Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

lunes, 31 de diciembre de 2007

MEMECES

Señalo algunas que asoman el hocico en la prensa de hoy (la que leo), omitiéndo extenderme en la memez perpetrada por Raúl del Pozo, relacionando horas atrás el hachazo craneal que casi nos priva de José Luís Moreno, con el pico que el estalinista Ramón Mercader clavó en la cabeza de Trotsky, privándonos de él en 1940.

Esas raras mezclas de personajes tan poco compatibles con un análisis serio, parten de un pasado mal ecualizado con el presente.

Allá él. Bye, con tus fantasmas incluidos, Raúl.

Detallo con mayor énfasis la memez deslizada por Empar Moliner en El País.

Muy suelta de cuerpo sostiene la conveniencia de que los responsables de El Arca de Zoé purgaran la pena de trabajos forzados en Chad, y no en las confortables cárceles francesas. Condeno sin ambagues el abominable comercio de estos farsantes. Los jueces de Chad lo hicieron con pleno conocimiento de causa. Pero de ahí a conceder a sus colonias penales algún esfuerzo humanitario, estoy lejos.

En principio una cárcel debe procurar -tras asegurar el aislamiento social del delincuente- su redención mediante una pena que teóricamente debe reinsertarlo.

Se me dirá que este noble propósito rara vez se cumple, o si lo hace (según la higiene carcelaria de cada país) recoge porcentajes minoritarios. Y es verdad. Pero esa razón no elimina la aplicación del espíritu de nuestras leyes. Para algo están. En cambio, la Moliner cree que no.

En la Europa comunitaria no existe la pena de muerte. Del avance social y político en cada territorio depende la aplicación de las condenas mediante el consiguiente régimen carcelario. El nuestro está por encima de los países del Este, Grecia y Portugal. Si bien en la última década hemos modernizado el sistema, aún estamos lejos de Alemania, Gran Bretaña o Francia.

Si celebro que estos delincuentes no expíen sus culpas en Chad y sí lo hagan en su país de origen, es precisamente por que soy contrario al tormento carcelario.

No sé si en Turquía las jaulas mugrientas y ensangrentadas siguen funcionando como en "El expreso de medianoche", pero seguro que en este país africano es peor. De manera que las posibilidades de perecer bajo los castigos de un régimen brutal son elevadas.

Tampoco auguro una larga vida a los niños mercadeados por los impostores. Permanecieron a salvo del infame tráfico, aunque no de la alta tasa de mortandad infantil que asola el territorio, acentuada por las incesantes guerras tribales y toda suerte de plagas.

Ello no justifica comercio alguno, ni artículos tan retrógrados como el de esta periodista.

La letra no se aplica con sangre. Debiera recordarlo en vez de escribir memeces.

Otra memez -ésta descomunal- cierra mi último post del año que agoniza.

Javier Ortiz no para de intentar confundirnos. Hoy, desde Público, otorga valor al magnicida paquistaní que asesesinó a Benazir y quince partidarios más.

El fanatismo no carga en sus alforjas valor alguno. Se alimenta del odio y el amor a la muerte; ajena y propia. La máscara política no nos impide separar la paja del trigo. A menudo las causas violentas imanan y concentran variopintos instintos criminales. Los terroristas son estoicos rompiéndose contra el prójimo. Es lo que suelen hacer los conductores borrachos, drogados o airados, contra quién se les ponga delante.

La diferencia está en que sin alcohol o droga, la ira del terror se organiza y deflagra mediante un credo destructor.

Nada justifica un atentado semejante. Ni siquiera de haberse perpetrado contra un sátrapa como Musharraf.

La elipse de Ortiz sigue erre qué erre, manifestando un respeto al terror. Él, yo, y creo que varios más, sabemos a quienes invoca su deposición.

Lo de las estatuas que en su artículo justifican el procerato de ídolos terroristas, depende del régimen que impere en un territorio.

Por lo general, tales bronces se erigen en memoria de los terroristas de Estado. No de los que andan sueltos.

En España aún quedan algunas estatuas de Franco. En Cuba, Corea del Norte, China, Viet Nam, Siria, Libia, Irán y otros paraísos del terror, son numerosas las de los déspotas autóctonos. Se entiende que alguien como Vladimir Putin no suprima todas las que aún quedan del terror rojo y sus líderes. Estará pensando en erigirse unas cuantas. Por lo tanto debe conservar la costumbre, como quién no quiere la cosa.

Se me dirá que la resistencia maquí en nuestra posguerra, o la francesa contra los ocupantes nazis, realizaron acciones terroristas. Y es verdad. Pero iban dirigidas a minar la moral de los fascistas armados, o la de invasores y sus cómplices.

La lucha inicial de Fidel Castro contra la cruel dictadura batistana estuvo justificada. Los fusilamientos posteriores no. Lo mismo puede decirse de la resistencia yugoeslava del mariscal Tito, la vietnamita, y la Larga Marcha de Mao contra el despótico Chiang Kai Chek. O los combates anticolonialistas de Argelia, Kenia y otros territorios africanos o asiáticos.

Otra cosa es lo que ocurrió luego en cada uno de los casos.

No puedo dejar de mencionar, por supuesto, el triunfal empeño judío -armas en mano- proyectado en realizar su propio Estado. Justificado tanto por la Historia, como por el mal trato brindado en Europa, y luego por la bestia nazi a este sufrido pueblo.

Los asesinos de Benazir Bhutto se equiparan en odio a los kamikazes japoneses, entrenados espiritualmente en códigos integristas de naturaleza criminal. Hay que leer a fondo el análisis que del Japón de los siglos XIX y XX realiza Paul Johnson en su monumental obra Tiempos Modernos, para entender mejor el credo kamikaze.

Quien odia la democracia pretextando sus defectos hasta el punto de inmolarse, es en realidad un cobarde. No acepta un diálogo que minaría sus razones y ataca por sorpresa, camuflándose ante víctimas inermes. Quizá la difunta líder no representara el espíritu democrático en el grado que los europeos deseamos, pero era lo que había en un país castigado, para enfrentar largos años de dictadura militar.

Benazir odiaba el terrorismo talibán y fundamentalista, tanto como a los militares que colgaron a su padre.

Ahora viene Ortiz a soltarnos memeces sobre el valor de sus asesinos; como si tal cosa. Entre líneas intenta relativizar lo dicho, equiparando fórmulas contrarias con muy poca suerte, pues lo dicho, dicho está.
Sólo cabe interpretarlo, y para estamos nosotros.

Salvo una hoja como Gara, o los partes clandestinos de ETA, nadie puede reflexionar sobre el valor terrorista con tal desvergüenza.

Hay memeces y memeces. Ésta es de las peores.
Tal vez el caballero esté en crisis por que sienta a faltar la voz del amo.
Libre de fantasmas y patrones molestos, deseo Feliz Año a todos mis lectores.










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