El perfil del buitre.
A modo de despedida, el vicepresidente Dick Cheney admitió su aliento a la aberrante práctica del "submarino" para con los presos del 11M en Guantánamo.
Sabemos que previamente lo negó y admitió, para volver a negarlo.
Esta cuarta vez fue la vencida. Todos sabíamos desde mucho antes que a él y su inmediato jefe (George Walker Bush) les encantaba la tortura. En su admisión, Chaney agregó que el método era eficiente, de acuerdo con los resultados obtenidos.
Igual, no son los que se imagina. El prestigio internacional de los Estados Unidos en materia de derechos humanos
quedó a la altura del Tercer Mundo y sus mayores sátrapas. Tampoco para nosotros comporta el tema una novedad. La política exterior de la nación permitió sostener, con armas, dólares y expertos en torturar y asesinar a opositores peligrosos para la buena salud de sus negocios, cartels y monopolios, en nombre del orden que imponía el títere de turno.
Lo que hicieron en Vietnam prolongó la política intervencionista de invadir y masacrar al prójimo del extrarradio en las formas más bestiales.
En América empezaron pronto. Primero con México, al que amputaron su territorio; luego siguieron con Puerto Rico, Cuba, Nicaragua, la República Dominicana y Panamá; agenciándose el estratégico Canal. En Asia se plantaron en Filipinas, sobornando a muchos líderes y mandatarios en varios países. En Medio Oriente y el Continente Africano hicieron otro tanto tras desplazar a los decadentes británicos.
La Primera y Segunda Guerra Mundial les fortalecieron sucesivamente, al transformarles en la mayor potencia acreedora del siglo XX y la historia de la humanidad, sin haber padecido invasión alguna; aunque perdiesen (menos) soldados que otros países beligerantes,
Que ahora este rapaz, miserable y especialmente tenebroso, admita la tortura por inmersión no nos sorprende. Fue educado en ese código y al mismo responde. Eso sí, no es la única que aprueba, aunque se lo calle. Los horrores se administran sumando especialidades; y ellas equivalen a un larguísimo collar de cuentas en la compulsión sádica del torturador.
Cheney y Bush se irán para siempre en su tren fantasma sin pagar por sus muchos crímenes.
A modo de despedida, el vicepresidente Dick Cheney admitió su aliento a la aberrante práctica del "submarino" para con los presos del 11M en Guantánamo.
Sabemos que previamente lo negó y admitió, para volver a negarlo.
Esta cuarta vez fue la vencida. Todos sabíamos desde mucho antes que a él y su inmediato jefe (George Walker Bush) les encantaba la tortura. En su admisión, Chaney agregó que el método era eficiente, de acuerdo con los resultados obtenidos.
Igual, no son los que se imagina. El prestigio internacional de los Estados Unidos en materia de derechos humanos
quedó a la altura del Tercer Mundo y sus mayores sátrapas. Tampoco para nosotros comporta el tema una novedad. La política exterior de la nación permitió sostener, con armas, dólares y expertos en torturar y asesinar a opositores peligrosos para la buena salud de sus negocios, cartels y monopolios, en nombre del orden que imponía el títere de turno.
Lo que hicieron en Vietnam prolongó la política intervencionista de invadir y masacrar al prójimo del extrarradio en las formas más bestiales.
En América empezaron pronto. Primero con México, al que amputaron su territorio; luego siguieron con Puerto Rico, Cuba, Nicaragua, la República Dominicana y Panamá; agenciándose el estratégico Canal. En Asia se plantaron en Filipinas, sobornando a muchos líderes y mandatarios en varios países. En Medio Oriente y el Continente Africano hicieron otro tanto tras desplazar a los decadentes británicos.
La Primera y Segunda Guerra Mundial les fortalecieron sucesivamente, al transformarles en la mayor potencia acreedora del siglo XX y la historia de la humanidad, sin haber padecido invasión alguna; aunque perdiesen (menos) soldados que otros países beligerantes,
Que ahora este rapaz, miserable y especialmente tenebroso, admita la tortura por inmersión no nos sorprende. Fue educado en ese código y al mismo responde. Eso sí, no es la única que aprueba, aunque se lo calle. Los horrores se administran sumando especialidades; y ellas equivalen a un larguísimo collar de cuentas en la compulsión sádica del torturador.
Cheney y Bush se irán para siempre en su tren fantasma sin pagar por sus muchos crímenes.
Los zapatos que le arrojó el periodista iraquí de 29 años Muntazer al Said al segundo, durante la conferencia de prensa que efectuaba con desparpajo en el país ocupado por sus marines, simboliza el repudio de muchos moradores del planeta.
"¡Éste es el beso del adiós, perro!", le gritó quien fue víctima de detención y tormentos. Bush consigió esquivar apenas la suela justiciera de los proyectiles. No le será tan fácil al tejano bravucón y su tortuoso rapaz sortear la dura condena de la Historia.
Pues aunque a instancias de Barack Hussein Obama se cierre el penal militar, la tradicional costumbre de atormentar al presunto o confeso enemigo una vez capturado pervivirá, mientras pervivan las guerras de conquista y dominación.
Y no parece que los Estados Unidos vayan a mudar las costumbres, aunque la nueva administración suavice los modales...
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