La verdad es la cosa más escurridiza del mundo. Quien se atreva a erigirse en propietario de alguna verdad peca de confundir su propia condición de mero inquilino; y éso en tanto ella le rente el cuarto de hora.
Un ejemplo es la certera votación senatorial -resuelta por mayoría- contra los presupuestos generales del Estado, válidos con ciertas reservas a principios de año; improcedentes hoy.
En la ocasión primó el sentido común, alquilado por ERC y el PP al unísono. Nada que sea verdad debe parecernos mal. Otra cosa son las intenciones de quienes esgriman una verdad para ocultar mentirijillas o barbaridades. Los régimenes totalitarios -desde el comunismo hasta el fascismo, pasando por la variante populista- se adueñaron de ciertas verdades para basamentar sus mentiras.
La explotación proletaria era tan injusta en 1917 cómo la ruina económica y social de Alemania en 1932, agobiada por reparaciones de guerra y una economía de paro creciente y brutal inflación, o la de una Italia que ganó la guerra en 1918, para perderla en la sociedad y la economía.
La solución autoritaria llegó en los tres países sin remediar a fondo los males enunciados. El caso actual de Irán, en manos de clérigos fundamentalistas que someten a las mujeres a base de sujeción voluntaria, cárcel o lapidación, mientras mutilan o cuelgan a sus delincuentes comunes, se reproduce con variantes en otros países árabes y territorios del planeta. Del comunismo sobrevivido al desplome de la URSS no cabe mencionar lo que todos conocemos.
Las verdades del populismo, basadas ciertamente en el fracaso de unas democracias elitistas y corruptas, se apoyan en los previos males de justicia social para desarrollarla con cuentagotas, en tanto refuerzan sus propias elites en nombre de una imaginaria Patria Libre.
A los iconos sagrados se agregan los chamanes y el tótem de turno; jefe de la partida. El torcido alquiler de las verdades se cobra el recibo inmediato en las víctimas; pero el último, aunque tarde en llegar, se paga con intereses y el desalojo, del o los okupas.
Lo interesante de las verdades no es su enunciado sino su derivación. Ver la realidad no cambia por sí sola las cosas sin el auxilio de la voluntad y la honestidad.
En este país nuestro, empobrecido por ingentes cuotas de paro que amenazan alcanzar cotas históricas de no adoptarse medidas oportunas, se aprobarán a contramano de la realidad los falsos presupuestos gracias a la mayoría que detentan en el hemiciclo los diputados del PSOE y sus asociados.
Ésa es otra verdad, y muy triste por cierto. Pues acreditan mayoría suficiente, aunque traicionando el supremo valor de la objetividad (médula ósea de la verdad) al colar otra mentira relacionada con la economía, que nadie se cree.
Los senadores de ERC y el PP la rechazaron de plano en la ocasión, sin que nadie sepa hasta qué punto ambas formaciones soltarán el pesado lastre de otras mentiras que guardan bajo la alfombra.
El pristino ejemplo de una partida de caza que suelta unas cuantas verdades encubriendo apenas bajo el taparrabos su hondo desprecio por la democracia, es la que encabeza con voz y ecos Federico Jiménez Losantos.
Por desgracia, en política y colaterales abundan las conveniencias torticeras y se echan en falta inquilinos solventes para ocupar transitoriamente verdades.
Muchos se creen propietarios de algunas, otros (como Losantos, el ambicioso y autodestructivo plus Pedro J. Ramirez, Rouco Varela y José María Aznar, o Doña Esperanza Aguirre) de todas.
Nada en sus conjuras es más ilusorio. La verdad está en todas partes y en ninguna, pero el caso es que existe (sepultada a menudo entre una maraña de intereses) y se renta puntualmente en cada ocasión.
En democracia dicha renta es constructiva y moralmente edificante, en tanto así lo decidan la voluntad de los ciudadanos y su grado de valor ante el presente y el porvenir.
Un mérito que debe ser imperativamente correlativo al de sus representantes en los tres poderes del Estado
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