Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

sábado, 20 de diciembre de 2008

PRESENTE, ESPLENDOR Y OCASO DE RAÚL RICARDO ALFONSÍN


Alfonsín y Cristina Fernández semanas atrás.


Muy enfermo en estos días, el ex Presidente, nacido en 1927, desvela en la instantánea la recta final de la vejez y una grave enfermedad en ciernes. El gesto fraterno de la señora Kirchner proyecta la piedad y consideración que la dama no guarda con el país. Alfonsín lo intentó honrando el Estado de Derecho y las libertades ciudadanas como ningún otro Presidente en los previos 53 años. Su austeridad personal de cepa yrigoyenista lo habilitó representando los ideales de una generación. Los sucesores del estadista no estuvieron a la altura en ningún terreno.

Desde este ángulo y en perspectiva, la integridad del ilustre argentino quedará como ejemplo histórico; sólo comparable a los de Hipólito Yrigoyen y Arturo Humberto Illia (pese al débil origen de su mandato); radicales depuestos por espadones ambiciosos y retrógrados.



El cenit de un demócrata.

Alfonsín en el instante de gloria, asumiendo con juveniles 56 años la presidencia, el 25 de mayo de 1983, ante una Plaza de Mayo desbordada en gentío y esperanzas. Su gestión sexenal disolvería las últimas tras un ejercicio de ética personal indudable, en el que para ejemplo de Latinoamérica y el mundo fueron juzgadas las juntas militares asesinas, aunque el remate del Punto Final, generado por rebeliones militares y algaradas armadas de un grupúsculo izquierdista, aligerasen considerablemente la contundencia inicial del "Nunca Más".



Si el poder envejece, en el político batallador que no se amilanó ante Videla, Massera y sus monstruos, causó estragos.

Durante la gestiones de Carlos Menem y su correligionario, el radical De la Rúa, sobre las cansadas espaldas de Alfonsín pesa el fardo del ayer y las ilusiones perdidas, devengadas por el rotundo fracaso económico de un gobierno abandonado antes de tiempo ante las presiones militares y sindicales; amaños realizados con el corrupto sucesor, propios de su debilidad y un sentimiento culposo que le llevó a refugiarse en el aparato partidario.
Sin embargo la culpa y el peso del cierto descreimiento en el voto ciudadano, al validar la reelección del nefasto Menem (modificando en el Congreso el artículo de la Constitución que vedaba la instancia) y la posterior entronización de De la Rúa desde la Presidencia de la UCR, es parcial.
Militares sediciosos, y sindicatos u opositores congresuales mangoneados por el peronismo, le hicieron la vida imposible. La estructura krausista, asimilada en los comités partidarios, tampoco le autorizó mayores audacias en un país dependiente, castigado durante muchos años por nefastas dictaduras y una constante violencia estructural.
La ausencia en su equipo de economistas eficientes terminó precipitando el colapso de su gestión.
La decadencia de Alfonsín acompañó la de su partido hasta el breve y desafortunado renacer de la Alianza frentista que derrotó electoralmente al peronismo de Menem. El desastre que perpetraron De la Rúa y sus aliados del centro izquierda (rejunte de varios orígenes, entre ellos el peronista) acentuó el desastre de 1988, hasta límites jamás alcanzados en la Historia Argentina contemporánea.
A estas alturas y con la UCR más quebrada que nunca, Alfonsín era la sombra de sí mismo.
Con dicha sombra fraterniza la actual mandataria encabezando este mensaje...

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