hubiera desprendido de aquellos tesoros.
Volví a Barcelona muy conturbado; aunque con 500 libros fletados mediante un cargo sangrado en dólares.
Durante mi larga estancia en la Argentina ya había leído parte de lo que ahora volvía a mis manos. Pero era un material imprescindible para repasarlo a fondo y escribir con fundamento. Al mismo agregaba modernos estudios sobre el peronismo y las previas épocas del país.
Tras muchos avatares (también narrados en algún post), pude editar este primer tomo.
A cada página impresa (son 673 de 42 renglones cada una) corresponden 10 echadas al canasto. La arquitectura de esta biografía constituyó una labor ardua y apasionante.
Durante muchas noches he soñado con renglones que iba llenando uno a uno. Creo que una parte de esos sueños llenos de palabras y conceptos evocadores fueron vertidos en la obra.
Los que leyeron los dos tomos publicados hasta hoy, dicen que la labor no tiene precio. Y tienen razón. Nada ni nadie podrá pagar este esfuerzo. Y eso es algo que me enorgullece, pues no lo hice pensando en el dinero. En el fondo fue un repaso de mi vida en otra tierra: la que acogió nuestra pobreza espartana de inmigrantes una tarde de junio, en 1948.
Hay collonades que son lo que son por lo que valen en sí mismas.
Creo que ésta mereció la pena.
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