El escribidor peruano residente en Londres/Madrid, y una vieja mirada.
No voy a negar los méritos literarios de Mario Vargas Llosa. Pero desde hace años prefiero atisbar sus artículos de prensa. Mis intentos de leerme La fiesta del chivo culminaron en la página 11. La versión cinematográfica me entretuvo algo más; aunque no mucho, salvando la composición que el ahora viejo Tomás Milián hace del monstruoso Rafael Leónidas Trujillo Molina; alias "El benefactor".
Si en "La fiesta..." el autor desvelaba en tono cansino las bajezas del dictador en el sexo y las emociones, reseñando el reciente libro de Enrique Krauze reitera su decadencia. También, sin embargo, el amiguismo oligárquico que se profesan una serie de escritores que han sido y ya no son.
Traducidos a varios idiomas,Vargas Llosa y García Márquez encabezan la partida en la esfera latina. Desde el trono bifronte dispensan favores a otros menos capaces. Exceptúo de esta pléyade a Carlos Fuentes, genuino y notable. No por muchas razones, a gente como Tomás Eloy Martinez, Abel Posse (asesor hoy del caudillo peronista Eduardo Duhalde) y Sergio Ramírez. Hay más, pero mencionar uno a uno llevaría tiempo, memoria enciclopédica y fatigosas puntualizaciones.
Hay reseñas que se hacen por compromiso. La de Vargas Llosa sobre Krauze y su libro integra esa categoría. De otra forma no se entiende que pase por alto varios asuntos en los que uno y otro discrepan seriamente. Empero, en el negocio literario las complicidades existen como en cualquier otro.
Hoy por hoy y pese a que las recientes (y antiguas) labores de Vargas Llosa y García Marquez sigan vendiéndose, desde dos ángulos políticos opuestos revelan la escasa virtud de estilos envejecidos cuyo contenido y enfoque sigue vigente ante la falta de aire fresco en el patio. En reciente artículo expuse criterio ante el libro de Krauze, jugoso en materia de reportajes, reseco en el propio análisis.
No es cierto que el autor mexicano nos muestre la entraña viva de Hugo Chávez Frías. Lo impide su distancia emocional, determinada por el historicismo académico y una prosa común y corriente que sólo animan los reportajes efectuados. ¿De dónde surge en el Presidente "bolivariano" ese "abrasamiento pasional subversivo y patriótico" que (según el peruano consigna) finalmente le llevó al poder, mediando una elección tras otra?
Incapaz de radiografiar las emociones de un ser humano insuflándole vida, Vargas transfiere esa marcada incapacidad a un viejo amigo que cojea del mismo pie, ensalzándole una obra que no pasará a la historia grande de las biografías, ni de la literatura.
Que el auto titulado escribidor comparta el desmesurado elogio que de Rómulo Betancourt hizo Krauze, sin limitarlo a su alcance social verdadero y la auténtica magnitud de un legado modesto y al fin fracasado, está lejos de ser casual.
Vargas mismo intentó en Perú una carrera política fraguada parcialmente en ese molde, siendo derrotado por alguien como Fujimori en el primer envite. El virtual exilio londinense respondió a esa incomprensión de la realidad latino americana y su propio país.
Hay algo de verdad en las críticas que la izquierda del Continente le dedicó, acusándole de confundir como político armado de un programa, el Perú con Suiza. En su temprana crítica a la Revolución Cubana, Fidel Castro o el Che Guevara, fue sin embargo un precursor. Pero de ahí a que su visión del rol que los EEUU han desempeñado en el mundo y América Latina se ciña a la verdad, media un abismo.
El drama que llevó a dique seco la creatividad y el brillo narrativo de quién un día supo escribir "La ciudad y los perros", fue una deriva política, propia de la ambición y el acomodamiento. Es difícil resistir las tentaciones de la notoriedad. El espaldarazo de la entonces brillante Carmen Balcells se la proporcionó, lanzándole con éxito al ruedo editorial. Los premios y amistades cosechados en las altas esferas del arte, la literatura y el poder hicieron el resto.
La combinación de factores que pesaron sobre uno de los creadores del llamado "Realismo Mágico" latinoamericano (tan grato aún hoy al petit-burgeois occidental consumidor de ficciones) han acabado por asfixiar su humanismo inicial. Por eso es que vive ricamente en Europa, lejos de la miseria y desigualdad social del país que le vio nacer, impulsándole a testimoniar en su juventud latrocinios que su madurez sepultó en el olvido.
¿Es casual que tanto él (en "La Fiesta...)"como García Márquez (en "Las putas tristes") nos cuenten historias de maduras apetencias masculinas por la fruta verde?
Cuando determinadas plumas célebres del mundo contemporáneo extravían el criterio de aquello que importa, suelen sustituirlo por lo que aguijonea el instinto ante la amenaza de la vejez.
Que el elogio dedicado por el amigo de José María Aznar a su otro amigo (y colega) Krauze, carezca del menor entusiasmo, revela el propio estado de ánimo ante la verdadera creación, literaria y conceptual.
Hoy el susodicho redacta artículos y libros por reflejo, como los difuntos en el instante que precede a la inmovilidad.
Quizá por ello ni siquiera fustigue amistosamente la piedad reverencial que el otro guarda por la figura de Lázaro Cárdenas, y lo que es aún peor, por los presidentes del corrupto y nefasto PRI.
A Krauze y Vargas Llosa les preocupan los hermanos Castro, la democracia elitista y lo que el populista Chávez haga con Venezuela, sin siquiera preguntarse quién de los que sustituyan al Comandante una vez que sea depuesto -o deba fugar ante los malos vientos que se ciernen sobre la economía mundial y su reflejo venezolano (con un petróleo a la baja)-, atenderá los apartados de sanidad y educación que hoy, bien que mal, atiende su régimen.
Además de ensayar un tratamiento lineal y carente de toda emoción sobre Hugo Chávez y su tiempo, Krauze no tiene recetas que superen el pasado pre chavista para Venezuela; ni el del PRI o sus sucesores "liberales" para México, país lastrado por la corrupción en todos los ámbitos, las masacres públicas y el cada día más poderoso narcotráfico.
La evocación de Betancourt que tanto festeja la complaciente reseña de Vargas Llosa poco ayuda, al disfrazar el efímero valor de una democracia corrompida, sin auténtica vocación social.
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